Bilbao

Perera, a un paso de la gloria y el infierno

El extremeño y El Juli cortan una oreja; «Hechicero», de Garcigrande, fue un gran toro de vuelta al ruedo

Derechazo del torero extremeño a "Hechicero", tercero de la tarde ayer en Bilbao
Derechazo del torero extremeño a "Hechicero", tercero de la tarde ayer en Bilbaolarazon

Bilbao. Sexta de las Corridas Generales. Se lidiaron toros de Domingo Hernández y Garcigrande (2º y 3º), desiguales de presentación. El 1º, noble, repetidor y de desigual ritmo; el 2º, deslucido; el 3º, premiado con la vuelta al ruedo; el 4º, noble y de escaso fondo; el 5º, manejable; y el 6º, noble, de buen estilo y justo de poder. Casi lleno.

Enrique Ponce, de gris plomo y oro, estocada punto trasera, descabello (saludos); media, aviso, cuatro descabellos (silencio). El Juli, de azul pavo y oro, estocada (silencio); estocada, aviso, descabello (oreja). Miguel Ángel Perera, de turquesa y oro, estocada defectuosa, pinchazo, aviso, estocada (vuelta al ruedo); estocada baja (oreja).

Diez segundos fueron suficientes para cambiar la tarde. Y el mundo. El suyo. El nuestro. De pronto, como ocurren las cosas buenas, Miguel Ángel Perera nos hizo partícipes de lo que estaba pasando allí abajo. De ese revelador misterio a punto de ocurrir ante la abrumadora embestida de «Hechicero», ese toro de bandera de Garcigrande que recordaremos por bravo, también cuando pase el tiempo. Con diez segundos. ¡Cómo puede cundir el tiempo! Le valió a Perera para atraparnos las emociones en un par de pases cambiados por la espalda, no era más de lo mismo, algo cambió ahí para que al rematar la tanda, y era la primera, pusiera a la gente en pie. «Hechicero», que cumplió en varas sin más, fue un maquinón de embestir, largo, humillado, entregado, con carbón y continuidad. Y profundo, hondo y cuajado fue el toreo diestro de Miguel Ángel Perera, que abrochó una tanda diestra a un pase de pecho monumental, tanto que daba la sensación de pesar, de llevar al toro arrastrado hasta darle salida más allá de la cadera y aliviarlo sin aliviarse. Un ahogo o un desahogo. Muchas emociones concentradas justo ahí, en ese preciso instante. Hasta el infinito quería viajar el toro al natural, pura expresión en esa arrancada de bravo, aunque por ese pitón le costó más al extremeño redondear. Hubo naturales buenos, largos, pero menos macizos. Cuando nos quisimos dar cuenta, Perera nos habían imbuido en un recital de muletazos, circulares, adornos, un remolino de emociones que había embaucado hasta la médula al público bilbaíno, quizá más alejado del toreo fundamental. Cambió la espada y se tomó su tiempo para entrar a matar, muchos muletazos de tanteo, preparatorios, mientras algún espectador le pedía que no lo matara. Cuando se perfiló... En ese momento definitorio, a décimas de segundo de tocar el cielo, cayó a plomo en el infierno justo a la vez que la estocada le hizo guardia y en los bajos. Ni «Hechicero» ni Perera ni Bilbao merecían ese final. Al Garcigrande, ya en la gloria de los toros bravos, se le dio la vuelta al ruedo, como también la dio el matador. !Qué cerca lo tuvo! El sexto sacó la virtud de descolgar y desplazarse, aunque con mucho menos ímpetu y más desigual. La faena, con sus intermitencias, contó con el temple entre sus avales y con la invasión de los terrenos que el extremeño domina sin inmutarse. Paseó un trofeo, a pesar de que la estocada cayó muy baja. Incluso le pidieron dos; una ley compensatoria que no está a la altura de Bilbao.

El Juli cortó un trofeo sorprendente de una faena al quinto repleta de intermitencias. No fue un toro extraordinario, pero sí uno de esos animales que entran dentro de su registro de tauromaquia. Movilidad y buena respuesta al mando. El trasteo se quedó en las desigualdades. La estocada y un descabello muy jaleado dieron con la tecla del éxito. Imposible se lo puso el deslucido segundo.

Ponce pasó con discreción en esta tarde. Lo intentó con un primero de desigual ritmo y con un cuarto, tan noble como soso. Mala ecuación.