Televisión
Baile de máscaras a vida o muerte
Ya estrenada en #0 «La chica del tambor», nueva adaptación a la pantalla del imaginario de John Le Carré que confirma al coreano Park Chan-wook como uno de los grandes estetas de la ficción actual
Ya estrenada en #0 «La chica del tambor», nueva adaptación a la pantalla del imaginario de John Le Carré que confirma al coreano Park Chan-wook como uno de los grandes estetas de la ficción actual.
Las novelas de John Le Carré llevan más de medio siglo siendo versionadas para la pantalla y, al menos a juzgar por la cantidad de adaptaciones cinematográficas o televisivas recientes de esas historias de espías, su popularidad no deja de crecer. En los últimos años han visto la luz títulos como «El jardinero fiel» (2005), «El topo» (2011) y «Un traidor como los nuestros» (2016); también la miniserie «El infiltrado» (2016), de la que recientemente se confirmó que se producirá una segunda temporada. Y ahora acaba de llegar a nuestro país «La chica del tambor», basada en la novela homónima que el británico publicó en 1983. El cerebro creativo de la nueva serie no es otro que el gran Park Chan-wook, en su día director de «Old Boy» (2003) y «La doncella» (2016). La historia arranca en Alemania Occidental, en 1979. Una bomba explota en casa de un diplomático israelí; el hombre sale ileso, pero su hijo muere. El agente del Mossad Martin Kurtz (Michael Shannon) se pone rápidamente a montar un equipo para perseguir a los responsables del atentado.
Inmediatamente conocemos a Charlie (Florence Pugh), una actriz ideológicamente cercana a la izquierda radical cuyo grupo teatral es invitado a actuar en Grecia por parte de un misterioso benefactor. Una vez allí se siente atraída por un enigmático desconocido (Alexander Skarsgard), que la invita a pasar unos días con él en Atenas. No hacemos «spoiler» si decimos que el sujeto, Gadi, en realidad forma parte del equipo de Kurtz, y que su verdadero objetivo es reclutar a la joven para que se infiltre entre los terroristas palestinos. Ella ve la proposición como el desafío interpretativo definitivo y acepta participar en el plan. En otras palabras, «La chica del tambor» es una historia sobre el artificio, la simulación y la farsa que intervienen en el espionaje. Algunos de los colegas de Kurtz en el Mossad solo quieren lanzar un misil sobre los perpetradores del atentado, pero él prefiere escenificar una representación para ejecutar la venganza. Se ve a sí mismo como el «productor, guionista y director» de la operación. A menudo vemos a los personajes a través de ventanas, o reflejados en espejos, o tras las lentes de unas gafas. La mayoría de ellos tienen más de un nombre e identidades múltiples. Escenas de interrogatorios se mezclan con otras de audiciones y las mentiras se manifiestan en actos de invención.
Gadi y Charlie viajan por Europa creando una ficción que facilite su infiltración en el grupo terrorista; y a medida que la química sexual entre ambos toma forma, la intriga se convierte en el telón de fondo de un romance entre dos seres torturados. En la segunda mitad de la serie, Charlie y Gadi se separan y ella finalmente penetra en el grupo palestino. ¿Seguirá siendo leal al Mossad? Mientras resuelve esa y otras cuestiones, la serie se muestra inconfundiblemente crítica con los israelíes y cuestiona la legitimidad del acto de retribución orquestado por su brutal agencia de espionaje. Al otro lado, solo dos de los personajes palestinos están convenientemente perfilados, pero es su perspectiva la que la serie adopta para explorar la historia del conflicto en el Medio Oriente.
Sin móviles
Mientras nos adentra en el serpenteante relato, Park nos ofrece un tutorial sobre espionaje de la vieja escuela. Ambientada en una época en la que no había teléfonos móviles ni internet, la peripecia argumental se apoya en vigilancias con prismáticos, llamadas crípticas desde teléfonos públicos y mensajes en clave garabateados en trozos de papel. Buena parte de la trama avanza gracias a las habilidades de falsificadores de documentos y fotografías. Entretanto, el director coreano en todo momento sitúa su cámara en lugares inesperados y la mueve de forma audaz.
La ficción resulta deslumbrante desde el punto de vista de su estructura narrativa. Park combina frenéticas escenas de acción con momentos de asfixiante calma tensa; en cada plano suceden cuatro o cinco cosas a la vez, y el montaje se las arregla para que la historia siempre tome direcciones impredecibles. Asimismo, el relato transcurre dando saltos adelante y atrás en el tiempo, formando un mosaico de momentos e ideas que resulta de gran eficacia a la hora de confundir al espectador. Piezas esenciales de información nos son ocultadas a lo largo de episodios enteros y cuando aparecen nos revelan que casi nada de lo que estábamos viendo es como pensábamos. En última instancia, es cierto, la misión que ocupa el centro de «La chica del tambor» resulta ser mucho menos interesante que sus prolegómenos, pero eso no impide que en su conjunto funcione de forma impecable como maraña de lealtades y traiciones, de vanidades, de sacrificios y de dilemas morales, a menudo desconcertante y a ratos exasperante, pero siempre rotundamente entretenida.
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