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Holanda gana Eurovisión 2019 y España acaba en el puesto 22

España y RTVE se volvieron a estrellar en el certamen al quedarse en la vigesimosegunda posición a pesar del entusiasmo de Miki, que no convenció con el tema “La venda”

El holandés Duncan Laurence se ha declarado vencedor con 492 puntos de Eurovisión 2019 / Reuters
El holandés Duncan Laurence se ha declarado vencedor con 492 puntos de Eurovisión 2019 / Reuterslarazon

España y RTVE se volvieron a estrellar en el certamen al quedarse en la vigesimosegunda posición a pesar del entusiasmo de Miki, que no convenció con el tema “La venda”

Hay que poner las cosas en su sitio: ¿a quién le importa ganar en Eurovisión cuando has sido el telonero de Madonna? Es más: ¿qué más da que Miki se despeñe en la clasificación si se es último cantante que han visto los millones de espectadores antes de la «diva-divina» ha sido al representante español? Eso debió pensar –y si no lo ha hecho se equivoca– Miki cuando entró en el escenario para cantar «La venda». No se verá en otra igual en su vida... Ha pisado el mismo suelo por el que ella levita. Madonna vive en permanente estado L'Oreal, ya saben «porque yo lo valgo»... Sí, exactamente 1,25 millones de dólares –sí, que para ella es lo mismo que las monedas de un céntimo de euro que nunca sabemos qué hacer con ellas y las tiramos– por nueve minutos de actuación. Nuevo sonrojo para España y RTVE, a pesar del estusiasmo de Miki, la puesta en escena, no apta para daltónicos, con esa casa que parecía sacar de «Masters de la reforma» antes de que arreglen una de las casas. Está claro que en Eurovisión o no nos quieren, no tenemos credibilidad o no logramos dar con la tecla. Creo que todo a la vez. El caso es que quedamos en la vigésimosegunda posición.

Y pasó lo que tenía que pasar: que el boicot al certamen se lo hizo la propia organización porque ver a Madonna con su masivo séquito –incluido su consorte Quavo– desdibujó, eclipsó y anuló a los que tenían que ser los protagonistas: los representantes de los 26 países. Eurovisión ganó en espectáculo a cambio de mercadear con su esencia porque Madonna es como Atila: por donde pasa no vuelve a crecer la hierba. Dio igual que cantase fatal, con unos gallos impresionantes. Es Madonna y punto. Nadie puede competir con ella por poderío, descaro y autoridad encima de un escenario. Nunca fue una buena cantante. A cambio, es un «show» en sí misma. Que le aproveche. Se intuía el error –ningunear a los concursantes– cuando salió Conchita Wurst en plan sado maso, en una suerte de cabaret berlinés que se montó la televisión israelí. Había otros ganadores de Eurovisión, pero sinceramente no los retuve.

Visto lo visto, contemplar a Duncan Laurence, el diamante holandés, con el micrófono de cristal llevándose el trofeo a Amsterdam... no fue ninguna sorpresa. Las casas de apuestas ya lo predijeron. El tema «Arcade» era era lo mejor de lo peor y se llevó el premio gordo con 492 puntos. La segunda fue Italia con el tema «Soldi» que intepretó Mahmood, un chico muy resultón que le dio la noche al ministro de Interior, Matteo Salvini. Y eso que no ganó por poco, ya que logró 465 puntos. La tercera posición fue para Rusia. Lo merecía, aunque su cantante, Sergey Lazarev, le dolía la cara de ser tan guapo; tanto, que su puesta en escena fue una sucesión de espejos en los que se reflejaba. El sorpresón llegó con Suiza, cuarta, y Noruega, quinta. Por unos minutos, demasiado largos, parecía que Macedonia del Norte iba a lograr un titular en todas las páginas web y periódicos del mundo.

Suecia, marca personal

Suecia fue séptima pero demostró lo que ya se sabe: tienen lo que ahora se llama una «marca personal». Son unos profesionales que se saben reinventar en cada final. No sólo es que les guste Eurovisión, es que les encanta ganar el festival. Su representante John Lundvik lo tenía todo: era guapo, se movía bien y cantaba mejor.

Pero en un certamen como este lo que se queda en la retina son los pequeños detalles, esos que son oro puro para memes y las ocurrencias de los tuiteros más ingeniosos. Todos ellos debían arrodillarse ante la representante de Grecia y besarle los pies, si es que supieran acertar dónde estaban entre tanta tela del vestido. Katerine Duska, así se llama la muchacha, y sus acompañantes aparecieron en el escenario que lo mismo parecía que iban a dar el número del cupón de la Once, que protagonizaban el próximo anuncio de Navidad de Freixenet, que se habían hecho un «Gipsy King» de lo recargado y ordinario que era todo. Duska y sus amigas fueron las reinas del «brilli-brilli», y ahí lo dejo por mi salud mental.

Otra que me alteró las neuronas fue Kate Miller-Heidke, la que defendía el honor a Australia y lo echó a perder con una puesta en escena que fue una ida de olla como pocas veces se ha visto. No me gustaría ofender a los ofendiditos, pero con ese aspecto tan virginal era como su estuviéramos presenciando el ascenso de no se sabe qué, a no se sabe dónde. El mareo de los espectadores debió ser importante. En cuanto a la voz de la chica... en ocasiones parecía que le habían pisado un callo. Gustó mucho a los que supieron salir del «shock».

Otros que buscaron premeditadamente, y lo lograron, atraer la atención fue el grupo islandés Hatari con su tema «El odio prevalecerá», un título muy bonito y muy adecuado para cantar en Israel. Son un grupo de «hard rock» que van de chungos y pretendían dar miedo... Lo lograron, pero como cura de humildad, yo les enviaba a Honduras con Isabel Pantoja. La tonadillera levanta el brazo y el dedo índice como sólo ella lo sabe hacer y les dice mirándoles a los ojos: «¡Cuidado que podría ser vuestra madre!». Y no tienen mar para nadar y volver a Islandia a la velocidad del rayo. La canción es un mojón, alternativo, pero un mojón. De Francia, ¿qué decir? El tema de Bilal Hassani, «Roi», es una loa a la diversidad sexual. Felicidades sinceras por ello pero no hace falta ser una mamarracha.