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Ryan Murphy, un creador empachado de sí mismo

«The Politician» la nueva serie de Netflix, resulta excesiva y afectada incluso teniendo en cuenta los estándares de su creador.

Jessica Lange, Zoey Deutch y Ben Platt, en la primera entrega de «The Politician»
Jessica Lange, Zoey Deutch y Ben Platt, en la primera entrega de «The Politician»larazon

«The Politician» la nueva serie de Netflix, resulta excesiva y afectada incluso teniendo en cuenta los estándares de su creador.

El año pasado, recordemos, Ryan Murphy firmó un acuerdo de colaboración con Netflix por valor de 300 millones de dólares. Y, quizá para demostrar al mundo hasta qué punto merece tan mareante cifra, con la primera serie que estrena en virtud de ese acuerdo parece haber querido lograr lo nunca visto en la historia de la ficción televisiva: un episodio piloto compuesto de ocho episodios. Suena raro pero tiene explicación. En toda serie el propósito del piloto es vender al espectador el potencial del relato, y «The Politician» dedica casi en exclusiva toda su primera temporada a hacer precisamente eso: despertarnos la curiosidad por la segunda.

Murphy se centra en la educación política de Payton Hobart (Ben Platt), un chaval de 17 años terriblemente ambicioso. Payton está inmerso en una misión para ser presidente de los Estados Unidos, y está convencido de que lo logrará –también la serie misma lo está: está previsto que se prolongue cinco temporadas, y que la última esté dedicada a la carrera hacia la Casa Blanca–; para ello el primer paso es ganar las elecciones a la presidencia del consejo estudiantil del instituto del que es alumno, algo para lo que se prepara con una devoción obsesiva. Mientras lo contempla «The Politician» parece tratar de analizar los rasgos y valores que se le exigen a todo aquel que aspire a ser líder aunque, decimos, ese en realidad es un tema que se limita a enunciar con la promesa de explorarlo en temporadas futuras.

Buena parte del problema es que esa y otras ideas interesantes que recorren el relato se ven oscurecidas por todo aquello con lo que a Murphy le gusta atocinar sus series: personajes excéntricos, líneas argumentales pretendidamente extremas, diálogos saturados de vitriolo, números musicales gratuitos, cameos de celebridades y temas socialmente candentes usados como excusa de tramas melodramáticas. El conjunto es tan autoconscientemente excesivo, y tan extenuantemente kitsch, que los raros momentos durante los que la serie se calma y trata de mostrarse profunda y conmovedora resultan artificiosos y calculados. Son contadas las escenas en las que alguno de los personajes da la sensación de ser una persona de carne y hueso y no un «cartoon».

Pero quizá lo más chocante de «The Politician» es que apenas muestra verdadero interés en la política, como demuestra la obviedad con la que trata el asunto; su único objetivo al respecto parece ser revelarnos que, sorpresa, no importa a quién votemos porque, atención, todo seguirá igual.

Otra sátira adolescente

En última instancia, la principal motivación de Murphy parece ser la de mezclar elementos de la mayor cantidad posible de sátiras estudiantiles previas, desde «Election» (1999) –sobre todo– y «Academia Rushmore» (1998) –en realidad, todo el cine de Wes Anderson parece ser aquí un referente–a «Escuela de jóvenes asesinos» (1989) y, por supuesto, «Glee». En el proceso, por desgracia, la serie no llega a adquirir una personalidad propia. Como la determinación de su héroe a ganar las elecciones, da la sensación de estar motivada por la voluntad de nutrir egos que por la necesidad de trasmitir ideas significativas.