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La Ciudad Libre de Christiania: la historia de un parque infantil que se transformó en un parque anarquista

En 1971, un grupo de padres hippies decidieron derribar la valla de una base militar abandonada en Copenhague. La idea era protestar contra la autoridad y llevar a sus hijos a jugar en los jardines.

Una de las calles de Christiania.
Una de las calles de Christiania.Myriam Guadalupe

Cuántas vueltas da la vida. Esto deben pensar hoy los hombres y mujeres daneses de cincuenta años que visiten la Ciudad Libre de Christiania, situada en el barrio de Christianshavn, Copenhague. Ellos jugaban aquí en su más tierna infancia, consumían cannabis durante su juventud y ahora toman elaborados cafés en las terrazas. Podría decirse que Christiania ha madurado con ellos, pasando las distintas etapas de la vida de la misma manera que lo haría una persona. Una evolución costosa y plagada de conflictos con la autoridad, como le ocurriría a un joven rebelde.

La creación de la Ciudad Libre de Christiania

Las 34 hectáreas que conforman esta pequeña ciudad fueron hasta principios de los años 70 una base militar abandonada. Un grupo de padres hippies pensaron que el área desierta sería el sitio estupendo donde llevar a sus hijos para jugar y, de paso, montar algún tipo de protesta contra el poder establecido. Mientras los pequeños correteaban por los parques y se perseguían jugando a los soldados, sus progenitores practicaban sentadas de protesta contra el ejército. Claro que eran los 70. Los padres hippies, fieles a su modo de vida, consumían con habitualidad algún tipo de estupefaciente para pasar las largas horas de espera en las protestas, y compartir sus ideas políticas con quien quisiera escucharles. Los niños seguían corriendo, tal vez, aunque poco a poco y con el escaso interés que mostraba el gobierno, los padres terminaron por descubrir que aquello podía ser mucho más que un espacio seguro donde llevar a las criaturas.

La perspectiva de crear una Ciudad Libre, apartada de las normas que los hippies renegaban, comenzó a hacerse hueco en sus ideas. Al fin y al cabo, ¿por qué no? Allí podrían llevar a cabo sus reuniones antisistema sin que la policía les molestase. El empujón final lo llevó el movimiento anarquista provo, originario de Holanda. A diferencia de los hippies, que habitualmente se rebelaban contra el poder de forma pacífica y sin una organización clara, los provos sabían bien cómo hacer llegar su mensaje. Con humor y energía, bien organizados. Así decidieron hacerse ilegalmente toda la zona y crear la Ciudad Libre de Christiania para organizar sus reuniones, apenas un mes después del inicio de la ocupación. De fugaz parque infantil, Christiania pasó a ser una zona libre para los anarquistas y hippies daneses.

La salida de Christiania recuerda a los visitantes que están a punto de volver a entrar en la Unión Europea.
La salida de Christiania recuerda a los visitantes que están a punto de volver a entrar en la Unión Europea.Myriam Guadalupe

La policía procuró expulsarlos repetidas veces con escaso entusiasmo, los nuevos habitantes de Christiania eran cada vez más, al público le gustaba la idea de un pequeño reducto de libertad en la ciudad (siempre que no se ampliase) y las mentes conservadoras se sentían más a gusto con lo que ellos consideraban indeseables bien agrupados en una zona delimitada. ¿A quién le importaba que un pedazo de barrio abandonado sirviese de una forma u otra para los intereses de todos? Por otro lado, la comunidad LGTB danesa encontró en Christiania un reducto donde poder llevar a cabo diferentes actividades culturales, fiestas y obras de teatro. Fundaron la conocida como Casa Gay y ellos también presionaron por la independencia del barrio. Convencido por la influencia de diferentes lobbies, el gobierno danés promulgó la ley de Christiania en 1989, otorgándose una vigilancia superficial de la nueva ciudad, y manteniendo su legalización en el aire para los años siguientes. De esta manera dejaban la puerta abierta a retroceder, si el asunto se les iba de las manos.

La venta de drogas se intensifica

Transcurrieron quince años de libertad absoluta para Christiania. Seguros en su nuevo territorio, el número de habitantes creció hasta las 1.000 personas. Pero a su vez, creció también el mercado de drogas blandas. Mientras que en Dinamarca está completamente prohibido el consumo de cannabis, no era así en Christiania, y la comunidad hippie/anarquista pasó a ser una comunidad yonqui. Un centro de drogadicción masivo. En la fachada tan solo se comercializaba hachís y marihuana, pero con el paso del tiempo comenzaron a venderse dosis de estupefacientes más peligrosos. Los soñadores fueron sustituidos por enfermos en un estado de sueño perpetuo. Y con ellos llegó un clima de violencia, provocado por las ansias del enganche, poco habitual en las tranquilas comunidades hippies. Ocurrieron incluso casos de asesinatos entre yonquis y bandas callejeras, especialmente en la calle Pusher (Calle del Vendedor de Estupefacientes).

Como suele ocurrir, los hippies pidieron ayuda al Estado, del que hacía poco renegaban con fervor. Hizo falta la intervención de este para controlar el mercadeo de drogas y los conflictos por la ocupación de viviendas. Hasta el 2012, cualquiera podía okupar un área de Christiania, pero desde entonces hace falta pagar un alquiler para hacerse por ella. Y a partir de estos sucesos, se llevó a cabo el acto final en la historia de Christiania, aquel en el que se encuentra en la actualidad.

Un excelente plan de domingo

Aunque siguen viviendo hippies, el Estado danés regula que no sean demasiado hippies (por petición de ellos mismos). Así han conseguido una especie de parque temático donde pueden jugar a los renegados sin que el asunto se vuelva demasiado serio. Esta tranquilidad ha cambiado radicalmente el panorama de Christiania. Cada vez son más los turistas que acuden a visitarla y comprar algún regalito “artesanal” en sus puestos de mercado, u observar las pinturas en los cubos de basura y las paredes. La ciudad entera se asemeja a un enorme museo del grafitti al aire libre, algunos de los cuales son una delicia para el amante del arte urbano. Merece la pena visitarlo. Claro que quedan algunos habitantes de la vieja escuela, carcomidos por la edad y el consumo, pero la verdad es que resulta más habitual ver a familias enteras disfrutar de un brunch en alguno de sus restaurantes vegetarianos, o una merienda en el Café Nemoland o el Månefiskeren.

La Ciudad Libre ha sucumbido con el resto del mundo al turismo globalizado, aunque en este caso es bueno para la salud de sus inquilinos. Fue un baluarte de la rebeldía hippie a finales del siglo XX. Ahora es un excelente plan de domingo para toda la familia.