Viajes
¿Cuáles son los clichés de cada país que visitamos?
Siempre es fácil comer sushi en Japón, o enamorarse en París. El juego real comienza cuando dejamos de hacerlo.
El cliché español
Cuántas veces habré tenido que explicarle a mis amigos extranjeros que no bailo sevillanas, ni veo los toros cada domingo antes de dormir la siesta, ni desayuno paella. Dioses, apenas sé cocinar una tortilla de patata. Y aún así, se sorprenden porque no acabo cada frase diciendo, ¡olé! Yo te lo explico: son los clichés. Pesadísimos. Los extranjeros tienden a generalizar sobre nuestro país de forma asombrosa, hasta casi conseguir nuestra indignación, pero la verdad es que ellos son inocentes, todos los son. Sus países tampoco escapan al cliché, algunos tiernos, otros rozando lo ofensivo, y todo quede dicho, nosotros también caemos en la trampa de los clichés cuando visitamos un país extraño (y no tan extraño). Pueden llegar a ser el motivo que nos impulsa a visitar ciertos países.
Esos maravillosos clichés
Porque, ¿quién no ha visitado Turquía sin probar un kebab? Solo los vegetarianos escapan a esta trampa. En Estambul hay más turistas en los establecimientos que venden este tipo de comidas que turcos propiamente dichos. ¿Y qué me dicen de mojarse bajo la lluvia en Inglaterra, a ser posible con una pinta en la mano y vociferando a favor de un equipo de fútbol? Son placeres prácticamente irresistibles para el visitante. Los clichés, una delicia del turismo. Como comerse una baguette con queso en Francia, o llevar a nuestra pareja a reencontrarnos en París. Desde que un gracioso decidió nombrarla como la ciudad del amor, allá vamos todos, a enamorarnos una segunda o tercera vez. Es maravilloso.
Dicen que no has visitado África si no has visto un león, has cogido la malaria o te has quejado del calor. No importa que hayas ido cien veces, ni doscientas, no engañas a nadie, si no has cogido la malaria no fuiste a África. A mi esto me parece estupendo. Como el color en la India, el país del color, parece que no tiene nada más, apenas seda y color. Las casas son de seda, las aceras de colores. Conozco a uno que, al tocar con la punta de los dedos su primer edificio en Calcuta, quiso volverse a casa porque era de ladrillo. Alguno más se sintió ultrajado cuando llegó a Japón y vio que comían más cosas además de sushi.
Pero yo lo entiendo. ¿Para qué ir a Estados Unidos si no te comes la mejor hamburguesa de la ciudad que visitas y te haces una foto con Tom Hanks? Un viaje tan lejos sin probar estos placeres, sabe a vacío. Es algo así como visitar la cordillera de los Andes y que no te escupa una llama. O peor aún, ir a Canadá y no ser feliz.
Miren, recuerdo una vez que fui a Rusia, y lo primero que hizo un compañero fue comprar vodka, y lo segundo, bebérselo. Se le veía entusiasmado. Con él también visité un cementerio en Transilvania, en otro viaje, y pensamos que ya lo habíamos visto todo. Solo nos faltaba pescar pirañas en el Amazonas, o al menos ver una boa constrictor atrapando un cocodrilo o algo bestia. Son detalles que nos regala la vida. Como ver el Himalaya en Nepal y sentirse especial, o tomarse un helado en el Coliseo tras almorzar pasta, y jugar al coche amarillo en Roma pero con las Vespas rojas.
Los clichés, una maravilla del mundo globalizado. De algunos me enteré en el mismo país, fueron los propios habitantes quienes me empujaron a cumplir ciertos clichés. Ignoraba que en Asia Central se comía tanta sandía hasta que, en cuatro días, me regalaron cinco.
Pero los mejores son los países que admiten clichés bien diferenciados. No será lo mismo montarse una bacanal en las islas griegas que filosofear en Atenas. Basta con cumplir uno de los dos, pero uno de los dos es necesario. Largas y aburridas conversaciones juzgando y corrigiendo los pasos finales de la polis ateniense es un placer solo comparable con ver canguros en Australia. O un incendio. O una araña, de esas enormes.
Rompe los clichés, busca lo desconocido
Aunque la verdad es que los clichés no son muy útiles. Corren el peligro de encerrarnos. Predisponen nuestra opinión sobre un territorio absolutamente desconocido para nosotros y podrían cegarnos, una vez lo visitamos. No hacen falta los clichés, ¿no creen? Quizás sean un buen cebo para atraer el turismo, y bueno, juguetear graciosamente con ese cebo puede ser divertido, pero no piquemos demasiado. Los clichés ya los conocemos de sobra y, ¿no viajamos precisamente para descubrir lo desconocido?
Habrá más por descubrir, una vez nos desprendamos de ellos. Hay más para comer en Japón, más delicioso que el sushi. Hay más cosas bellas en Australia que un marsupial pegando alegres brincos, y más motocicletas en Roma aparte de la Vespa. Puede llegar a sorprender, pero un cementerio en Transilvania es tan triste como cualquier otro. Y Tom Hanks no sale tanto de casa. Además, sería agotador para los países cumplir con sus clichés. Las llamas se quedarían sin saliva, el queso en la baguette acabaría sabiendo insulso y nosotros, los españoles, acabaríamos con un corte de digestión si por cada paella bailamos en un tablao.
Los clichés son divertidos, nada más. Pero no reflejan la realidad de un país, aunque sean muchos quienes lo juzguen a partir de ellos. Apenas muestran capas sueltas de su superficie que el viajero debería arrancar, como hace con las cebollas, para descubrir el núcleo tierno de cada tierra que visita. Solo así se aprovecha un viaje. Arrancando capas, hasta llegar a lo que realmente identifica a cada tierra. Spoiler: esas serían las personas. Cada una de las personas tienen su historia para contar, su vida, sus tradiciones, sus ilusiones. Esas personas son la verdadera esencia de una tierra, no son los árboles ni las montañas, sin esas personas no sabríamos si estamos en los Pirineos o en los Alpes. Y no vamos a caer en la trampa de preconcebir a los desconocidos, faltaría más. Sería el peor cliché de todos. Costará creerlo, pero los árabes no tienen veinte esposas y los españoles no somos una panda de vagos. Solo hay algunos árabes con dinero para varias esposas y unos pocos españoles que no dan palo al agua, aunque me atrevería a decir que de estos tipos los hay en todas partes.
Las personas, sí. La magia del ser humano, eso es algo digno de visitar cuando viajamos lejos. Ellos me cuentan historias desconocidas para los clichés que me empujaron hacia su tierra. Con cada una de esas historias se borra un cliché, un cliché por una historia, y solo entonces aprendo a amar esta tierra nueva. Sin complejos y de la manera correcta.
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