Historia
Guerra Civil: una batalla olvidada en Cilleruelo de Bricia
Viajamos a Cilleruelo de Bricia para ser testigos de la violencia retransmitida de un combate que se libró en mayo de 1937
Cuando mi abuela murió, ocurrió un ritual habitual en las residencias de cualquier fallecido. Los recuerdos de su vida perdieron su primer sentido, que era el de recordarle a ella misma sus años de juventud, diversión y vida, y adquirieron un sentido nuevo cuando se marchó. Entraron en la segunda categoría de recuerdos: los que pierden su identidad original y se convierten en sencillos objetos decorativos, o cacharros que no nos recuerdan exactamente dónde fue joven nuestra abuela, dónde se divirtió o vivió, sino que nos recuerdan a la abuela, simplemente. Por ejemplo este cenicero le recordaba a la abuela que una vez fue de visita a Viena con sus amigas del colegio; a nosotros simplemente nos recuerda a la abuela. Y así sucesivamente.
Pero mi abuela era como nosotros y ella también había robado los recuerdos a difuntos anteriores para convertirlos en nuevos recuerdos. Los recuerdos que le recordaban a su padre, a mi bisabuelo, estaban en una caja de cartón polvorienta y medio carcomida en uno de los cajones del despacho, pero nadie la quería porque era una caja llena de trastos de un bisabuelo que nadie conoció, entonces me la quedé yo. Y fíjese que dentro guardaba muchísimos tesoros.
Resulta que mi bisabuelo fue capitán durante la Guerra Civil, un tipo muy meticuloso y quizá algo romántico porque escribió un diario durante la guerra para que lo leyera su hijo cuando creciera, lo pone en la dedicatoria en el inicio, pero resulta que su hijo murió demasiado pronto y nunca lo pudo leer, fue una puñetera pena. Entonces esa joya, el diario que escribió mi bisabuelo al abrigo de los morteros y del fuego de ametralladora en los campos de Burgos y de Asturias, ahora es mía porque estaba guardada en la caja.
Es un diario con todos los susurros y movimientos de la 2ª Compañía del 8º Batallón del Regimiento de Infantería de San Marcial, desde el 22 de noviembre de 1936 hasta terminar con un ¡viva España!, el 30 de abril de 1939. Independientemente de ideologías políticas (hoy no vamos a entrar por este lado que son muy cansinas) se trata de un documento militar exquisito, sobre todo para un aficionado como yo. Y encima sale el bisabuelo. Ni en el cine me las pueden dar mejor.
Fragmentos del diario del bisabuelo
7 de mayo de 1937
El enemigo iniciará un ataque al pueblo de Cilleruelo de Bricia y con gran preparación artillera y aviación enemiga. El mando dispone que la Compañía salga a cortar el paso al enemigo, que pretende infiltrarse por el flanco izquierdo de la posición de Cilleruelo. A tal efecto, bajo un intenso fuego de artillería y fusilería enemiga, avanza la Compañía hasta colocarse en dicho flanco y evitar envolvimiento del pueblo. Al tomar contacto con el enemigo, la Compañía tiene 2 bajas: el soldado Emilio Erasum y el soldado Teodoro López Calleja, los dos heridos de bala (graves).
Al tomar la loma de Cilleruelo, la Compañía se fortifica en dicha loma.
9 de mayo de 1937
La compañía en la misma posición que el día anterior. La aviación enemiga hace su aparición bombardeándonos y causando la baja del soldado Vidal de la Fuente Gonzalo, muerto. A consecuencia de un tiroteo con el enemigo resulta herido el soldado José Herranz Fernández.
13 de mayo de 1937
En la madrugada de este día, a las 3 de la madrugada, el enemigo inicia un ataque por el flanco derecho, llegando hasta posiciones que nuestra derecha teníamos ocupadas por otras fuerzas. El enemigo toma estas posiciones y amenaza atacarnos por la retaguardia. El capitán da orden de que se repliegue la compañía para evitar la sorpresa y se emprende un vigoroso contraataque que da por resultado la toma de las posiciones que el enemigo había tomado en su ataque y una retirada desordenada por parte del enemigo, infringiéndole un duro castigo, recogiendo muertos, armamento, municiones y bombas de mano enemigas. Se le ocasionó al enemigo gran cantidad de bajas vistas así como muchos heridos que no pudieron retirar hasta anochecido.
Y sigue igual durante los tres días siguientes, hasta que, doce muertos y quince heridos después, las tropas de mi bisabuelo acorraladas en aquella loma fueron víctimas de un “brillante contraataque”, sufrieron más fuego de cañón, más heridos, y finalmente tuvieron que retirarse de vuelta por donde habían venido. Y creo que basta con leer lo que escribía el capitán Gonzalo, entre bomba de mortero y bomba de cañón, para imaginar el calibre del asunto.
Una visita a Cilleruelo de Bricia
Bien, ni corto ni perezoso cojo un día y me voy a visitar Cilleruelo de Bricia, en la frontera de Cantabria con la cuna de Castilla, y cojo el coche y conduzco extasiado, siete años después de toparme con ese diario, de camino a reencontrarme con la sangre que se le perdió allí a mi bisabuelo. Me pareció un viaje buenísimo. Algo así como cuando los americanos van de visita a Normandía y se dan unos paseos estupendos y nostálgicos por la playa, vamos, como en las películas. Creo que sentía cierta emoción por ser testigo de una batalla tan selecta como esta. El diario en una mano y aquella loma en la otra me permitirían recrear una batalla que poquísimos conocen, menos aún han recreado, menos aún han combatido. Y la idea de encontrarme de frente con mi estricto bisabuelo me daba un poco de palo. No sabía qué iba a pensar de mí.
Y nada, que llegué después de conducir muchos kilómetros por carreteras secundarias y fíjese que suerte tengo a veces porque llovía a cántaros. Mi bisabuelo no decía nunca en su diario si llovía, entonces pensé que bien podía imaginarme la película con lluvia, por qué no, así lo volvería incluso más real, y fue todavía más fascinante, salí del coche y me sumergí en ese doble escenario empapado.
Aunque no esperaba que cayeran así los morteros. Los imaginaba con un sonido más grave porque en las películas no tienen ese estallido planchado y repugnante que cayó sin apenas saludar. Y cayeron a decenas, eso tampoco lo había previsto. ¡PUM, PUM, PUM! Parecía que brotaban del mismo suelo. Un aparato rugió sobre mi cabeza y miré hacia arriba como curioseando pero no se veía nada, había demasiado nubarrón y la lluvia escocía en los ojos al caer en vertical. Un rugido y un petardazo se escucharon de la mano, y otro, y otro petardazo. Nadie sabía decir de dónde venían los aviones, de dónde caían los morteros, dónde se escondía Dios en este caos de fuego. La mayoría de los hombres ya estaban a cubierto pero los rezagados corrían cegados por ese ruido de lluvia y de explosivos, mareados por los olores de tierra machacada y oxígeno calcinado, y esos eran el blanco. ¡PUM, PUM, PUM! La loma era más alta antes, estoy seguro, y juro que la vi más alta en mi ensoñación. Descendió unos centímetros ese día. Bernardino García tropezó, no vio venirlo y salió volando. Como un muñeco de trapo, rápidamente empapado por la lluvia.
Mi bisabuelo mientras tanto gritaba todas las órdenes que se le ocurrían pero nadie podía escucharlo, solo su compañero de agujero que se acurrucaba junto a él rezando a San Bernardo y a cualquier beato que recordaba de su pueblo. Estaban indefensos tras dos días de combates y molidos. El barro se aferraba a sus piernas como queriendo tragárselos.
Sobre lo ridículo
Luego regresé al siglo XXI, asustado. Y, ahora sin gafas, miré alrededor. La colina volvía a estar vacía y en silencio. Solo se escuchaba el repiquetear travieso de la lluvia. Me sentí confuso. Tanto ruido en tan poco tiempo, y tan brusco, me había aturdido y realmente no supe que pensar. No lo había esperado así. Fui a visitar el pueblo. Que lo componían siete u ocho casas de piedra y la iglesia (como es habitual en esta clase de lugares, más alta que ningún otro edificio) y ni un alma en la calle. Hablan de la España vacía pero ese día justo cayó que llovía, entonces no lo sé. Quizá todas las casas tengan a veinte personas viviendo dentro y aquel pueblo sea una localidad adinerada que comercia asiduamente con países vecinos y que quizá cuente con una pequeña mina de plata cerca para ir tirando, no lo sé porque llovía. Pero allí, en caliente, me molestó bastante toda la situación.
En la loma y sus alrededores hubo decenas de muertos (entre sublevados y republicanos) y se trataba de un objetivo estratégico crucial para obtener el paso que iba de Burgos a Asturias, y de allí, a Oviedo, eso lo entiendo, entiendo la estrategia de la cuestión y que el paquete de la guerra viene con muertos. Pero que ocurriera todo aquello y que ahora el pueblo se caiga una piedra detrás de la otra, vacío, cuatro casas y la iglesia y el resto desolación y las colinas con matojos de florecillas y la sangre perdida de mi bisabuelo… no me pareció heroico ni glorioso, ni siquiera interesante, tampoco me dio más pena que cualquier otra guerra… me pareció francamente ridículo. Y una faena de las gordas para el 2º Batallón de del 8º Regimiento de San Marcial.
Y miren que me exalté y me puse a pensar en los políticos (si al final se veía venir que esto derivaría en lo político), entonces se me ocurrió acordarme de esos que hinchan el pecho casi hasta estallar y que se hacen fotos con ametralladoras y demás vicios, como niños jugando con la última figura de Geyperman. Y luego pensé en los otros que se empeñan en pensar que hubo ganadores en esta barbarie, los de las plaquitas conmemorativas y los nombres de las callecitas, ya saben, los que dieron una paliza de morir a mi bisabuelo en Cilleruelo de Bricia pero que ahora dicen que en la guerra se limitaron a ser trece puñeteras rosas. Y cien tonterías más de uno y otro lado. Y me acordé de Goya y de su duelo a garrotazos. Y me pareció todavía más ridículo.
Pero también tuvo algo de maravilloso. Empapado de esa lluvia en el pueblo vacío, rodeado de explosiones y de furia y de gritos, no pude evitar echar a reír de buena gana, fue una de esas risas que nos abren el corazón por dentro y echan la porquería fuera a paladas. Agua, fuego, la tierra pidiendo calma a gritos. Mi bisabuelo escribiendo con un fervor febril en su diario. ¿Habrá ahora tantos habitantes en el pueblo como tantos murieron en mayo del 37? No lo sé, bisabuelo, no lo sé porque hoy llovía. Pero otro día vuelvo y procedo a contarlos.
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