Viajes

Psicoanálisis a Zaragoza

Un paseo por el casco histórico de la ciudad legendaria nos permitirá implementarle un rostro propio, junto con una personalidad determinada

Detalle de la tabla de San Antonio abad ascendiendo a los cielos, pintada por Martín Bernat, en el siglo XV.
Detalle de la tabla de San Antonio abad ascendiendo a los cielos, pintada por Martín Bernat, en el siglo XV.Museo Alma Mater

Conocer una ciudad del calibre de Zaragoza requiere que sigamos una serie de reglas. En primer lugar deberíamos tratarla como merece: olvidar que se trata en realidad de una ciudad y sucumbir al cliché que dice que las ciudades son como personas de verdad, semidioses atrapados en el mundo terrenal, hijos predilectos de una deidad menor. Su piel se convierte en ladrillo y sus arterias supuran cobre dorado. Debemos concederle un rostro con ojos y una sonrisa.

¿Y dónde esconde Zaragoza su sonrisa?

Desgreñada

Por lo pronto, una mueca húmeda se curva hacia abajo y su labio superior parece la Basílica de la Almudena pintada con el ladrillo de rojo coquetón. El piercing del Puente de Piedra se lo puso en 1401; se clavó el Puente de Santiago en 1967. Dos ojos tristones que son Plaza de Toros de la Misericordia (el derecho) y el Teatro Romano (el izquierdo), ubicados sobre una nariz que sería el Mercado Central de Zaragoza, esbozan la carita. Una maraña de pelos y calles y barba y avenidas terminan por retratar a esta ciudad-persona que parece completamente indiferente a cómo luzca su aspecto. Dos mil años después de que César Augusto fundara Cesaraugusta (luego llamada Saraqusta y actualmente conocida como Zaragoza) podemos reconocer que los años le han concedido esta personalidad variopinta y desordenada en el estilo de sus edificios. Se aplica cremas de cemento y potingues de ladrillo para mantener las mejillas tersas, pero se nota, al tocar su piel rugosa palpamos muchos altibajos de la personalidad.

Aljafería de Zaragoza.
Aljafería de Zaragoza.Alfonso Masoliver

Es porque a Zaragoza le han cortado el pelo los cuchillos de los propios romanos, los suevos, los musulmanes, los castellanos y los franceses y los republicanos, entre muchas otras personitas, y cada corte de pelo le siega brutalmente enormes mechones de pelo y barba. Como granos de adolescencia le supuraron las explosiones de sus enemigos. ¿Y quiénes son sus enemigos? Susurra muy bajito que son los hombres, como asustada de que la oigan, que sus enemigos son sus creadores que al cabo de trescientos años se le quedaron chicos y que siempre se empeñan en arruinarla con sus inventos de chiquillo. Aunque los torpes humanos todavía le llaman en femenino cuando en realidad recibe su nombre de su padre.

En alguna ocasión prácticamente se ha rapado el pelo del todo. Y la ciudad crece o se derrumba en función de su estado de ánimo. Le crecen granos, se corta el pelo, en momentos concretos ha experimentado un placebo frágil de felicidad: cuando los años dorados de los musulmanes o cuando la Expo de 2008. Entre las canas le asoman los edificios que albergaron el evento; breves destellos en la forma de andar de la gente, conjugados con la entrada de la Aljafería, revelan los gestos que le impregnó este sentimiento absurdo.

Zaragoza esboza muecas. Cae la gota fría y el río se hincha de agua, parece sonreír, y los toritos resoplando hacen de pupilas bailongas en abril, abre los párpados (el telón del Teatro) mientras los ojos parecen a punto de desbordarse con un líquido rojo carmesí. Los seres humanos hacen patéticos equilibrios en las calles. Todo aquí es movimiento y cambio permanente. Se borran las nubes, nace por enésima vez el sol.

Indecisa

Y fíjese que esta ciudad fue politoxicómana. Pero no se alarme. Muchísimos lugares han jugueteado alguna que otra vez con la jeringa y la mota en los últimos años y Zaragoza, siendo tan a su manera, dijo, qué carajo, yo también puedo, allá que voy, y si visitas la Calle Estébanes y preguntas a la gente adecuada te hablarán de los años chungos de borrachos y princesas en el Tubo, cuando nuestro mundo era un pelín más excitante y en los lugares chungos no había taperías para los turistas. Aunque todavía entran pequeñas dosis de droga en las arterias de Zaragoza y apenas hace un mes que detuvieron a dos tipos por trapichear en el barrio de La Almozara. Ocurre cada pocos meses aquí como en cualquier ciudad del mundo, pero esto nos sirve para deslizar una nueva habilidad en nuestra persona-ciudad: si se enfada será mejor que corras, hormiguita. Un adoquín suelto, una bala perdida, un tropezón tonto y te comerá sin aliñar.

Virgen del Pilar.
Virgen del Pilar.Alfonso Masoliver

Es que Zaragoza no es como nosotros. Tantas lluvias a descubierto enajenan a cualquiera. Mire que no solo es desaliñada y tiene un pasado turbulento, es que también es indecisa. Hoy adora a los dioses del Olimpo y aquí se yergue una estatua de Augusto junto a la Iglesia de Juan Bautista de los Panetes, como una peca; mañana su garganta cantará hermosísimas rimas al Sublime y pasado se embadurnará los labios con el tinte rojo del Pilar.

¿Sabes cuál fue su peor beso? Se lo dimos los hombres. Fue una bomba que arrojaron los republicanos durante la Guerra Civil y que cayó sobre la Basílica pero, milagro, milagro de la Virgen, atravesó con violencia el techo y no estalló al caer. Ese beso fue como un puñetazo en el labio. Y vaya campeón es Zaragoza porque se levantó otra vez y escupió los dientes de vuelta, igual que hizo con Napoleón y sus adláteres en 1808. El plomo y el acero a Zaragoza le irritan, sin importar quién se lo mande.

Su baúl de los recuerdos lo tiene bajo el sombrero, en el cementerio de Torrero, y les digo que el fieltro de ese sombrero, sus recuerdos, son bien bonitos. Aunque hoy los tenga un poco desordenados por los piojillos que le pululan entre la desordenada melena.

Mágica

Alguien dijo voz. Dijeron que para ser persona necesitamos ponerle una voz a Zaragoza. Pero es obvio, ¿o no? Supongo que tendrá el vozarrón melodioso de José Oto. Mire, pegue el oído al río. La voz nace de los labios y se transforma en melodía. Sale un rumor que raspa los tímpanos y regurgita milagrosamente en nuestra garganta, confundidos aspiramos una bocanada de aire húmedo y el sonido se hace gusto. Esta persona-ciudad juega con nosotros como quiere, hincha los carrillos y nos echa para atrás.

Cementerio de Torrero.
Cementerio de Torrero.Alfonso Masoliver

Nos empuja y nos vacila hasta meternos de rosca en el recibidor del Museo Alma Mater. Si el cementerio eran los recuerdos desordenados de los últimos trescientos años, este museo sería como el subconsciente perfectamente enraizado en el alma de una persona, en este caso de Zaragoza, una ciudad sometida a sus propios prejuicios y traumas de infancia que no se consigue sacudir (ni debería, o toda su personalidad extraordinaria desaparecería). Aquí aparecen recuerdos físicos que nos permiten psicoanalizarle: figuritas de la Virgen, cuadros que representan escenas bélicas y religiosas, objetos árabes de oro, herramientas burdas de piedra y espadas oxidadas, entre otras perlitas que dan sentido a la persona-ciudad. Son sus ideas, sus supersticiones aderezadas con ambiciones caducadas.

Sobre la duda de si es cristiano o musulmán, yo la verdad es que hablando de Zaragoza no sabría decirle. Aunque tampoco creo que le atraigan ninguna de las dos religiones. Tiene un tipo de personalidad demasiado reflexiva, soñadora, resistente, obcecada, propia, perdida en sus profundísimos pensamientos, como adormilada, sedada por voluntad propia para no sentir el picor de los canallas infestándola desde hace siglos. No, no es que los zaragozanos sean unos canallas, ni mucho menos, no me refiero a eso, personalmente me caen muy bien los maños. Pero que el ser humano somos una ratilla sucia y astuta que se aferra a los pelos de las ciudades, de eso no le cabe duda a la mueca experimentada de Zaragoza.