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Campos de batalla en España: el Cementerio de Torrero

Visitamos el punto exacto donde ocurrió la batalla de 1710 pero nos encontramos sin esperarlo en el centro de la Guerra Civil

Cementerio de Torrero.
Cementerio de Torrero.Alfonso Masoliver Sagardoy

Toda esta historia comenzó cuando se me ocurrió visitar el monte Torrero a las afueras de Zaragoza. Resulta que en el año 1710 combatieron aquí las tropas leales a Felipe V de Borbón contra quienes apoyaban la candidatura de los Habsburgo para la corona española, en el marco de la Guerra de la Sucesión. Fue una batalla tan feroz como ninguna, puro hierro y rezos hechos añicos contra las puertas de la mítica ciudad. Según lo que había leído, los cadáveres de ingleses, franceses, españoles, holandeses y austriacos se esparcieron en este monte con un nombre tan curiosón. Y mire que la política o las obras de váteres contemporáneos son muy importantes pero también es importante mancharse los pies de barro y revisar cada poco en cuando nuestra Historia, comprobarla con nuestros propios ojos siempre que nos sea posible (aunque solo sirva para conocernos mejor), y para eso hace falta buscar campos de batalla que todavía estén frescos en el suelo y que puedan articularnos alguna palabra.

Imagine mi torpeza porque ignoraba que el monte es ahora un cementerio. El más grande de Zaragoza, por añadido. Actualmente se conoce como el Cementerio de Torrero. Es como una secuela siniestra de la Batalla de Torrero.

Monumentos franquistas y republicanos

Cuando uno va de viaje decidido a imaginarse una batalla y descubre que la batalla ya ha terminado solo encuentra las tumbas de los soldados pues se lleva un buen chasco. Y se le ocurre dar la vuelta al coche y saltarse la visita. Pero fíjate que suerte porque a este reportero le encantan los cementerios con todas las historias que tienen enterradas, son como tesoros, este reportero es un puñetero nostálgico que encuentra ligeramente placentero y de una desolación enorme pasearse entre el recuerdo de quienes ya se han ido. Por eso entré a tiempo para ver el primer monumento en la entrada. Una cruz magnífica construida durante el franquismo con hormigón armado y situada en lo alto de una escalinata muy bonita.

En un cartel explicativo se puede leer que es un monumento a los caídos, aunque más abajo, en la propia cruz, se especifica que está dedicada a “los héroes y mártires de Zaragoza caídos en la cruzada de la liberación”, y un poco más abajo escriben la fecha, el remate que terminaría la acusación: “1936-1939”. Entonces cualquiera con dos dedos de frente comprendería que no es un monumento a todos los caídos, sino dedicado a algunos caídos, concretamente a los héroes y mártires de Zaragoza caídos en la cruzada de la liberación entre 1936 y 1939, no habla de los caídos durante la Guerra de la Independencia, no se refiere a los que lucharon por los Reyes Católicos, habla de esos concretos que cayeron en los años indicados.

Monumento franquista a los caídos en el cementerio de Torrero.
Monumento franquista a los caídos en el cementerio de Torrero.Alfonso Masoliver Sagardoy

Todo el panorama se relativiza con el intercambio volátil de adjetivos. Y fíjese que no soy de izquierdas pero si lo fuera me repatearía la plaquita casi más que pensar en mi padre que los de Franco le mataron. Y al más viejo estilo de Simba frente al cadáver de Mufasa, como cualquier buen vengador, juraría sobre los hombres que mató mi padre que vengaría esta ofensa de sus asesinos. Creando un círculo perfecto. Entonces se comprende en cierta medida el aluvión de memoriales republicanos que puedes encontrar en el Cementerio de Torrero, y ya aviso a los votantes más sensibles de VOX de que su número es elevado. Entre las marcas de las fosas comunes, el monumento por el Tercio de Sanjurjo, el memorial a las víctimas de violencia franquista y el monumento por los muertos por la libertad, la España socialista se ha tomado su revancha procurando igualar el monstruo de hormigón de la entrada.

A los pocos pasos que damos en el cementerio, nos olvidamos de la política. Humanos y curiosos, primates flácidos expulsados de la selva, caminamos a dos patas entre los restos putrefactos de nuestra especie mientras olisqueamos el aire de Torrero con un sabor dulzón. En algunas tumbas han pegado las fotografías de los difuntos. Desconocidos impresos en blanco y negro con la misma mirada inerte que nos arranca la cámara puesta en el nicho de enfrente, parece como si nunca hubiesen existido. Cien metros a la derecha de la entrada, tras caminar unas pocas filas, llegamos al mausoleo de Joaquín Costa Martínez, un jurista, escritor, pensador y político republicano del que nunca había oído hablar; aunque un cartel explicativo señala su tumba y lo tilda como el Moisés de los republicanos, entonces debió ser muy importante. Me siento un poco analfabeto por no recordar quién es.

Junto al mausoleo hay una pared donde dicen (otra placa explicativa, caramba, más que un cementerio parece un parque temático) que allí fusilaron a cientos de republicanos durante los primeros años del infame franquismo, precisamente allí, junto al mausoleo de Joaquín Costa. Como soy un poco brujo rasco el polvillo de los ladrillos para llevármelo a casa y guardarlo. Y se vuelve de noche mientras se escuchan las ráfagas escuetas de los verdugos, seguidas del sonido de los cuerpos al caer, siempre prolongado, inocentes o no.

A este paso ya empiezo a preguntarme adónde encontraré un monumento que recuerde a los once mil valientes que cayeron aquí en 1710. Esta era mi misión original. Aunque llevamos media hora en el cementerio y comenzamos a encontrarle su belleza. Aparte de la ruta de Memoria Histórica está otra de arte funerario y el arte funerario es una cosa seria, aterradora y magnífica. Son ángeles jóvenes que aguantan cien años encaramados a los cuerpos de gente real. No se inmutan si los tocamos, aunque por respeto no deberíamos hacerlo. Ni andar pisoteando las tumbas. Aunque esto supongo que se da por sentado.

Paredón donde fueron fusilados los presos republicanos durante la Guerra Civil, junto al mausoleo de Joaquín Costa.
Paredón donde fueron fusilados los presos republicanos durante la Guerra Civil, junto al mausoleo de Joaquín Costa.Alfonso Masoliver Sagardoy

Hijos y héroes

Cuando alcanzamos el extremo sur del cementerio nos encontramos con nuevas sorpresas. Próximas al Monumento a la Fosa común están las tumbas de un centenar de soldados que sirvieron en el Ejército y la Armada durante los años de la dictadura. Son cien, quizá más de cien cruces de hierro negro, algunas solo marcadas con un número. Pero ellos no tienen ningún monumento bonito que recuerde su valor. Más allá encontramos las tumbas de los hijos (independientemente del bando) que murieron durante la guerra pero, sorpresa, inaudito, encontramos algunas de estas tumbas rotas, deshechas, hechas un montoncito de granito pulido en el suelo. En algunas se mantiene a duras penas un pedazo de la cruz.

Están intercaladas con tumbas humildes datadas entre los años cincuenta y principios de los sesenta, lo suficientemente alejadas de los mausoleos importantes y los panteones de familias. Decenas, puede que cientos de cipreses plantados a su alrededor hunden sus raíces tierra adentro.

Dato número 193 sobre los cementerios: en los cementerios se suelen plantar cipreses porque sus raíces no se extienden sino que profundizan hacia abajo, alejándose cada año de los cuerpos de los difuntos.

En la esquina oeste del cementerio se puede apreciar el monumento dedicado al tercio de Sanjurjo. Fue inaugurado en 2018 con mucho bombo y platillo por el gobierno socialista de Pedro Santisteve y, aunque no me gusta especialmente la escultura que escogieron, me sorprende que guarda cierta semejanza con una cruz. Mírenla, adjunto una foto. Se parece más a una cruz que a muchas otras cosas. Me sorprende y me extraña un poquito, aunque no quiero meterme en los fregados políticos porque manchan mucho. ¿A quién si no se le ocurriría plantar en este cementerio cristiano un lastimoso intento de la Cruz, a la vez que denominaban al artefacto como “una representación de arte urbano”? ¿A quién si no, si no son políticos?

Monumento al Tercio de Sanjurjo.
Monumento al Tercio de Sanjurjo.Alfonso Masoliver

Ni rastro de los soldados de 1710.

El perdón de los muertos

Los difuntos reinterpretan a Groucho Marx desde su agujero y me aseguran que la política es el arte de enterrar y desenterrar muertos. Que los políticos del mundo juegan sus partidas de ajedrez derribando peones y que, cuando llega el momento adecuado, vuelven a colocar sus piezas sobre el tablero y repiten la partida. Pero que esto no es culpa de los políticos. Tampoco es culpa de Magnus Carlsen que el ajedrez se juegue con torres y con alfiles, en ese caso sería culpa del chino que inventó el ajedrez.

Seguro que alguien piensa que los políticos no hacen más que interpretar y transformar las ideas de hombres enterrados en cementerios como este, si es que se conservan sus tumbas, igual que haría Magnus Carlsen con el ajedrez o Mao Zedong con lo suyo. Pobrecillos, no es culpa suya. En tumbas como estas se percibe un olvido imparable, se deshace el granito y mueren hombres buenos que acaban olvidando nuestro nombre como se extravió el nombre del dios Imhotep, se olvidan la forma de nuestra sonrisa y de nuestros sueños, nuestras ideas. Hoy quedan los hombres mediocres vivos para tomar lo poco que rescatamos del olvido e interpretarlo a su manera, son torpes pero poderosos, aunque también construirán bloques de pisos sobre sus tumbas, dentro de no demasiados años.

Mausoleo familiar en el cementerio de Torrero.
Mausoleo familiar en el cementerio de Torrero.Alfonso Masoliver

Este espejismo de recuerdos tiene muchas lápidas todavía intactas y los nombres y las fechas de los que están allí se aprecian con claridad. Pero cuando se borren esos nombres también, igual que los nombres de tantos hijos corruptos a lo largo de la Historia, entonces el olvido culminará y será un olvido mucho más volátil, casi eterno, moldeable para todas las manos que consigan atraparlo. Las lápidas de Torrero escenifican esta liberación mientras se deshace del hormigón con cada lluvia, ¿no es fantástico?, el campo de Batalla de Torrero hace tiempo que resucitó y ahora camina por entre los cipreses al alcance de la mano, libre de cualquier monumento que lo aprisione. Muchas otras batallas que fueron en muchos otros sitios también han encontrado su hueco aquí, huyendo de los vivos y de los edificios, acomodados en la caja inequívoca que nos espera en el nicho.

Cuando salimos del laberinto de Torrero, espantados por el calor y por las moscas ocasionales que parecen salir de cualquier lugar, cruzamos una última vez el “monumento por los mártires de la libertad” y nos damos cuenta de que nos hemos dejado los cigarrillos en un banco de la Calle F. Volvemos atrás y, ya definitivamente, tapándonos los oídos para no escuchar a los iracundos cuervos, regresamos corriendo al coche y metemos primera sobre la marcha. Huimos. Y dentro de pocos años, quizá días, como le ocurre a todo el mundo si no nos ha ocurrido ya, tendrán que deshacerse de nuestro cuerpo maloliente en un sitio así.