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Viajes

El Museo Nacional de Malí: basura en lugar de máscaras, humaredas en lugar de cultura

Una visita a este museo nos devuelve a las calles bulliciosas de Bamako con una sensación incómoda agarrándonos las tripas

Un grupo de ciciles malienses saluda a un helicóptero del ejército francés cerca de la ciudad de Bourem, al norte de Mali larazon

Hoy estamos en Bamako. Desde la terraza del hotel, aquí y más al fondo, pueden apreciarse las columnas de humo negro que suben, se extienden a rastras e inundan definitivamente las capas altas de la ciudad. La imagen es similar a la de los pozos de petróleo en el desierto de Kuwait o aquellas fotografías tan icónicas de iglesias en llamas durante la Semana Trágica de Barcelona; es solo que aquí en Bamako, como en tantas otras ciudades de su estilo, en lugar de arder los símbolos de poder, de la cultura, de una civilización atacada, en las columnas de humo solo hay espacio para que quemar la basura que produce la capital maliense. Amontonada a pie de calle. Rociada con un chorro de gasolina. Desde la terraza del hotel se observan las columnas de humo negro que se nos cuelan en las narices con un regusto ácido a plástico carbonizado.

Aunque ser periodista de viajes en Malí, o mejor, turista, quizá parezca una ensoñación estrafalaria si tenemos en cuenta la situación actual del país. Y eso que Malí era un destino turístico habitual para los cazadores de aventuras hasta hace poco menos de diez años, incluso después del gol de Iniesta era un destino solicitado, que se dice pronto. En el norte flota sobre el Sáhara la ciudad sagrada de Tombuctú, la ciudad de los 333 santos, Eldorado africano, la que fue capital del mayor imperio de África y residencia vitalicia del hombre más rico que ha manchado la Historia, el legendario emperador Mansa Musa. Malí tiene muchísimo que ofrecer al turista. En el sur del país se apretujan, en el espacio matemático que les concedió el cartabón francés, los árboles vigorosos y bamboleantes de la selva subtropical, aquí pueden encontrarse variopintas aves del paraíso, monos graciosísimos o muy peligrosos, leopardos, antílopes, incluso minas de oro que hacen de Malí uno de los mayores exportadores mundiales de este metal precioso.

Vista aérea de Tombuctú. La ciudad de los 333 santos estuvo controlada por los islamistas en 2013.Mousssa NIAKATEhttps://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0/deed.es

Al norte solo quedan el desierto y algunas minas de oro. Hay dunas del tamaño de montañas que se escurren como las serpientes, calor, arena, edificios de adobe abandonados hace doscientos años, calor, arena, Tombuctú, tuaregs nómadas montando camellos guiando su ganado, exotismo, fortuna. Malí tiene muchísimo que ofrecer a los turistas.

Entonces, ¿cuál es el problema en Malí? Bueno pues tiene muchos. Para empezar, el país está hundido hasta el pecho en un conflicto que involucra a su gobierno, yihadistas, franceses, tribus mande, tuaregs radicales, bandidos y algún que otro grupo que mejor me voy a callar. Este conflicto es un problema importante. Luego hay muchos problemas más. Basta con encender buscar un poco en Internet lo que viene a ser África con las seis letras en mayúsculas y vivir en el siglo XXI para saber que Malí, como tantos otros países del continente, tiene muchos problemas. Los circuitos turísticos no suelen traernos aquí. Me decía mi cuñado el otro día, como quejándose: es que si yo voy al Everest para a buscar una aventura, no la encuentro porque lo han vuelto un destino turístico y hasta en el Everest hay cola, increíble, en el Everest hay más cola que en la caja del Mercadona. Eso será porque el turismo hace nueve años que no nos lleva a Malí.

El Retiro de Bamako

Pero hoy estamos aquí, aspirando las columnas de humo como yonquis del incienso de la humanidad. Y como somos turistas (compramos una gorra nueva en Barajas y dos veces al día nos aplicamos crema de protección), ningún sentimentalismo miserable puede desviarnos de nuestra refinada naturaleza e iremos de visita, en parejas de a cuatro en cada taxi, a ver todos juntos el Museo Nacional de Malí. Son unos taxis amarillos de marca Mercedes que debió donar algún país europeo en los setenta, con la pintura desconchada, el parachoques repintado de verde y aderezado con rayajos. Fuera, en la calle, los turistas nos vemos ligeramente expuestos al furor de la multitud. Observamos con ojitos de corderito desde el sofá desvencijado las mismas imágenes que veíamos en la exposición de WordPress del año pasado, solo que en esta ocasión, manan olor y se les escucha gritar en su idioma. Llegamos al museo. En la puerta no hay nadie. Entramos. Tras cruzar el arco de entrada accedemos a un parque que podría considerarse algo parecido al Retiro bamakés, es el llamado Mali National Park.

- Entonces, ¿esto de aquí es un Parque Nacional? ¿Como el Timanfaya?

Monumento por las víctimas del terrorismo en el Museo Nacional de Malí.Alfonso Masoliver Sagardoy

No exactamente. Es un parque libre de humo, un oasis verde y diminuto perdido en la enorme ciudad. A simple vista parece interesante. En algunos rinconcitos han colocado maquetas a escala de las mezquitas de Tombuctú y Djenné, muy parecidas a las que hay en el Parque Temático del Mudéjar en Olmedo, aunque estas de aquí están muy castigadas por la humedad del clima y a la mezquita de Djenné le está creciendo una mano de moho muy decadente. A su alrededor se disemina la basura. Y cuando digo esto me refiero a que hay diferentes tipos de basura: hay basura como, la basura de casa, la basura de la oficina, la de plásticos, la de cartón, la basura de cada uno, la basura que los más incívicos tiran esporádicamente por la ventanilla del coche, etc. Y la basura que hay en el Museo Nacional de Malí se parece a esta última (lo digo como hombre que ha parado muchas veces en la carretera para aliviarse la vejiga, le aseguro que en las cunetas encuentra uno la basura más variada, extravagante, locuaz), aquí encontramos todo tipo de tesoros mugrientos: un zapato desparejado puesto como por casualidad, un plato de cuscús medio volcado con pajaritos picando alrededor, bolsas de agua vacías, mascarillas, papeles con historias de números, basura.

Nadie esperaba este espectáculo dentro del Museo Nacional de Malí. Fuera, entre las columnas de humo y donde la guerra ha mordisqueado los huesos del futuro de la nación, quizá no nos sorprenda. Pero no esperábamos que en el apartado de “hierbas medicinales” del museo, el viajero encuentre malas hierbas despeinadas y macetas vacías, ni que la insinuante “maison du thé” que señalaban los carteles dentro del parque era un puñetero bar.

Vacío, vacío, vacío

El museo está cerrado. Me refiero al edificio que alberga al museo per se. Nos acercamos al cristal de la puerta, tapamos la luz con las manos para ver dentro y, ¿qué hay, qué ves? No veo nada. Un armario vacío al fondo de la habitación. El suelo cubierto por gruesas pelusas de polvo. ¿Expolio europeo o la perpetuación de la basura del parque? No lo sabemos. Desde que hemos entrado en el museo no hemos visto a nadie que nos atienda. Pero hay parejas sentadas en los bancos que charlan mientras se hacen carantoñas, amigos tumbados en el césped, niños de visita con el colegio, vida cotidiana (el mejor tipo de vida), un puesto imprevisto de palomitas que maneja una chiquilla muy simpática. Esto hace que el parque adquiera un sabor más dulce dentro de su ruinosa acritud.

Pero ver el museo en este estado vence a la ternura que puedan inspirarnos los que disfrutan del parque. Como turista, como cliente, como parte interesada en la historia de Malí, como individuo afín a la causa africana, desprecio los sentimentalismos y los buenismos y las excusas que me susurra el corazón, usando un tono de voz estridente e insoportable exijo a los responsables que ofrezcan un museo decente.

Grabado que representa a mercaderes berberes entrando en Tombuctú sobre 1300.Dominio Públic

No exijo efectos especiales ni virguerías de museos pijos pero sí que desearía algo mejor que esto. Y no lo digo por mí. Yo mañana me vuelvo a España. Es solo que pienso que el legado de nuestros antepasados también puede mantenerse de alguna manera en el hogar familiar, sin duda, pero que legados tan variados y tan extensos como los de Malí necesitan un punto de encuentro que los clasifique y los aúna, para conformar así una fabulosa criatura cultural, un coloso africano con los músculos de adobe y la máscara de los ancestros incrustada en sus mejillas negras. Siendo testigos de esta desunión cultural llevada a un nivel institucional, tampoco nos extraña que tantos sectores sociales del país estén a palos entre ellos. Pensemos que Malí, igual que todos los países del mundo, puede arder y ocultarse, toser empapado de humo si no tiene alternativa, pero nunca debería abandonar su cultura a esta suerte patética. Si no me creen, que le pregunten al Museo del Prado y a todas las guerras que ha sobrevivido. Y oiga, que contratar a un tipo para limpiar la basura les cuesta dos dólares al día, es una medida sencilla y efectiva que escapa incluso al poder del neocolonialismo francés.

A continuación aparecen otros pueblos y les devoran. Las culturas milenarias africanas son patrimonios de la humanidad que se nos están escurriendo entre las manos, con cuentagotas, no sé muy bien por qué. ¿Es porque hemos robado a Malí todas sus piezas de exposición? ¿Es porque hemos transformado su arte en artesanía? ¿Es por una cuestión racial? ¿Es porque sus políticos conducen coches de exportación que les regalan sus socios chinos y franceses? No lo sé, todavía no lo he averiguado. Pero como turista vengo y me gustaría presentar una queja formal al mandamás de todo este asunto, al jefe del jefe del museo, al carbonero que echa su combustible al fuego de los problemas del mundo, a su dios: deja de tergiversar, expoliar, ensuciar, malversar, sepultar, esconder, robar, amputar la cultura del mundo. Incluyendo la de Malí.