Castilla y León
Soria, románico con sabor a setas y trufa
Si en la variedad reside el buen gusto, Soria es un perfecto ejemplo de este axioma.
Ahora que arrecia el frío, el cuerpo nos pide imaginar un lugar con una de las zonas boscosas más importantes de Europa donde poder disfrutar del turismo activo; un lugar con joyas románicas únicas en el mundo; imaginar una gastronomía que nace de la tierra, con aroma de setas y trufas. Ahora, deje de imaginar; ese lugar existe y es la provincia de Soria, a pesar de ser una de las menos conocidas –turísticamente hablando– de la geografía española, dato realmente curioso si pensamos en la riqueza y diversidad que ofrece al viajero. Porque si en la variedad reside el gusto, Soria es un perfecto ejemplo de este axioma.
La irregular geografía de Soria se traduce en un paisaje ecléctico que nos lleva desde la alta montaña hasta los valles más angostos o a los viñedos regados por el río Duero. Bosques y lagunas, parajes solitarios y espacios protegidos, donde se conservan gran número de especies vegetales y animales, se dan cita en esta provincia ubicada casi en el corazón de la Península. Nombres míticos para los amantes de la naturaleza: Parque Natural de Picos de Urbión y Laguna Negra, Cañón del Río Lobos, La Fuentona o el Sabinar de Calatañazor. Todos ellos son auténticos templos medioambientales que invitan a conocerlos con las botas puestas y con buen ánimo para caminar.
► Cómo llegar: la conexión por carretera a Soria es buena tanto por la N-I como la N-II.
► Dónde dormir: el Hotel Villa de Berlanga, en Berlanga de Duero, está ubicado en un edificio que data de 1904.
► Dónde comer: los restaurantes Casa Vallecas, en Berlanga de Duero, y El rincón de Medinaceli, en Medinaceli, son perfectos para probar la cocina castellana.
► Más información: en la página web www.sorianitelaimaginas.com.
Ahora, en pleno otoño, hay otra tarea imprescindible: si es un apasionado de la micología, Soria es el paraíso; un perfecto ejemplo, a nivel internacional, en la regulación de recogida de hongos. Sus más de 10.000 km cuadrados de masa forestal –con unas condiciones climáticas perfectas– se han convertido en uno de los destinos preferidos para encontrar –y por tanto también para degustar– boletus, níscalos, setas de cardo, amanitas o perrochicos.
Y ya puestos a repartir viandas, no conviene olvidar las delicias derivadas de la matanza del cerdo (como los famosos torreznos) o la mantequilla de Soria, que cuenta con su propia denominación de origen. Todo ello bien regado, cómo no, por los afamados caldos de Ribera del Duero.
Tan fácil como encontrar una seta en otoño lo es encontrar una joya del románico en Soria: en toda la provincia hay más de 300 monumentos, por lo que resulta realmente sencillo toparnos con una de estas joyas en cualquiera de sus pueblos. Los peregrinos a Compostela trajeron a Castilla las formas estéticas que Italia y Francia estaban imponiendo en sus construcciones religiosas. La primera muestra de ello la podemos encontrar en San Esteban de Gormaz, donde se encuentra la iglesia de San Miguel, uno de los edificios más antiguos de toda Castilla y León, como lo testifica la fecha de 1081 grabada en uno de sus canecillos. Con tal número de construcciones, es realmente complicado establecer una ruta lógica y sencilla para el viajero, pero si hay una visita inexcusable es a Casillas de Berlanga, donde nos aguarda el pequeño cenobio de San Baudelio, la verdadera joya del arte prerrománico hispano, cuya singularidad se encuentra en su interior (el exterior dice bien poco de lo que nos aguarda dentro), con una única columna que, a modo de palmera, despliega sus ramas en ocho arcos de herradura.
No podemos catalogar el monasterio de Santa María de Huerta como construcción románica (quizás sí con cierto aire tardío) porque la evolución de su construcción lo llevó hacia el pleno gótico. Lo que es cierto es que estamos ante el monumento religioso más importante de la provincia de Soria. Gracias a la perfecta conservación de muchas de sus dependencias, los visitantes pueden, como en muy pocos lugares, hacerse una idea de cómo eran y cómo se organizaban en un complejo monástico cisterciense a finales del siglo XII. La visión de este recinto –divino por su luz, grandioso por su tamaño, perfecto por sus proporciones– bien vale un viaje a este rincón del sureste soriano, a orillas del río Jalón. La tenacidad de los monjes del Císter convirtieron un lugar árido y despoblado, duro de ver y casi imposible para vivir, en un auténtico vergel, una «huerta divina» dedicada (como marcan las normas de esta orden) a Santa María. Un oasis espiritual que ha perdurado, casi intacto, hasta nuestros días.
Todo en su interior es de una belleza sobrecogedora, pero sin duda alguna, la estancia que más llama la atención es el Refectorio de los Monjes, no sólo por su tamaño (34 metros de largo, 9,5 de ancho y 15 de alto), sino por el hecho de que este lugar estuviera dedicado a comer y no a rezar. Bien es cierto que estos monjes hacían ambas cosas a la vez y puede que por este motivo se permitieran tamaño lujo...con púlpito incluido.
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