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Viena: un emocionante paseo por el imperio

Una fascinante ciudad marcada por los recuerdos del nazismo y el legado de los Habsburgo, todavía visibles en la actualidad

Viena
VienaDreamstime

Viena es una ciudad orgullosa de su pasado imperial. Los palacios jalonan las calles del distrito 1, el centro histórico, de los 23 que conforman la actual Gran Viena. La emperatriz Isabel y el emperador Francisco José, son el centro de atención mientras que la Segunda Guerra Mundial y el nazismo han quedado relegados casi al olvido.

Solo el impresionante monumento en recuerdo del Ejército Rojo, similar al que se puede contemplar en los campos de concentración, en las cercanías de los Palacios Belvedere, que no ha sido destruido porque fue condición para la retirada de las tropas soviéticas, el memorial del Holocausto en la Judenplatz, otrora epicentro del barrio judío, el grabado del 05 en la monumental catedral de San Esteban en recuerdo de la organización de aglutinó a los opositores a los nazis, el monumento a las víctimas del nazismo frente al Museo Albertina y a dos pasos del famoso Café Sacher donde se pueden degustar las tartas con la receta original de esta afamada tarta, una estatua dónde Hitler grabó su nombre y que aparece hoy borrado en la piedra pero que se puede distinguir y los restos de los búnkeres antiaéreos.

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Poco más. En Viena, su nombre no se pronuncia. Es el innombrable. El imperio tenía que demostrar que era imperio y emitir poder. El romanticismo lo pusieron Sisi y Francisco José, la cultura Mozart, Haydn, Betthoven, Strauss y Shubert, y el poder se cuajó durante los 800 años que reinó la dinastía de los Habsburgo desde 1273 hasta la derrota de la Primera Guerra Mundial en 1916. En estos años se vivió de todo. Desde la guerra con el Imperio Otomano hasta desordenes sociales como la Revolución de 1848. Los Habsburgo se conocieron en España como los Austrias siendo Carlos I de España y V de Alemania la referencia obligada. Sin embargo, no es la única. Los impresionantes Palacios Belvedere fueron construidos por el Príncipe Eugenio de Saboya. Encargó su construcción con la recompensa que recibió por sus victorias en la Guerra de Sucesión española que, curiosamente, Austria perdió frente a los Borbones de Francia. Los tres palacios, uno de ellos nunca habitado, con amplios jardines invitan a la relajación después de visitar la Ópera, inaugurada con Don Giovanni de Mozart en 1869 y la Kalskirche, una auténtica obra maestra del barroco.

El recorrido quita el hipo con unas avenidas repletas de palacios y residencias de verano que hoy, en muchas ocasiones, son embajadas.

A pesar de la opulencia de esta zona vienesa, nada puede igualar al complejo imperial de Hofburg. Allí se puede todavía respirar la elegancia del Imperio Austrohúngaro con el palacio de Sisi –la emperatriz Isabel– y la sede de la Cancillería, incluida la Iglesia donde se casó la propia Sisi y, nada más y nada menos, que Napoleón. La iglesia, la Augustinekirche, que alberga la cripta de los corazones. No unos cualquiera. Los corazones de los emperadores de Austria. Viena es República desde 1918 pero sigue cultivando su origen imperial. Es su ADN.

Las calles del centro están jalonadas de palacios, monumentos y, sobre todo, de tiendas. Es la zona comercial por excelencia y por la noche, sin turistas, la zona de ocio de la juventud vienesa. Durante el día, entre tienda y tienda, conviene darse el gustazo de comer la típica salchicha en los innumerables kioscos mientras deleita la mirada ante, por ejemplo, la singular columna de la peste, también de estilo barroco. La Pestsäule fue erigida por Leopoldo I para celebrar que Viena se libró de la epidemia que se cobró la vida de 100.000 personas. Por si no sabían quién era Leopoldo lo pueden ver en la columna rodeado de querubines y ángeles.

Eso sí, no olvide pedir su salchicha en bocadillo porque si no se la darán en plato, cortada y con la salsa aparte. Si quiere algo mejor el Palmenhaus, un restaurante jardín, situado tras la Albertina le hará conocer las delicias de la comida vienesa. Otro lugar gastronómico, recomendable, es el popular mercado de los sábados, el Nascharkt donde puede degustar las consabidas salchichas hasta frutas, verduras, carnes cocinadas en diferentes especialidades y todo tipo de mariscos, incluidas unas «latitas» de caviar ruso e iraní de un kilo al «módico» precio de 5.000 euros.

A pocos metros, puede llegar a la Karlplatz pero no se quede en la superficie. En medio de la plaza se encuentra la entrada de las Cloacas de Viena que inmortalizó Orson Welles en su «El tercer hombre» protagonizando a Harry Lime, que huía por ellas de la policía en la Viena de la posguerra. Esta Viena bajo tierra nos descubre desde catacumbas, teatros como el Kunst im Prückel, cabarés –Fledermaus–, criptas, antiguas bodegas hoy restaurantes y, como no, los restos de Vindobona, el campamento romano que dio nombre a Viena. Ya ven, un paseo por el imperio.