Ángela Vallvey

Hacer

Decir una cosa y hacer otra es lo habitual. En política, hacer y decir son dos caras diferentes... de monedas distintas, de universos paralelos. A menudo –pareciera– que no importa. Un político dice una cosa y luego hace la contraria. No pasa nada. Ni media. Un político jamás se atrevería a hacer algo distinto de lo que dice si no supiera que eso no le reportará ningún «castigo» electoral. Y así es. Comprobado: la «parroquia» política tiende a disculpar a su líder, apasionadamente. Todos conocemos a alguien –de izquierdas o derechas– famoso en su entorno por defender acaloradamente las contradicciones, meteduras de pata, vicios públicos y privados, cagadas, e incluso delitos flagrantes del cabecilla (y está bien dicho: porque puede tener una cabeza chiquitilla) de su bando. La política se parece en eso al fútbol: el aficionado defiende unos colores, una bandera, un equipo.

Y, aunque en el fondo deteste al presidente del club, al entrenador y a toda la plantilla, el seguidor entusiasta de esa peña vendería barato a su padre, como si fuera un cromo, con tal de ver ganar a su agrupación. O mejor dicho: con tal de ver cómo «los suyos» derrotan al adversario y, si es posible, lo humillan. Los políticos saben que esto es así, y se aprovechan de ello. O lo sabían, porque las cosas empiezan a cambiar: se aprecia un relevo generacional, y por tanto también de mentalidad. Cuanto más jóvenes son los votantes, más escépticos se muestran. Acostumbrados a no ser demasiado fieles a nada, recelan de la idea de «casarse» para siempre con un paradigma político.

Sus padres eran distintos, poco «chaqueteros». El líder de las siglas políticas que votaban «siempre» ya podía ir casa por casa exigiendo que las familias entregasen a sus primogénitos para sacrificarlos en el monte Moriá..., que ellos le seguían votando. No por el líder. Sino por sus siglas. Por la ideología que decía representar (que «decía», aunque hiciera lo contrario). Pero nadie puede esperar que los más jóvenes, que no son fieles ni a su marca favorita de «smoothies», voten lo mismo de aquí hasta los años de su incierta jubilación. Están surgiendo unas generaciones mudables, inseguras, adaptables, desconfiadas... Que piensan más en los hechos que en los dichos. (Los tiempos «nos» cambian).