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El nuevo estado: ni vivo ni muerto
Un grupo de médicos ha sido capaz de mantener a un paciente en animación suspendida por primera vez en la historia; la intención de este ensayo clínico es conocer si dicha técnica puede ser eficaz para la intervención de pacientes de urgencia con traumas graves
Según anunció en exclusiva la revista «NewScientist», un grupo de médicos del hospital de Maryland, en Estados Unidos, ha sido capaz de mantener a un paciente en animación suspendida con éxito por primera vez en la historia. Se trata de un enfermo que forma parte de un ensayo clínico cuya intención es conocer si esta técnica puede ser eficaz para el tratamiento de pacientes que entran en la sala de urgencia con traumas graves que requieren una intervención extrema. Se desconocen los detalles exactos del ensayo, dirigido por el doctor Samuel Tisherman, y el modo en el que ha sido comunicado al mundo no es el más ortodoxo. El médico no desvela cuántos pacientes han sobrevivido al ensayo pero asegura que la animación suspendida, técnicamente conocida como EPR (preservación de emergencia y resucitación) es viable. Es decir, que por primera vez se ha colocado a un ser humano en el limbo entre la vida y la muerte y se le ha hecho regresar a este lado del túnel.
La técnica de EPR se ha postulado desde hace décadas como una posible estrategia para suspender la actividad del cuerpo humano en estado grave durante unas horas mientras los cirujanos practican sobre él las operaciones necesarias. Por ejemplo, para tratar a heridos en accidentes de tráfico o en guerras cuyos daños requieren un control total sobre las funciones vitales y en los que incluso el leve latido del corazón durante la cirugía puede convertirse en una amenaza.
En teoría, consiste en reducir la temperatura corporal a entre 10 y 15 grados, reemplazar la sangre del paciente con una solución salina helada, reducir al mínimo la actividad cerebral y, en esas condiciones, llevar al paciente a la sala de operaciones. Es como operar sobre un ser humano muerto, disecado, con la esperanza de que tras la operación se podrá volver a restituir el riego sanguíneo y devolver al individuo a su estado natural.
El equipo de Maryland que ahora ha filtrado el supuesto éxito de una de estas operaciones confía en poder ofrecer los resultados completos de su ensayo con 20 pacientes a finales del próximo año. Mientras tanto, tenemos que conformarnos con su afirmación de que la animación suspendida ha funcionado al menos una vez, lo que supone todo un hito en la historia de la medicina. Como era de esperar, el debate ético no ha tardado en aflorar. ¿Estamos transitando las difusas fronteras entre la vida y la muerte? ¿Hemos abierto la puerta a una nueva concepción de la palabra resucitar?
El tiempo lo es todo
El sustrato científico de esta técnica parece sencillo. A la temperatura habitual de 37 grados de nuestro cuerpo, las células necesitan un aporte permanente de oxígeno. En cuanto dejamos de respirar y nuestro corazón se detiene, el aporte de oxígeno celular cesa. Nos quedan unos 5 minutos para empezar a sufrir daños irreparables en los órganos, sobre todo, en el cerebro.
Pero ese tiempo está estimado teniendo en cuenta el desgaste energético a temperatura normal. En teoría, si se hace descender de manera extrema, los tejidos resistirían mucho más sin oxígeno, quizá las horas necesarias para hacer que un corazón parado vuelva a latir, quién sabe si incluso para sustituir un corazón muerto por otro vivo.
Es como alargar el momento último de la muerte para convertirlo en una pausa indefinida. Uno de los pioneros de este tipo de propuestas ha sido Sam Parnia, jefe de la Unidad de Cuidados Intensivos de la Universidad Stony Brook en Nueva York, y al que en los medios de comunicación de su país llaman ya «el médico que resucita a los muertos». En su departamento ostentan un glorioso récord: un tercio de los pacientes que ingresan en muerte clínica por ataque al corazón vuelve a vivir. Sus investigaciones sobre ese momento del proceso vital humano le han permitido llevar más allá que ningún otro médico el uso de la tecnología de reanimación. Los estándares internacionales recomiendan mantener los ejercicios de resucitación cardiopulmonar entre 20 y 40 minutos después de una parada cardiaca. Pero Parnia ha logrado devolver la vida a un ser humano más de una hora después del colapso.
La razón por la que los médicos no suelen ir más allá de los 40 minutos en sus empeños por rescatar a un paciente clínicamente muerto es porque se cree que el cerebro es un tejido muy débil, que unos pocos minutos sin flujo de oxígeno pueden dañarlo y que la persona en cuestión está condenada a un eterno estado vegetativo si se supera ese umbral. Sin embargo, Parnia cree que esto es un error. Por eso ha diseñado un protocolo especial de actuación sin tener en cuenta dicho temor. Comienza con la aplicación de comprensión pectoral tan pronto como se puede. Primero a mano y luego, si es necesario, con una máquina. Luego se aplica respiración asistida a razón de ocho respiraciones por minuto. A partir de ese momento, se procede a enfriar el cuerpo hasta los 34 grados. Con el enfriamiento se reducen las necesidades de oxígeno del cerebro y se evita que se formen algunas toxinas, como el peridóxido de hidrógeno, que agilizan la muerte celular. Todas estas prácticas están reguladas internacionalmente, aunque no se aplican con asiduidad en los hospitales. Parnia añade algunos ingredientes de su propia cosecha a la receta. Monitoriza permanentemente la presencia de oxígeno en la sangre del paciente y cuanta llega al cerebro. Si el flujo se mantiene al 80 por 100 las cosas pintan bien. Si baja de ese ratio, entra en acción la máquina de resucitar.
Así llaman coloquialmente a ECMO (Oxigenación por Membrana Extracorpórea). Es un aparato que suele usarse para tratar a niños prematuros muy graves o a adultos en fase crítica. En España existen cerca de 15 hospitales que cuentan habitualmente con él. A través de dos catéteres se extrae la sangre del paciente, se oxigena en el exterior del cuerpo y se vuelve a introducir en los órganos. Es como hacer un cortocircuito al corazón. En Japón y en Corea del Sur se utiliza con frecuencia para tratar a infartados. El caso de éxito más espectacular es el de una mujer coreana que estuvo clínicamente muerta tres horas, fue tratada durante seis con esta máquina y recobró la consciencia. Llegó incluso a tener un hijo después de ese episodio. En cualquier otro hospital del mundo, habrían declarado su fallecimiento una hora después del ataque. Pero ninguno de esos casos supone realmente haber mantenido al cuerpo en animación suspendida. El caso ahora anunciado es un paso más allá que nunca se había dado.
Pero mientras no se presenten los resultados clínicos habrá que mantener la cautela, aunque todo hace indicar que la medicina empieza a crear un nuevo estado del ser humano: ni vivo, ni muerto… aún no tiene nombre.
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