Geopolítica

Una oportunidad frágil para la paz: por qué Estados Unidos necesita un socio de confianza para impulsar las negociaciones entre Rusia y Ucrania

Cada parte arrastra heridas profundas, relatos públicos irreconciliables y un riesgo político evidente

Russian President Vladimir Putin, right, speaks with United Arab Emirates President Sheikh Mohammed bin Zayed Al Nahyan during their meeting at the Grand Kremlin Palace in Moscow, Russia, Thursday, Aug. 7, 2025. (Alexander Nemenov/Pool Photo via AP)
Russia UAEASSOCIATED PRESSAgencia AP

En esta fase de la guerra entre Rusia y Ucrania, avanzar hacia una negociación sigue siendo extraordinariamente difícil. Cada parte arrastra heridas profundas, relatos públicos irreconciliables y un riesgo político evidente: cualquier concesión puede interpretarse como un signo de debilidad. Moscú insiste en el reconocimiento de los territorios que considera definitivamente incorporados; Kyiv rechaza cualquier fórmula que erosione su soberanía. Estados Unidos, aunque lidera los esfuerzos diplomáticos, opera en un entorno geoestratégico tenso, condicionado por el desgaste militar, las fracturas políticas dentro de Europa y una dirigencia rusa profundamente desconfiada de las intenciones occidentales. En este contexto, cualquier progreso es precario y vulnerable a la mínima alteración del equilibrio.

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Aun así, y precisamente por la complejidad del momento, podría estar abriéndose una ventana excepcional. Las señales procedentes de Moscú, Kyiv y Washington reflejan una creciente toma de conciencia: una guerra indefinida es insostenible. Ucrania necesita reconstrucción urgente y garantías firmes de seguridad; Rusia enfrenta una presión económica persistente y los riesgos políticos de un conflicto sin horizonte. Cuando el enviado estadounidense Keith Kellogg afirmó que un acuerdo de paz “está muy cerca”, no manifestaba optimismo ingenuo, sino el reconocimiento de una oportunidad estratégica que podría cerrarse rápidamente.

Europa se juega en ello su futuro. Este conflicto es la crisis de seguridad más trascendental desde la Segunda Guerra Mundial. Ha reconfigurado doctrinas de defensa, alterado la arquitectura energética, tensado la cohesión política y obligado a los Estados europeos a replantearse su autonomía estratégica. El desgaste prolongado amenaza con erosionar la unidad de la Unión Europea, debilitar el vínculo transatlántico y abrir nuevas grietas de inestabilidad. La paz no es solo un imperativo humanitario: es un requisito esencial para el equilibrio de la seguridad europea.

En este escenario, Estados Unidos —actor indispensable en cualquier diseño de acuerdo— necesita, sin embargo, un socio de confianza que complemente su liderazgo. Washington requiere un interlocutor capaz de ejercer de canal estratégico, mantener la confianza de Moscú y Kyiv, y contribuir a crear las condiciones que hagan políticamente viable una negociación. Ese socio debe compartir los objetivos occidentales, pero al mismo tiempo ser percibido como un actor equilibrado, capaz de dialogar con ambas partes sin que ello suponga un coste político.

Ese socio es Emiratos Árabes Unidos.

Los EAU se han consolidado discretamente como uno de los actores diplomáticos más eficaces en este conflicto, no mediante grandes declaraciones, sino gracias a hechos concretos. Su último logro —un intercambio de 292 prisioneros, 146 por cada bando— constituye la decimoséptima operación humanitaria facilitada por Abu Dabi desde el inicio de la guerra. En total, 4.641 prisioneros han sido liberados con mediación emiratí. En un entorno marcado por la desconfianza extrema y la fragilidad de los acuerdos humanitarios, este registro es excepcional. Da cuenta no solo de credibilidad, sino también de una capacidad operativa y un acceso que pocos países poseen.

La confianza depositada en los EAU se ve reforzada por su profundo vínculo económico y estratégico con Europa. Abu Dabi es hoy uno de los inversores más relevantes del continente: desde infraestructuras energéticas en España e Italia hasta puertos en el Mediterráneo, pasando por aviación, tecnología y bienes raíces en las principales capitales europeas. Los gobiernos de la región consideran a los EAU un socio estable y de largo plazo, cuyas inversiones ayudan a fortalecer la resiliencia energética y la autonomía estratégica de Europa. Esta convergencia de intereses se traduce en una elevada credibilidad a la hora de actuar en una crisis que afecta directamente a la seguridad continental.

Lejos de contraponerse a la diplomacia occidental, el enfoque emiratí la complementa. Se trata de una diplomacia que combina discreción, pragmatismo y una orientación clara hacia resultados tangibles. Bajo el liderazgo del presidente Sheikh Mohamed bin Zayed (MBZ), los EAU han demostrado su capacidad para facilitar conversaciones en algunos de los entornos geopolíticos más complejos del mundo. Ese legado explica la confianza que hoy despiertan.

Para Washington, todo ello convierte a los EAU en un socio natural. Abu Dabi ofrece un terreno aceptable para Moscú y Kyiv: un espacio neutral, ajeno a la carga simbólica de las capitales de la OTAN y fuera de la órbita geopolítica inmediata de Rusia. Además, dispone de la infraestructura, la seguridad y la discreción necesarias para acoger diálogos delicados. Un marco negociador con sede en los EAU permitiría a Estados Unidos fijar la arquitectura estratégica del acuerdo, a la vez que garantiza a ambas partes la percepción de un proceso equilibrado y creíble. Europa, por su parte, se beneficiaría de un itinerario de desescalada facilitado por un socio económico y político de plena confianza.

En este contexto, resulta cada vez más plausible imaginar en Abu Dabi una arquitectura de negociación multinivel. Estados Unidos y Rusia podrían abordar cuestiones estratégicas como la secuencia de sanciones, la estabilidad nuclear o el diseño del sistema de seguridad europeo. Rusia y Ucrania podrían trabajar sobre los términos de un alto el fuego, zonas desmilitarizadas, arreglos administrativos y protección de civiles. A su vez, los EAU, apoyándose en su experiencia consolidada, podrían dirigir las vertientes humanitarias y técnicas —intercambios de prisioneros, corredores humanitarios, mecanismos de verificación, canales de comunicación de emergencia— ámbitos donde han demostrado una competencia notable.

A ello podría sumarse una diplomacia informal que acompañe los esfuerzos oficiales. Jared Kushner, con amplias redes en Washington, el Golfo y otros ámbitos relevantes, podría facilitar conversaciones preliminares de carácter reservado, esenciales en la fase previa a toda negociación formal. Estas dinámicas de “Track II” crean un espacio político donde ensayar ideas antes de trasladarlas a las mesas oficiales.

Un acuerdo realista no resolverá de inmediato todas las diferencias. Pero sí podría detener la violencia y establecer las bases para una estabilización gradual. Un alto el fuego renovable y supervisado internacionalmente podría ser el primer paso; le seguirían fases de alivio de sanciones, condicionadas al cumplimiento verificable. Las zonas en disputa podrían regirse temporalmente bajo fórmulas administrativas especiales, mientras Ucrania obtiene garantías de seguridad robustas. Un plan de reconstrucción —financiado por Estados Unidos, la UE y socios del Golfo, incluidos los EAU— será indispensable para restaurar la viabilidad del Estado ucraniano.

El momento sigue siendo extremadamente delicado. Las dinámicas internas, la evolución militar y las tensiones geopolíticas pueden desestabilizar la oportunidad. Pero la convergencia de intereses es hoy más clara que en cualquier otro punto desde 2022: Rusia necesita estabilidad, Ucrania necesita reconstrucción, Europa necesita seguridad, y Estados Unidos busca evitar un conflicto perpetuo.

En esta ventana frágil, la diplomacia exige no solo poder, sino confianza. Y un socio de confianza —respetado por ambas partes, alineado con los intereses estratégicos occidentales y guiado por un liderazgo experimentado— puede resultar decisivo.

Emiratos Árabes Unidos, bajo el liderazgo del presidente Sheikh Mohamed bin Zayed, y gracias a su credibilidad, equilibrio y profundos vínculos con Europa, está excepcionalmente bien posicionado para desempeñar ese papel.