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Días de furia y sangre

Ilustración del editor Murat Halstead sobre la batalla de Manila enla que aparece el buque norteamericano Olympia
Ilustración del editor Murat Halstead sobre la batalla de Manila enla que aparece el buque norteamericano Olympialarazon

En mayo se hablará mucho del 75 aniversario del final de la II Guerra Mundial en Europa, sin embargo, en estos días poco se ha dicho de una triste efeméride relacionada con nuestra historia y de la que también han transcurrido 75 años, la terrible matanza de españoles realizada por soldados japoneses en Manila. Se trata de un hecho histórico bastante desconocido que bien daría para un largometraje o incluso una serie de televisión. Por fortuna, hace unos meses se editó la interesantísima «Muerte en Manila» que narra, con precisión quirúrgica, cómo se sucedieron los hechos. Su autor es Álvaro del Castillo Villanueva, que se ha basado en los archivos e informes de su abuelo, el Cónsul General de España en Filipinas, José del Castaño Cardona; también ha recurrido a los recuerdos de su padre, José del Castaño Layrana, entonces en plena adolescencia y convertido en testigo involuntario de aquellos tristes hechos, de los que nunca quiso hablar.

«Muerte en Manila» comienza en octubre de 1940, cuando Ramón Serrano Suñer propone a José del Castaño enviarle a Filipinas en una clara apuesta por volver a hispanizar el archipiélago. En Manila fue testigo del ataque de la aviación japonesa a Pearl Harbour, la invasión de Filipinas por el ejército imperial y la salida de las tropas norteamericanas con la célebre y categórica sentencia del general MacArthur, «volveré». Todo ello se cuenta en primera persona en un relato apasionante que llega a su culmen cuando se acerca el dramático mes de febrero de 1945, en el que unas tropas japonesas obligadas a la desbandada por la ofensiva norteamericana y conscientes de una derrota cada vez más inminente masacraron, entre otros occidentales, a decenas de civiles españoles. Es puro horror lo que revive el lector en esas páginas en las que los soldados japoneses segaron tantas vidas. Una de las pocas supervivientes fue una niña de seis años, Anna María Aguilella, que perdió a toda su familia y que salvó la vida milagrosamente pese a recibir 16 heridas de bayoneta. Su testimonio quedó recogido en el reportaje que realizó Ramón Vilaró para TVE, «De aliados a masacrados. Los últimos de Filipinas», disponible en youtube. El reportaje incluye también entrevistas con más españoles y filipinos, además de un norteamericano y un japonés, que permiten hacerse una idea global de cómo era la presencia española en aquella época; uno de quienes participan es Luis Eduardo Aute, nacido en Manila en 1943.

La inmensa mayoría de los recuerdos de españoles en Filipinas no son tan terroríficos como los recogidos en «Muerte en Manila» y muchas familias aún guardan con celo cartas, documentos, objetos personales y decorativos de sus antepasados. A diferencia de las demás familias, Susana Cayuelas dio un paso adelante y decidió escribir una novela de ficción, «Cartas desde Manila», inspirándose, gracias a la correspondencia conservada, en el contexto social que vivieron sus antepasados, vinculados con la banca y la red de telégrafos. Además, con este título administra una cuenta en Twitter donde comparte textos y documentos gráficos de la Filipinas de finales del siglo XIX, una época en la que nada hacía presagiar los días de furia y sangre que vivieron decenas de españoles hace 75 años.

Públicos

La «Agrippina» de Händel vista en el Teatro de la Maestranza resultó una versión muy cinematográfica, con títulos de crédito iniciales para presentar el reparto y finales con todo el equipo al completo; ni siquiera faltaron esos rótulos que a veces acompañan las películas en los que se cuentan los avatares sufridos posteriormente por sus protagonistas. Además, la parte superior del escenario estaba formada por cuatro grandes monitores, de diferentes tamaños, para ofrecer un conjunto de imágenes a modo de pantalla partida que tanto se popularizó en el cine de los años 60 y 70. La propuesta de la joven directora escénica Mariame Clément incidió en los clásicos elementos de la comedia de enredo así como en un género televisivo muy popular en la televisión de los 80, el culebrón, representado por «Dinastía» y «Falcon Crest», lo que fue un notable acierto.

Es de resaltar la apuesta del Teatro de la Maestranza por atraer a un público joven a las óperas y espectáculos de danza con una campaña del 80% de descuento a menores de 30 años en entradas adquiridas 48 horas antes de la representación. También se debería de incentivar entre el público joven la zarzuela para que este género musical español perviva y cuente con el respaldo de generaciones más jóvenes que las que llenaron el Lope de Vega para ver «La del manojo de rosas», sainete sobre emparejamientos entre personas de clases sociales diferentes escrito en 1934 y en el que afloran algunas referencias, un tanto frívolas, todo sea dicho, a una inminente guerra civil. El público disfrutó con la función, especialmente por el trabajo de sus intérpretes y la música del maestro Sorozábal, interpretada por la orquesta de la propia Compañía Sevillana de Zarzuela y estupendamente dirigida por la joven Elena Martínez.

Las obras de David Mamet suelen concitar el interés de un público más cinéfilo, como ocurrió con «Trigo sucio», que no es, de lejos, su mejor texto. Mamet nos tiene acostumbrado a propuestas mejores, como «La culpa», también a cargo de los andaluces Bernabé Rico, como adaptador y coproductor, así como Juan Carlos Rubio, como director. Entre las virtudes de esta obra, vista en Málaga y Sevilla, sobre un productor similar a Harvey Weinstein figura el reparto, con un Nancho Novo pletórico, acompañado de la ceutí Eva Isanta y Norma Ruiz, actriz de gran versatilidad; junto a ellos figura también Fernando Ramallo con un personaje mucho menos lucido.