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«Dicen los síntomas»: la enfermedad callada de una generación perdida

Sobre una mujer a los pies de la cama de un hospital, Bárbara Blasco levanta un retrato crudo y actual de quienes creyeron en la utopía de ser emocionalmente independientes

La escritora valenciana Bárbara Blasco en una divertida imagen
La escritora valenciana Bárbara Blasco en una divertida imagenSara Llopis

Virginia mira a la enfermedad a los ojos. Pasa las horas sentada junto a la cama de hospital de su padre con la única motivación de cumplir con las convenciones sociales. Está en coma, se está muriendo, y aún así en torno a él siguen orbitando las siempre complicadas relaciones familiares, que incluyen a una madre y a una hermana frente a las que sentirse incomprendida. Virginia es la protagonista de «Dicen los síntomas», ganadora del XVI Premio Tusquets Editores de Novela, y es también un poco su autora, Bárbara Blasco, quien entiende que la escritura es un lugar donde explicarse y comprenderse a uno mismo.

Blasco sitúa a su personaje en medio de una crisis personal. Ya no tiene veinte años, bordea los cuarenta y el control de su vida se le escapa. Filóloga de formación, su tiempo transcurre entre el bar en el que trabaja de camarera y los ligues ocasionales a través del móvil, a los que utiliza para intentar cumplir con su anhelo maternal cuando la sociedad le niega todo lo demás: un buen trabajo, vínculos sólidos, una familia en la que no sentirse extraña. La escritora valenciana logra entre silencios y palabras recrear el particular ambiente de las largas estancias en los hospitales, atados a la enfermedad, a un compañero de habitación indeseado, a la incongruencia de asistir a la ceremonia de la muerte de un desconocido, como si nada. Está también ese trasiego de batas blancas a las que una vez al día se les implora una explicación al sufrimiento, que pongan fecha a su fin para que empiece otro distinto. Todas esas sensaciones conocidas traspasan al otro lado del libro y una quisiera que terminara de la manera mejor para todos, pero sobre todo para ella. Y permitirle desprenderse de ese olor característico, mezcla de medicamentos con principios y finales, que parece haber invadido su vida por completo.

Un hospital es un lugar en el que nadie se imagina que puedan ocurrir grandes cosas. Pero en ese escenario literario atípico, la autora ha creado un mundo complejo y completo. «Cuando uno rebusca dentro buscando la voz propia, tratando de decir las cosas como las siente es cuando más universal se vuelve porque mucha gente se siente muy identificada. Me apetecía meterme en ese espacio, bastante literario por lo que tiene de manejo diferente del tiempo. Como en las novelas, parece que el tiempo transcurre de otra manera y me permitía poner a los personajes al límite», explica Blasco por videollamada. Reconoce que la atracción por las enfermedades y sus consecuencias de la protagonista va más allá de un mero trabajo de documentación. Las referencias a la literatura «de enfermedad», abordada por autoras como Susan Sontag o en la conmovedora «La hora violeta», de Sergio del Molino, provienen de una obsesión personal. «No me gustan las metáforas sociales que se construyen en torno a la enfermedad», como la «creencia popular» de que «las ganas de vivir y la lucha curan el cáncer. Es de una crueldad tremenda para el enfermo». Ni su protagonista ni ella dan pábulo a los eufemismos. Y ahí reside la fuerza de su escritura directa y cruda. «Si es cáncer llamémosle cáncer. Estamos en una sociedad adulta en la que se debe poder hablar de todo».

La autora opina que «hay una parte de liberación en el dolor. El hospital es un sitio especial con unas leyes distintas, donde no se finge tanto. Y eso es lo que buscaba para mi personaje, que está en búsqueda de la verdad, sin matizar y sin edulcorar», explica. En esa pretensión los pensamientos de Virginia –cargados de un cinismo decreciente­– se abren al lector, que asiste enganchado a su evolución interna entre sábanas de hospital, donde encuentra a un inesperado compañero, donde por fin se abraza a todo lo que no fue y pudo ser.

«Dicen los síntomas» es un retrato nada aséptico de la primera generación que se hizo mayor creyendo que la independencia emocional era posible. «¿Queremos estar solos y tener relaciones un poco superficiales?», se pregunta la autora mientras comenta un documental que ha visto, «La teoría sueca del amor», que narra cómo la soledad se ha convertido en la gran epidemia del país nórdico –provocada por la independencia económica facilitada por el Estado–. «Esa utopía que hemos buscado mucho al final se traduce en gente que muere sola. Es bastante triste», reflexiona. En este sentido, considera que «hemos denostado el amor romántico porque a las mujeres nos ha jodido la vida, nos ha esclavizado esa idea, pero me preocupa que arrastremos toda forma de amor. Es un poco ñoño decirlo pero al final el amor está en el centro. Si algo nos cambia la vida y la visión del mundo es eso». También en ese viaje la acompaña su personaje: «Yo he vivido un poco el proceso de Virginia, he estado con mucho rencor hacia todo. Ya no, pero sigo teniendo una visión escéptica». Eso la condujo a comprender que «todos estamos muy solos, hay una soledad insoslayable e insuperable. Entender eso es el primer paso para sentir nuestros límites y es fundamental para poder sentir amor, da igual que sea por un hijo, por amigos o por una pareja».