Cultura
En el adiós a Caballero Bonald
“La Baja Andalucía, su paisaje, sus costumbres y el cúmulo de leyendas que la circundan ha sido el territorio al que ciñó el grueso de su escritura poética y narrativa”
Se apagó la vida de José Manuel Caballero Bonald y lo que en su escritura nos queda es el legado de un creador implacable, sin concesiones, el de un andaluz que estableció una intensa relación desde el lenguaje con el mundo, una estancia moral en la vida, insobornable. Algo así como la expresión del hombre que piensa, que siente, que dice, que protesta. Del que siempre creyó en la escritura como una forma de compromiso, como una irrenunciable desmedida, como un feliz desgobierno.
La biografía del escritor andaluz estuvo confeccionada desde el comienzo de una cierta singularidad. Su padre era cubano de Camagüey, químico de profesión y dedicado al negocio del vino, y su madre era descendiente lejana del vizconde de Bonald, político monárquico y filósofo católico francés. Este cruce de orígenes familiares explicaría su permanente seducción por el mestizaje cultural, que se le sirvió en tantas ocasiones de motor creativo y de gimnasia ideológica.
Otro tanto sucedió con su aventura literaria. Este Hijo Predilecto de Andalucía perteneció al núcleo más sobresaliente de la Generación del 50, pero a la vez su obra deriva por unos márgenes de tradición muy distinta a la de la mayor parte del grupo. Ese cierto realismo que se impuso en la década de los cincuenta y sesenta no estaba en la raíz emocional del poeta jerezano, quien asentó su producción literaria entre la maestría formal y el compromiso social.
Hay libros suyos que son parte de la educación sentimental de varias promociones: «Descrédito del héroe» (1977), «Diario de Argónida» (1997), «Manual de infractores» (2005), «Entreguerras» (2012) y «Desaprendizajes» (2015). Todos ellos con poemas memorables. Pero también novelas necesarias: «Dos días de septiembre» (1962) y «Ágata ojo de gato» (1974) y «Campo de Agramante» (1992). Y algunos textos autobiográficos: «Tiempo de guerras perdidas» (1995) y «La novela de la memoria» (2010). A Caballero Bonald también le debemos, dentro de su producción ensayística, un atlas del cante, «Luces y sombras del flamenco» (1975), un texto fundamental –que completa ensayos de otros poetas como Ricardo Molina, Fernando Quiñones y Félix Grande– que apareció publicado con fotografías de Colita. En el libro se recorría el legado de artistas imprescindibles: La Perrata, La Fernanda y la Bernarda, Juan Talega, El Borrico, El Chozas, Carmen Amaya...
Acierta el poeta Felipe Benítez Reyes cuando, en el preámbulo de la exposición «La aventura de escribir» que prepara la Consejería de Cultura y Patrimonio Histórico sobre la figura de Caballero Bonald, afirma: «Por su obra deambula un errabundo entre espejismos cambiantes, un ser extraño que intenta desentrañar la extrañeza del hecho de estar vivo, de andar por aquí, en la selva de los peligros innumerables, con la astucia forzosa de los supervivientes».
La muestra, que se pondrá en circulación a lo largo de los próximos meses, gracias al empuje del Centro Andaluz de las Letras (CAL), amplía el eco de las actividades dedicadas al escritor, designado Autor del Año en 2013. Dicha propuesta servirá, además, para intensificar los vínculos existentes entre la Consejería de Cultura y Patrimonio Histórico con la Fundación Caballero Bonald, que comparten hoy numerosas actividades en común en torno a las letras y el mundo editorial.
La Baja Andalucía, su paisaje, sus costumbres y el cúmulo de leyendas que la circundan ha sido el territorio al que José Manuel Caballero Bonald ciñó el grueso de su escritura poética y narrativa. Basta asomarse a algunas de sus páginas para descubrir no sólo a un nombre sobresaliente de las letras andaluzas sino a uno de esos ejemplos claros de que la conquista de la belleza artística también lleva unida la lucha por la justicia y la defensa del bien común.
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