"Méritos e infamias"
«Miarmas» y shawarmas
"Ni pasos, ni tronos, por si no se han enterado, tienen interés más allá de los Pirineos"
Por los gestos y la expresión del rostro, creo que el alcalde de Sevilla no tiene ninguna esperanza de que las autoridades pakistaníes le echen una mano a la Semana Santa de Andalucía. Vamos, sería la repanocha, oiga, que una república islámica le salve las posaderas a los sacrílegos adoradores de imágenes en la ocupada Al-Andalus. Un oxímoron tan grande, pero tan grande, como los más de 80 metros originales de la sevillanísima y morísima Giralda. Con lo que la exposición de enseres cofrades en Bruselas y el compromiso del embajador pakistaní suman otra anécdota más en los despropósitos capillitas por Europa. Ni pasos, ni tronos, por si no se han enterado, tienen interés más allá de los Pirineos. En cualquier caso, como suenan las campanillas del aluvión prelectoral, se acepta como ejercicio práctico para contentar al electorado cofrade con gestos y caricias como éstas. Falsamente, claro, porque los culpables de que se encarguen piezas de bordados fuera de Andalucía no son otros que las propias cofradías de Sevilla, Jerez, Málaga o Córdoba. No se ha posado un ovni, con matrícula de Islamabad, sobre nuestros capirotes para abducirnos y obligarnos a comprar el manto de la virgen vía «wassap» en Lahore. Criaturas mías, entiendo que para todos es mucho más fácil criminalizar a los malévolos musulmanes de Asia y hacerles pasar por pérfidos vendedores ambulantes, que criticar a priostes y mayordomos que se gastan su dinero donde les apetece. Sea en los corralones de la calle Castellar de Sevilla o en un zoco turco. En el caso de que exista el pecado, como en muchas otras desgracias que sufre la Semana Santa, el huevo de la serpiente anida en el interior de las juntas de gobierno. No busque enemigos a miles de kilómetros y reconozca que cuando en los 80 se tocaba detrás de los pasos versiones de «Blowin’ in the wind», la culpa no la tenía Bob Dylan. Recuerden también nuestros queridos reposteros y doseles de telas de Damasco que adornan nuestros cultos. Nada más nuestro que el caravasar con sus turbantes, camellos y dátiles, ¿verdad?. No se empeñe en encontrar la pureza dentro del mayor aparato sincrético de la cristiandad, coetánea en su nacimiento con la Hansa y la Ruta de la Seda. Tan heterodoxos como los puros, rancios e hispalenses nazarenos que cubren su cuerpo con las normandas túnicas de Ruan.