Unión Europea

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Las elecciones europeas del próximo 26 de mayo enfrentan a los ciudadanos ante un reto de extraordinaria importancia. La elección del Parlamento Europeo, órgano de representación democrática directa de los europeos junto a los parlamentos nacionales, cada vez con mayor protagonismo en la arquitectura política de la Unión, es un desafío en sí mismo. Del equilibrio y la diversidad que represente el futuro Parlamento, dependerá el sentido de las decisiones políticas en los próximos años y el vigor de la Unión Europea después del largo periodo de crisis económica y política. Europa debe reintegrarse en el escenario global multipolar y, debe hacerlo, haciendo más fuerte su proceso de integración, más ágil su contacto con la ciudadanía y más firme su compromiso con los valores democráticos y atlánticos.

Pero el desafío de estas elecciones desborda el medio plazo de esta perspectiva. La Unión Europea se enfrenta a su propia esencia y razón de ser, en el horizonte de un mundo de potencias de grandes dimensiones demográficas y territoriales y de proyectos de cooperación y relaciones globales, altamente sofisticados, tecnológicamente competitivos y políticamente inciertos. Para lo cual, las propuestas electorales en Europa y en España tendrán que estar a la altura de esa complejidad.

Sin embargo, en este momento histórico, la fuerza de los populismos, la miopía de los particularismos y la influencia de las tensiones internacionales contribuyen a desdibujar el sentido europeísta y trascedente de estas elecciones. Y en ese proyecto político desdibujado encontramos al menos tres maneras distintas de entender Europa. De las cuáles, solamente una, la Europa democrática que conocemos, puede tener viabilidad política y capacidad de liderazgo en los próximos años.

La Europa democrática y de éxito que hemos construido bajo el principio de la soberanía compartida. Liberal y solidaria desde su concepción y fundamentada en el humanismo. Diseñada en su origen bajo la moderación y el consenso de las principales fuerzas políticas democristianas, social demócratas y liberales. Fortalecida después por los grandes grupos europeístas en el Parlamento: populares, socialistas y liberales. Una Europa sostenible, que ha incorporado con los años una sensibilidad inequívoca en la protección del medio ambiente. Creíble y concretada en instituciones democráticas y abierta a la integración de nuevos estados y ciudadanos. Una Europa de los europeos y para los europeos, educados en la diversidad del programa Erasmus y en algunos de los mejores centros educativos del mundo. En España y en Europa, los partidos y las propuestas que pretenden reforzar estas ideas están definidos con claridad.

Mucho menos definidos están los partidos y movimientos que promueven y trabajan para debilitar el dinamismo de la Unión y plantear otra Europa, precisamente, desde esa debilidad. Desde las tendencias disgregadoras y euroescépticas, que como en el caso del Brexit han priorizado el interés particular y nacional, antes que seguir avanzando en el proceso de integración. Desde las minorías localistas y grupos independentistas que buscan en Europa aquello que no encuentran en sus Constituciones, y que consideran a las instituciones como un refugio o una alternativa política para continuar con sus estrategias de reivindicación y reconfiguración de los marcos legales existentes. O desde las nuevas fuerzas ultra - conservadoras que pretenden aprovechar la vía británica para intimidar a los supuestos burócratas de Bruselas, pero que en el fondo utilizan a la Unión Europea para sus intereses electorales. Que hablan de construir “otra Europa” porque no se sienten cómodos en la actual.

Por último, una Europa fracasada ha renacido con la agitación de minorías populistas animadas por influencias internacionales. Rescata los fantasmas del pasado, la xenofobia, la violencia nacionalista, la movilización de las masas descontentas contra las instituciones. Confunde el progreso económico y democrático con el capitalismo salvaje. Busca acuerdos entre populismos de izquierda y derecha con el único fin de dar el salto para convertir la debilidad en declive y el declive en ruptura y destrucción. Una Europa, aún minoritaria, que poco o nada tiene de constructivista y que incendia las calles sirviéndose del desconcierto y el malestar.

Para la inmensa mayoría de los ciudadanos, la Unión Europea fuerte que hemos construido representa el triunfo de las democracias, la solidaridad entre estados, el progreso económico y social y la adaptación a la diversidad. Es difícil que las nuevas ideas puedan confundirnos porque somos conscientes y hemos vivido en esta Europa de prosperidad.