Opinión
El invierno según Oliver Twist
"Algo imprescindible que toca durante estas fechas es redescubrir a Charles Dickens y su «Canción de Navidad»"
Lo bonito de esta época del año es que las calles se visten de gala; cualquiera, sea de donde sea, puede disfrutar de un espectáculo visual que acontece a una buena jornada vespertina vestida con cálidos caldos y espirituosas charlas que evocan un mundo, de alguna manera, romántico y versado en el reconfortar interno hacia uno mismo y hacia los que nos rodean. Las luces, el jolgorio, la algarabía y la multitud de cenas y espectáculos son el preludio de una de las épocas del año más deseadas por pequeños y no tan pequeños.
Y dentro de todo ello aquí seguimos, una vez más en la brecha, queridos amigos, con la misma ilusión que siempre, a caballo entre la carta de los Reyes Magos y los belenes navideños. Árboles gigantes y preciosas fachadas sazonan la sonrisa de las gentes que se apresuran a formar parte del todo.
En general, algo imprescindible que toca durante estas fechas es redescubrir a Charles Dickens y su «Canción de Navidad». La avaricia humana y la caridad se reflejan como la lucha del bien contra el mal, los dos titanes que intentan imponer su dogma en el mundo de los mortales, con final feliz, por supuesto, y con infinidad de mensajes que la hacen perfecta para unas felices fiestas.
Nuestro prolífico autor tiene en su haber magistrales obras y su contribución a la literatura es de vital importancia en la historia de nuestra cultura. Una de sus creaciones maestras es «Oliver Twist», esa extraordinaria crónica reflejo del Londres más salvaje, donde los niños importaban más bien poco y donde la vida giraba en torno a la enorme maquinaria gris y carbonizada de una revolución industrial que se tragaba a pasos forzados la época anterior.
Paseando por Madrid, en el teatro de La Latina, descubro que el musical basado en la obra original está orquestando la plaza de la Cebada, y la voz de Lina Morgan de pronto resuena en mi cabeza: «¡Alfon, vete a verla!». Tras la reveladora epifanía, raudo y veloz cojo mi entrada y me aposento en una cómoda butaca mientras el director de orquesta hace los consecuentes saludos y comienza la función. Lo que viví a continuación es brillantemente indescriptible: un espectáculo absolutamente impecable donde niños y mayores representaron un show perfecto y sin aristas, una delicia de principio a fin y en la que, sin duda, Pedro Víllora consigue plasmar del texto original toda su mágica esencia integrada con el mejor gusto melódico de manos del maestro Gerardo Gardelin.
Durante más de quince años he dirigido teatro hecho por niños y jóvenes y sé de la gran dificultad que entraña la ardua cruzada de montar y coordinar un espectáculo de esa envergadura. La audacia de la dirección escénica, llevada con la precisión de Juan Luis Iborra —ganador de un Premio Goya—, presenta un resultado intachable de uno de los mejores musicales que están en cartel. Todos están soberbios: Tomy Álvarez, Marta Malone, Lourdes Zamalloa, Natán Segado, Manu Rodríguez y Rubén Yuste, junto al asombroso reparto, conforman la perfecta y coral fotografía del siglo XIX llevada hasta el corazón de la capital. Cabe destacar el impresionante papel de los jóvenes actores Pablo Grife, Eneko Haren y Daniel Escrig, que cantan y actúan con el alma más pura y la garra más feroz que pueda tenerse en un escenario. Hoy me quito el sombrero ante este brutal elenco que ha hecho, una vez más, las delicias de todos los públicos; y ese es el truco: que, aunque queramos, nunca se deja de ser niño y nunca dejamos de disfrutar como la primera vez de la magia de lo estéticamente bien hecho. Porque, al fin y al cabo, el mundo de las tablas trata de eso: de proyectar el espíritu y de vocalizar nuestros sueños con el mejor guion de nuestras vidas.