
Sociedad
Picasso, su barbero y los toros
"La cultura no depende de afinidades: existe o no existe"

A priori, nada tendrían que ver un barbero de Buitrago de Lozoya, un pintor malagueño y la Iniciativa Legislativa Popular (ILP) presentada hace escasos días en la Comisión de Cultura del Congreso para derogar la ley que reconoce la tauromaquia como patrimonio cultural inmaterial de España. Y, sin embargo, todo tiene relación: la tauromaquia, que sobrevive más allá de leyes, exilios o parlamentos.
La tauromaquia es cultura desde mucho antes de que una norma de 2013, también fruto de una ILP, lo reconociese. Ahora, otra iniciativa pretende negarlo bajo el lema “No es mi Cultura”, que ya está reconociendo que lo es, aunque no sea del gusto de los firmantes. Pero es que la cultura no depende de afinidades: existe o no existe. Aunque de prosperar esta iniciativa, lo que sí que podría cambiar es la práctica: abrir la puerta a que los gobiernos regionales decidan qué hacer con los festejos taurinos en sus territorios.
El Tribunal Constitucional dijo en 2016, a raíz de la ley catalana que imponía la prohibición de las corridas de toros, que “la tauromaquia tiene una indudable presencia en la realidad social de nuestro país” y que es un “fenómeno histórico, cultural, social, artístico, económico y empresarial”. Las corridas de toros forman parte del patrimonio cultural común de España y la Constitución, en su artículo 46, ordena a los poderes públicos garantizar su conservación y promoción. Si hoy se entregase a las Comunidades Autónomas la facultad de prohibir lo que es patrimonio cultural de los pueblos de España, ¿se estaría incurriendo en la misma inconstitucionalidad?
Mientras en el Congreso se discute si los toros son o no cultura, en los teatros españoles se representa “El barbero de Picasso”, una comedia que cuenta cómo el pintor malagueño y su barbero, dos comunistas exiliados en el sur de Francia, se reconocían españoles solo por una cosa: los toros. Picasso aceptó que se le rindiera homenaje en Francia a condición de que se celebrase una corrida con muerte del toro. Y así se hizo. Cuando la ideología era una frontera, el toro era la última patria.
La tauromaquia ha sido -y es- el patrimonio cultural inmaterial que los españoles hemos adquirido desde mucho antes de que una ley en 2013 así lo declarase. E incluso seguirá siendo así después de que una ley ya no lo diga. O diga lo contrario. Montesquieu señaló hace unos siglos que “una cosa no es justa por el hecho de ser ley. Debe ser ley porque es justa”.
Cercenar la cultura, restringir derechos y libertades, es propio de regímenes totalitarios. En democracia se debe respetar cualquier tipo de cultura que no atente contra los derechos humanos, por mucha controversia que genere, pues esa es también la función de la cultura. No tiene sentido que las mayorías parlamentarias decidan qué arte es válido y qué tradición debe extinguirse. No son los toros los que están en cuestión, sino la libertad de un pueblo para seguir siendo quien es.
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