Opinión
Lo que no te enseñaron de Platón: El amor propio
"Siempre lo digo y volveré a dar la matraca: leamos a los clásicos. Y aprendamos un poco de ellos. ¡Falta nos hace!"
Muchas veces decimos "ámate a ti mismo" con la ligereza con que se desea un buen día. Creo que si el amor propio fuese un acto tan simple, no tendríamos siglos de filosofía, religión y cultura tratando de domesticarlo o peor aún maldecirlo. Ahí está la historia... Sí, la misma que ha sido particularmente cruel, con quien se atreve a elegir su alma antes que el aplauso ajeno.
Me viene a la cabeza Sócrates, condenado por "corromper a la juventud" y el "pobre hombre" (sonrío) no predicaba otra cosa que conocerse a uno mismo. Pero para él ese conocimiento no era un fin narcisista, sino la puerta a una vida examinada, la única (decía él) que vale la pena vivirse. ¿Y cómo podríamos examinar la vida si no aprendemos primero a mirarnos sin miedo?
Igual (opinión subjetiva) amarse a uno mismo no es contemplarse en un espejo como Narciso. Es más bien atreverse a romper ese espejo y ver qué queda. Es aceptar que no somos tan virtuosos como creemos ni tan defectuosos como nos dijeron. El amor propio no es una estética, es una ética...
Platón, que sabía de pasiones desbordadas, hablaba del alma como de un carro tirado por dos caballos: uno noble y otro rebelde. La razón, el cochero, intenta guiarlos hacia la verdad. Pero ¿cómo puede ese cochero hacerlo si desprecia su vehículo? ¿Cómo puede un alma avanzar si su jinete la castiga por desear, por fallar, por ser humana?
La falsa humildad (esa que se disfraza de virtud mientras se alimenta del desprecio hacia uno mismo) es uno de los grandes venenos del alma. La hemos confundido con moral, con modestia, con bondad. Pero ¿de qué sirve salvar al mundo si uno se ha perdido en el intento? ¿Qué virtud hay en negarse?
Llega en momento en la vida que uno ve que el egoísmo no es amarse. Sí, damas y caballeros, egoísmo es exigir del mundo lo que no nos damos y buscar en el otro la validación que no brota desde dentro.
El egoísta no se ama: se idolatra o se oculta. El que se ama de verdad, en cambio, no necesita imponerse, porque se basta. Es libre no porque no necesite a los demás, sino porque ya no se esclaviza por su mirada.
Amarse a uno mismo es la forma más radical de honestidad. Implica aceptar que somos finitos, que nos vamos a equivocar, que no seremos del gusto de todos. Y aun así, persistir en el acto sagrado de habitarse con dignidad. No es egoísta quien aprende a decir “no”, quien se aleja del griterío para escucharse, quien se cuida como cuidaría a un ser amado. Lo verdaderamente egoísta es vivir pidiéndole al otro que nos salve de nuestra falta de amor propio.
Quizá llegó la hora de dejar de pedir permiso para tratarnos bien. De no pedir perdón por poner límites, por descansar, por elegirnos. Porque quien se ama no lo hace contra el mundo. Lo hace para poder amarlo mejor.
Siempre lo digo (sonrío) y volveré a dar la matraca: leamos a los clásicos. Y aprendamos un poco de ellos. ¡Falta nos hace!