Cataluña
Las personas pequeñas gritan más alto
Blackie Books recupera las historias de los diminutos Borrowers, los icónicos personajes creados por Mary Norton
La primera vez que el ser humano imaginó un hombre de dimunutas dimensiones lo hizo, curiosamente, para asustar a los niños. Ellos, tan pequeños, tan indefensos, de pronto miraban arriba y veían adultos gigantes, y miraban abajo y veían adultos diminutos. El mundo no tenía escapatoria, el horror triunfaba, no había marcha atrás para su destino, convertirse en un horrible adulto. Es decir, los diminutos servían como seres diabólicos de resignación. Así al menos se presentaba en 1584 en «El descubrimiento de la brujería», de Reginald Scott, un acopio de referencias sobrenaturales en las que se mencionaba a Thomas Thumb, un ser no más grande que el meñique de un niño que utilizaban las criadas para asustar a los hijos del señor.
Aquel Thomas Thumb, una especie de Patufet aglosajón, es considerado el primer cuento de hadas publicado en lengua inglesa. Y se cree que estuvo inspirado en una persona real. Al menos hay una tumba, de poco más de 40 centímetros, en el cementerio de la pequeña localidad de Tattershall, con su nombre. Se dice que vivió 101 años y que acabó por ser una especie de bufón de reyes. Sus aventuras incluyen ser tragado por una vaca, lo que nos remite otra vez a Patufet.
El hombre diminuto como final negación de la infancia fue superado en el siglo XVIII, cuando Jonathan Swift nos presentó a los liliputienses en «Los viajes de Gulliver». El prodigio servía como latigazo contra el relativismo cultural, ya que esta diminuta civilización cumplía a rajatabla las mismas hipocresías que los seres humanos normales. Si el tamaño no marca diferencias, entonces el tamaño no importa. Los liliputienses no tenían identidad propia, sólo servían como juego de perspectivas dentro del viaje de Gulliver. Por eso, cuando llega al territorio de los gigantes y él se convierte en el ser diminuto, los gigantes no pueden hacer otra cosa que encerrarlo en una jaula como fenómeno freak.
El que consiguió otorgar verdadero valor a los liliputienses fue T. H. White, que los recuperó para una Inglaterra post II Guerra Mundial en «Mistress Masham’s Repose». Una niña huérfana de 10 años conseguirá salvarse del acoso y la pobredumbre de su realidad a través de su relación con estos personajes, una familia, diminuta, pero que le ayudará a sentirse como una gigante.
A partir de esta nueva disposición del personaje diminuto, aquel que ayuda a los niños a recuperar su amor propio, nace «Los incursores», de Mary Norton, toda una serie de novelas alrededor de personas diminutas que es como el Taj Majal de este subgénero literario. Los Borrowers son corazon es grandes en cuerpos diminutos y su acelerada forma de ver el mundo y disfrutarlo choca con el cansado y aburrido mundo de los adultos. Los borrowers no poseen nada y se dedican a coger prestado lo que los seres humanos dejan tirado por la casa. A partir de aquí se generarán encuentros y equívocos entre personas grandes y pequeñitas, con resultados que convertirán a los Clock, la familia de borrowers protagonista, en una maravilla contemporánea de la historia de unos refugiados.
La autora, Mary Norton, se convirtió en todo un fenómeno de la literatura infantil, pero estos libros no tienen límite de edad. Como no la tiene su otra gran obra maestra, las dos novelas que se convertirían en la inspiración de «La bruja novata», la película de 1971 que demostró que el humor era lo mejor que Disney podía hacer en aquella época.
Una de sus copias
Si los borrowers nacían de los liliputienses de T. H. White, «Los diminutos», de John Peterson son una traslación americana de la creación de Mary Norton. Aquí los personajes diminutos tenían un aspecto más cercano a los ratones, pero seguían las mismas características que las anteriores. Su éxito fue tal que se convirtieron una una serie de dibujos animados de mucho éxito en todo el mundo a finales de los 80.
Dentro del canon de grandes obras sobre personas pequeñitas tenemos a «La mujer más pequeña del mundo», de Clarice Linspector; «La lente de diamante», de Fitz James O’Brian o «La llave mágica», de Lynn Reid Banks. Está claro que hay mucha esencia concentrada en una persona pequeñita y sus historias sólo pueden inspirar maravillas.
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