Especiales

Cataluña

Lucia Berlin, la enfermera que bebía demasiado

La autora de “Manual para mujeres de la limpieza” también tuvo que batallar muchos días con enfermos en urgencias y retrató estas historias en sus relatos

Lucia Berlin en 1966
Lucia Berlin en 1966La RazónArchivo

“Me gusta trabajar en Urgencias, por lo menos ahí se conocen hombres, Hombres de verdad, héroes. Bomberos y jockeys. Siempre vienen a las salas de urgencias". Así comienza “Mi jockey” uno de los 41 relatos que contienen “Manual para mujeres de la limpieza”, de Lucia Berlin, el gran descubrimiento literario de la última década. El libro reúne lo mejor de su catálogo de historias cortas en las que documentó su heterogénea vida, y dentro de su imposible biografía, sus historias de enfermeras son las mejores.

En estas historias vemos a una enfermera ocasional que bebe demasiado, tiene demasiados hijos, demasiados problemas, demasiados vicios y demasiadas frustraciones, y aún así consigue tanta ligereza y poesía en sus textos que parece bailar sobre su propia desgracia. Su vida fue un vendabal. Vivió, por tanto, arrastrada, pero siempre encontraba la lucidez suficiente para controlar todos los elementos y ponerlos ordenados en sus cuentos. Nadie ha sabido ordenar el caos tan bien como ella. ¿Acaso no es eso lo que hacen las enfermeras desde Florence Nightingale, ordenar el caos? “Me gusta mi trabajo en Urgencias. La sangre, los huesos, los tendones me parecen afirmaciones rotundas. No deja de asombrarme el cuerpo humano, su resistencia. Y más vale, porque pasarán horas antes de que les hagan radiografías o les inyecten Demerol”, escribe en “Apuntes de la sala de Urgencias, 1977”.

Cada tarde salimos a las ocho de la tarde a aplaudir el trabajo del personal sanitario. El artista urbano Banksy ha pintado uno de sus célebres graffitis con un niño jugando con una muñeca de una enfermera, tirando a la basura sus batman y spiderman. Todos tenemos la tentación de imaginarlas como superheroínas más allá de la vida y la muerte, pero nada más lejos de la realidad. Las enfermeras son sólo personas como cualquiera de nosotros, y ese es su único valor. No son superhéroes porque sufren como todos, se enferman como todos, tienen que ocuparse de la gente que tienen en casa y de los enfermos que tienen en el hospital y a parte lidiar con sus propios problemas, sus neurosis, su historia de amor fallida, sus pequeños vicios. Lucia Berlin nos ayuda a que no olvidemos todo esto, que otorguemos a las enfermeras su valor real, no mítico. “Vivió en tantos lugares, tuvo tantas experiencias, que podría llenar varias vidas, y todos los que leen sus relatos pueden experimentar en sus carnes todo por lo que ella pasó desde su infancia”, asegura la escritora Lydia Davis.

¿Quién fue esta enfermera que bebía demasiado? Lucia Berlin nació en 1936 y después de una azarosa vida, que incluye estancias en Chile, intentos de abuso infantil y una difícil adaptación a un colegio de monjas, empieza una serie de historias de amor que acaban siempre mal y con un nuevo hijo. Tuvo cuatro, que siempre tuvo que arrastrar consigo a medida que cambiaba de ciudad, de trabajo y de relación sentimental. Además de enfermera fue señora de la limpieza, administrativa, telefonista en un hospital y profesora. Y todos estos vaivenes le llevaron a escribir cuentos maravillosos que llamaron la atención de gente como Saul Bellow, pero que no se convertirían en aplaudidos por los lectores hasta diez años después de su muerte, en 2004. En total, escribió 76 relatos entre los 60 y el 2000. Tras el éxito de “Manual para mujeres de la limpieza”, una antología de poco más de 40, se publicaron el resto en ″Bienvenidos a casa" y “Una noche en el paraíso”.

Admiraba sobre todo a Chejov, pero se parecía más a Raymond Carver. “Escribía como él mucho antes de leerle. A él le gustaba mi trabajo, nos reconocimos inmediatamente”, escribiría Berlin en una carta. En “Mi jockey” habla de cuando un jockey entra en la sala de urgencias y tiene que acompañarlo a la sala de Rayos X para determinar cuál es su lesión. “Esperamos en la sala oscura al técnico. Lo tranquilicé igual que habria hecho con un caballo. Cálmate, lindo c´lmate. Despacio... despacio... Fue maravilloso”, escribe.