Cataluña
La vida robada del “Negro de Banyoles”
El periodista Miquel Molina reconstruye la peripecia de la controvertida figura disecada
Es una de las historias más tristes y sórdidas que se han vivido en un museo catalán. Cuando Barcelona estaba a punto de sorprender al mundo organizando los Juegos Olímpicos de 1992, una de las subsedes de la competición, Banyoles, aparecía en los medios de comunicación, pero no por méritos deportivos. En el Museo Darder se exponía desde hacía décadas un hombre disecado, un guerrero africano del que se desconocía su identidad y origen. El escándalo fue monumental hasta que aquel hombre fue enterrado en 2000 en el continente del que provenía. Es el conocido como el Negro de Banyoles. El periodista Miquel Molina ha dedicado 25 años a reconstruir esta historia en el ensayo “Naturaleza muerta”, publicado por Edhasa. “En los años noventa yo estaba en la sección de local y vi que el personaje se había convertido en una especie de moneda de cambio para todo tipo de polémicas. Nadie hizo prácticamente nada por él, con alguna excepción periodística como Jacinto Antón, que investigó el factor humano de la historia”, explicó Molina en declaraciones a este diario.
Con el tiempo, el periodista ha podido recopilar información procedente de África y Europa, los dos continentes en los que se desarrolla la vida post-mortem del Negro de Banyoles, una historia que tiene su origen en los responsables de convertir el cadáver de un ser humano en un objeto de museo. Son los hermanos Verreaux. “Ellos son los que construyen el personaje con muy poco de lo que fue originalmente. Hacen que el cadáver de una persona pase a ser algo parecido a un maniquí, un objeto con una mínima parte anatómica real. Lo que hacen es construirle una identidad”, aseguró el autor de “Naturaleza muerta”. Todo ello le hace llegar a la conclusión de que lo que se hizo con aquel hombre fue “una atrocidad”. Los Verreaux no contaban con el aplauso de la comunidad científica que veía en ellos a “unos auténticos chapuceros. Se olvidaban muchas veces de etiquetas las colecciones, por ejemplo de pájaros, que disecaban, así que una vez que llegaban a los museos ya no servían”. Los taxidermistas, además de animales disecados, tenían lo que Molina denomina como “una vía B de productos”: seres humanos disecados y, entre ellos, un hombre negro que habría nacido hacia 1800, en el norte de lo que hoy se conoce como Sudáfrica y que con mucha probabilidad falleció alrededor de 1830.
El “producto” de los Verreaux estuvo en ferias y tiendas dando vueltas hasta que finalmente pasó a ser una de las piezas del museo en Banyoles creado con la colección del veterinario y taxidermista Francesc Darder. “No entró en un museo hasta 1917, algo que no habían logrado con él ni en su etapa parisina ni en la barcelonesa. Era figura que tenía un cariz circense y que acabó siendo exhibida en tiendas o ferias. No se le veía ningún interés científico y en las crónicas periodísticas se limitan a hablar de él como una rareza”, dijo el periodista. En Banyoles quedó confinando aquella suerte de reconstrucción de guerrero africano hasta que aquella población se convirtió, demasiadas décadas después, en subsede olímpica.
Por aquellos días, “El País” publicó un reportaje sobre Banyoles y hablaba de dos de las curiosidades que podían encontrarse en la localidad: la carpa Ramona y un negro disecado. Ese artículo fue leído por un abogado llamado Alphonse Arcelin, un hombre que, como recordó Molina, “había sufrido el racismo. Le pareció que aquello era una barbaridad. Al principio realizó gestiones con mucha discreción, tal vez porque se pensaba que era una polémica que se acabaría desvaneciendo. Pero Alphonse se sintió ninguneado cuando no tenía respuesta al acudir a las instituciones, como la Generalitat. Escribió a todo el mundo”. Y todo el mundo le contestó logrando apoyos de todo tipo, desde el alcalde de Los Ángeles al secretario de las Naciones Unidas Kofi Annan.
Poco a poco se fue sabiendo más sobre aquel misterioso hombre. La autopsia realizada por Narcís Bardalet fue, en este sentido, reveladora para descubrir que a ese cuerpo “le faltaban huesos, probablemente para que el cuerpo pudiera ser enrollado para ser transportado. También se confirmó que se había usado el betún. Era probable que hubiera muerto por una enfermedad pulmonar, que tal vez fuera un guía que falleció por cansancio”.
Finalmente en octubre de 2000 se enterraron los restos en Botsuana pensando que aquel era el país de origen del “Negro de Banyoles”. “El Gobierno español quería quitarse de encima ese muerto y se lo dieron a los primeros que levantaron la mano: Botsuana. En realidad el cuerpo disecado fue robado de la actual Sudáfrica. Yo le pregunté al ministro de Botsuana sobre el tema con la sospecha de la equivocación. Él me contestó que al fin y al cabo lo que hacían era repatriar a un hijo de África”, concluyó Miquel Molina.
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Pasividad ante la tragedia