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Médicos residentes al frente del Covid: “Doctor, no me puedo quedar sin madre y sin padre”

Ricardo, MIR del Hospital Clínic, pasó por Urgencias en marzo y abril, durante el pico de la pandemia. “No esperaba que haría un master en Covid-19, hay que tener respeto a esta enfermedad”

Unidad de Curas Intensivas para el coronavirus en el Hospital Clínic de Barcelona. NACHO DOCEReuters

De padres maestros, salieron tres hijos médicos: Ludmila, Julieta y Ricardo. A Julieta, la pandemia de la COVID-19 le cogió en Italia, donde acaba de hacer el examen del MIR (Médico Interno Residente) para acceder a una plaza de especialista. Su hermano pequeño, Ricardo, aún recuerda cuando Julieta le llamaba en febrero y le preguntaba angustiada: “¿Compraste ya la mascarilla?”. “Yo le decía que era una exagerada, que el coronavirus se había descontrolado en Italia y que en Barcelona no habían casos aún. Pero Julieta estaba en lo cierto. Nos equivocamos. El nuevo coronavirus no es como su prima, la gripe, hay que tenerle mucho respeto a esta enfermedad”, concluye Ricardo.

Ricardo, médico residente del Hospital Clínic, estuvo en Urgencias en marzo y abril, coincidiendo con lo peor de la pandemia, en mayo volvió a su especialidad, NeurologíaLa Razón

A este joven residente del Hospital Clínic, la llegada de la pandemia le atrapó haciendo el turno de Urgencias. Ricardo explica que el primer año de residencia, la mayoría de especialidades hacen rotaciones para conocer todas las áreas de un hospital. Él eligió Neurología. Pero justo los meses de marzo y abril le tocó pasar por Urgencias. “Era un periodo bueno porque hay más carga asistencial que en verano y llegan casos muy dispares, así tienes más oportunidades de aprender”, dice. Lo que no imaginaba es que acabaría haciendo un monográfico de COVID-19.

El Hospital Clínic empezó siendo el centro de referencia en Cataluña dedicado a la COVID-19. “Fuimos los primeros en organizarnos y esto nos ayudó a gestionar la crisis, estuvimos muchas veces al límite, pero no llegamos al colapso”, dice. Durante el pico de la epidemia, las Urgencias del hospital atendieron a más 5.000 personas con Covid-19, más de 2.500 quedaron ingresadas, unas 500 recibieron cuidados intensivos y 180 fallecieron.

“Dos semanas terribles”

Aunque si mira hacia atrás reconoce que pasaron “dos semanas terribles”. Justo las que siguieron a la declaración del estado de alarma, el 14 de marzo. Coincide con Josep Maria Campistol, director general del Hospital Clínic, en que “debimos de empezar a actuar antes”. “Nos limitamos a seguir los protocolos que venían de arriba y al principio, el cuadro clínico no era suficiente para tener sospecha de covid. Seguimos los criterios epidemiológicos a rajatabla”, admite Ricardo. El paciente entraba en un circuito de aislamiento, si además de tener síntomas compatibles con el coronavirus, había realizado un viaje en las últimas dos semanas a unos países concretos. “Pero hubo un momento en el que empezaron a llegar más y más pacientes con cuadros respiratorios similares y los primeros protocolos saltaron por los aires. Sabíamos que el virus estaba circulando y no estábamos del todo seguros de estar protegidos mientras atendíamos a los pacientes. De repente, todo se desequilibró”, recuerda. Cinco o seis días después de que el Gobierno declarara el estado de alarma, “nos empezó a llegar una avalancha de gente”, explica todavía aturdido.

El hospital creó un comité de crisis en el que participaban varios profesionales para tomar decisiones que dirigía el director médico. "Cada día recibíamos nuevas instrucciones. El centro se iba reinventando a medida que crecía la presión asistencial y que el virus marcaba perfil. Aprendimos que no todos los pacientes con la covid tienen síntomas respiratorios, unos tenían diarrea, por ejemplo. Hubiera ayudado tener más capacidad para hacer pruebas. Al principio teníamos los resultados de las PCR en seis horas, pero durante el pico, tardamos un día entero en saber algo y eso complicaba el manejo. Había pacientes que necesitaban una respuesta antes de 24 horas”, lamenta.

Aquellas primeras informaciones que venían de China de que el SARS-CoV-2 era como una gripe que sólo afectaba gravemente a gente mayor o con patologías previas cayó por su propio peso. “Empezamos a ver a gente joven con una neumonía muy fea que acababa en la UCI y pensabas: Ojo, esto me puede pasar a mi”. Entre finales de marzo y principios de abril, la curva enloqueció. Barcelona encadenó dos semanas con más de cien fallecidos diarios. El silencio de aquellos días en la calle, contrastaba con la hiperactividad dentro del hospital. “Fueron días durísimos”, admite.

“La joven no dejaba de llorar. Decía que no podía perder a sus padres en dos días”

Ricardo, que comparte piso con otros médicos, iba y venía al hospital con una bicicleta que una empresa de renting prestó a los profesionales. “Los pacientes no dejaban de llegar y el hospital siempre reaccionaba de alguna manera, cerraba los servicios intermedios y transformaba las salas de reanimación de los quirófanos en unidades de cuidados intensivos. Los médicos leíamos todas las revistas científicas donde se reportaban novedades sobre el virus, pero también vimos con nuestros ojos como un paciente que parecía que se recuperaba, empeoraba en un santiamén. Aprendimos mucho. Descubrimos que algunos enfermos tenían una respuesta inmunológica excesiva al virus y que en vez de un antiviral, con un antiinflamatorio mejoraba su curso clínico”, cuenta.

“Fueron días muy confusos. Por un lado sentías la adrenalina de luchar contra un virus, de salvar vidas, de estar viviendo algo único e interesante desde un punto de vista científico. Pero por otro, sientes el cansancio físico y emocional. Lo más triste de esta pandemia es la soledad, porque este virus nos impone una distancia social cuando más necesitamos el contacto”, dice a modo de reflexión. Como dice la canción que Vetusta Morla ha escrito para homenajear a los profesionales sanitarios, Ricardo no miraba nunca el reloj mientras curaba y se metía con sus pacientes en la boca del lobo sin mirar atrás. Pero una joven le hizo despertar de la espiral de trabajo en la que se había visto inmerso. “Me encontré con una hija que tenía a los dos padres enfermos de covid. Los dos estaban muy graves. La madre falleció. El padre no respondía al tratamiento y cuando fui a informarle de su pronóstico, no podía parar de llorar. Me quedaré sin padre y sin madre”, repetía. Sus palabras sonaron como una bofetada. “Todo esto es real", me dije entonces.

Una presión asistencial como la de los atentados del 11-A sostenida en el tiempo

“Vivimos situaciones extrañas”, prosigue. Recuerda un enfermo que debutaba con una leucemia severa y estaba preocupado por si tenía la covid. También, que solía preguntar a los médicos más mayores si habían vivido algo igual y todos le decían lo mismo: “no”. Lo más parecido fue el atentado del 11-A, pero la presión asistencial no fue tan sostenida en el tiempo y la salud del personal sanitario no corrió riesgo. Un primer estudio serológico señala que el 11,2% de los profesionales sanitarios del hospital se infectó de coronavirus..

Ricardo y el resto de compañeros que han estado en la trinchera, han hecho un master acelerado en el manejo del virus que puede ayudar a gestionar un nuevo estallido. En mayo, volvió a su especialidad, Neurología. Y desde aquí también observa algunas secuelas de esta pandemia. “Se están estudiando algunos casos de encefalitis a los que se hará seguimiento”.

La experiencia del Clínic puede ayudar a Argentina

El hijo neurólogo, el pequeño de tres hermanos, ha hecho de puente entre Julieta, la hermana que vive en Italia, y Ludmila, la primogénita, que es cardióloga y sigue en Argentina, su país. Ricardo reportaba a su hermana mayor, a sus colegas médicos de Mendoza y Buenos Aires, e incluso a una asesora del Ministerio de Sanidad argentino los aprendizajes del Hospital Clínic. En Argentina, se anticiparon con las medidas de confinamiento y contuvieron mejor la crisis. El virus no entiende de fronteras, pero la solidaridad entre médicos y la comunidad científica tampoco.

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