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Josep Pla: «De Lorca y Companys nadie hablaría hoy si no los hubieran fusilado»

El escritor Josep Valls reúne en un libro las conversaciones que mantuvo con el escritor ampurdanés

Josep Pla en Llofriu, en 1977, fotografiado por Francesc Català-Roca
Josep Pla en Llofriu, en 1977, fotografiado por Francesc Català-Rocalarazon

En los últimos años de su vida, la salud de Josep Pla fue haciéndose cada vez más frágil, pero se siguió manteniendo despierto su ingenio. Con la lucidez de siempre, el escritor ampurdanés continuó interesado en preservar el placer de la palabra, en alargar una tertulia más allá de la sobremesa si la compañía era grata y si el alcohol podía seguir surgiendo efecto. Para poder continuar conversando, Pla se preocupaba de tener buenos contertulios, aquellos con los que podía hablar de todo; desde literatura a gastronomía pasando por el paisaje o los últimos disparates políticos. Es precisamente en esa etapa final en la vida del autor de “El quadern gris” cuando aparece Josep Valls quien acaba de publicar un libro imprescindible titulado “Històries de Josep Pla”, publicado por Editorial Gavarres.

Valls, a la manera de un moderno Eckermann, fue apuntando todo cuanto decía Pla. El resultado final es una delicia, la recuperación del placer de la palabra en un escritor que nunca tuvo miedo a expresarse con libertad. Ya sea como cliente de la habitación 103 y de la mesa número 26 del Motel Empordà, en Figueres, en el Mas Pla de Llofriu o viajando por Cataluña en automóvil, el escritor lo habló todo con Valls quien logró que esas palabras no se perdieran.

El libro está lleno de momentos a tener en cuenta, como una visita de Pla y y sus amigos a Salvador Dalí en su paraíso personal de Port Lligat. Hacía pocos días que Antoni Puigvert había operado al pintor de la próstata. Así que al encontrarse con el maestro surrealista, Pla le espetó “Dalí: vuestro mundo, vuestra mitología, todavía no lo entiende nadie... ¿Cómo va la próstata? ¿Ahora ya orina bien?” El padre los relojes blandos, desprovisto de la teatralidad de sus intervenciones públicas fue elocuente en su respuesta: “Sí, Pla, carísimo... ahora meo mucho mejor. Y después de mear siento una inmensa satisfacción. Por cierto, Pla: ahora estoy escribiendo una tragedia en verso, en alejandrinos”. El encuentro, en el que los invitados son agasajados con champán caliente, nos sirve para conocer la opinión que el escritor tenía, por ejemplo, sobre Federico García Lorca y algunas leyendas falsas alrededor del poeta, como que hubiera mantenido una relación con Anna Maria Dalí, la hermana del artista. “¿Qué me dice de García Lorca que se quería casar con vuestra hermana? Pero no hubo maneras... ¿García Lorca? Un populista, más o menos como Companys de quien si no lo hubieran fusilado, nadie hablaría hoy. Son gente, digamos, populistas. Sí, populistas pienso que es la palabra”.

El libro transcurre en los años setenta y principios de los ochenta. Eso hace que los cambios políticos que se viven tras la muerte de Franco estén poderosamente presentes en muchas de las páginas del libro. A este respecto, Pla nos habla de su propia ideología como cuando dice que no cree en el socialismo porque “quiere implantar una sociedad de pobres, y, perdone, a mí me gustan las sociedades de ricos... El socialismo son cooperativas. Y al frente de una cooperativa solo puede haber un ladronzuelo. Este es un país de ladrones, ¿sabe? Hasta en las cajas de cerillas donde dice “cuarenta fósforos”, si las cuenta bien verán que siempre hay treinta y nueve o treinta y ocho... ¡o treinta y siete!” Era el 1 de abril de 1980 y Josep Pla lanza una advertencia: “¡Pero Pujol, ay, Pujol! ¡Gran cuidado!” El ampurdanés no le perdonaba a quien sería líder de CiU que hubiera comprado la revista “Destino”.

No cabe duda de que el autor de “El carrer estret” se sentía más cerca de Josep Tarradellas que de Jordi Pujol. Gracias a Valls podemos asistir a un encuentro entre Pla y Tarradellas cuando este último todavía no había vuelto del exilio para restablecer la Generalitat. El escritor le pregunta si pactaría con la monarquía. “Yo, por Cataluña, pactaría con quien fuera”, responde. A Pla le entusiasma esa réplica: “¡Bravo! ¡Colosal! Ya lo ven, ¿eh? Oh, este hombre, que es un gran tipo, sabe perfectamente lo que quiere. Y otra cosa os quiero decir, Tarradellas: que no vengáis a contribuir todavía más a la confusión espantosa que en estos momentos hay en Cataluña. ¡Cuidado con Madrid! ¡Cuidado con París! ¡Que Cataluña, ya me entiende, está a medio camino entre París y Madrid! (…) Los castellanos saben mucho más que nosotros de todo esto... Los catalanes no sabemos gobernar porque no lo hemos hecho nunca”.

Josep Valls aporta innumerables anécdotas de un Pla políticamente incorrecto, como el día en el que descubre en el Mas Pla una vara de alcalde. El autor de “Vida de Manolo” se lo confirma: “Sí, señor, un día el alcalde de un pueblo de la Costa se la dejó en una casa de putas de Palamós, y la dueña me lo regaló”. A Valls le extrañaba que un alcalde hubiera ido a un prostíbulo. “¡No es nada extraño, hombre! ¡Era un día que había ido después de la procesión del Corpus!”, rubricó Josep Pla.