Independentismo

Salvador Dalí, ¿un pintor independentista?

El artista se formó en el federalismo republicano e introdujo a Lorca en el catalanismo

Francesc Pujols y Salvador Dalí
Francesc Pujols y Salvador DalíSalvador Porta/Martorell

Salvador Dalí sigue siendo un nombre controvertido al que se juzga por sus opiniones políticas y no por la calidad innegable de su pintura. La etiqueta de franquista le sigue persiguiendo en contraposición, por ejemplo, de un Picasso exiliado y defensor de la Segunda República. Pero ¿era realmente así? ¿Nos han contado bien la historia del pintor de Figueres o nos hemos dejado llevar por las exageraciones de un personaje que hizo de eso su principal virtud? ¿Y si en realidad Dalí fue un independentista? No se trata de una provocación sino de adentrarnos en un tema que ha pasado a ser un tabú, hasta el punto de que prácticamente no existe prácticamente bibliografía ni se ha hecho exposición alguna que analice este aspecto del mundo daliniano.

La raíz de todo esto la tenemos que encontrar en la propia familia del artista, en su padre Salvador y en su tío Rafael Dalí i Cusí. Ambos eran federalistas catalanes que, como recuerda Ian Gibson en su monumental biografía sobre el pintor, detestaban la monarquía centralista, además de ser defensores a ultranza de la lengua catalana. Don Salvador Dalí i Cusí incluso llegó a ser conferenciante, en 1896, con veinte años del Centro Republicano Federal de Barcelona, conociendo de primera mano a algunos de los ideólogos federalistas del momento. Sus hijos Salvador y Anna Maria serían muy conscientes de todo esto, especialmente del odio que su padre sentía por el Decreto de Nueva Planta que significó, de la mano del rey Felipe V, la supresión de las instituciones catalanas, entre ellas la Generalitat de Cataluña.

En ese ambiente político llegó al mundo Salvador Dalí Doménech el 11 de mayo de 1904. Desde muy joven el pintor bebió de todo eso y se percibe en los diarios de juventud escritos entre 1919 y 1920. Por ejemplo, en la entrada del 22 de noviembre de 1919, al hablar de lo crispado del ambiente político que se vive en el Congreso en Madrid, afirma con rotundidad que “dan ganas de lanzar una bomba en el Parlamento, para que se derrumbe de una vez tanta farsa, tanta mentira, tanta hipocresía”.

El joven Dalí es el arquetipo del joven rebelde. Por eso no es extraño que se identifique con el poeta Joan Salvat-Papasseit, aquel que proclamaba que “en cada catalán hay un anarquista pero este anarquista ha querido hacer un sueño que tal vez dura demasiado”. No es raro que, por tanto, Dalí se refiera a Salvat-Papasseit en varias ocasiones. En 1925 le dedicó uno de sus óleos más importantes de la serie “Venus y marinero”. En 1980, cuando hacía poco que se había restituido la Generalitat, dibujó una suerte de columna conmemorativa en la que escribe unos versos del poeta: “Yo no volveré más/ que no sea con la espada florecida”. Incluso cuando graba la ópea “Etre Dieu”, con libreto de Vázquez Montalbán, además de cantar canciones picantes de su juventud, recita los versos de Salvat-Papasseit: “La muerte y la guerra, la sal de la tierra”.

No es la única influencia catalanista de Dalí. Una de las más importantes será el filósofo de la Torre de les Hores, Francesc Pujols, a quien conoció en la tertulia del Ateneo de Barcelona. A ello se le sumó la lectura de un libro que pasó a ser fundamental para Dalí, “La visió artística i religiosa de Gaudí”, aparecido en 1927. Enrique Sabater, quien fuera secretario personal del pintor durante muchos años, explicaba al autor de estas líneas que Dalí, antes de visitar a Franco, se reunía con Pujols en Martorell para preparar la entrevista. Evidentemente Franco luego no entendía nada. Se conserva la transcripción de uno de esos encuentros en los que Pujols aseguraba que “España es trágica porque todo son vírgenes que hacen milagros”. A Dalí le fascinaba escuchar de labios del filósofo que “la felicidad de la eternidad consistirá en tres cosas: incesto (espíritu fraternal); homosexualidad (del mismo sexo); adulterio (después del uno con el otro). No estar siempre sentado, como cree la gente”. En 1975, al inaugurar su Teatro-Museo de Figueres, Dalí dedicaría un monumento en memoria de Pujols con una frase del filósofo como inscripción: “El pensamiento catalán rebrota siempre y sobrevive a sus ilusos enterradores”. Las autoridades franquistas del momento trataron de censurar esa sentencia, pero Dalí pudo salirse con la suya.

Es interesante apuntar que el marcado catalanismo de Dalí, así como su independentismo, también quiso promoverlo entre sus compañeros de la Residencia de Estudiantes en el Madrid de los años veinte. Pepín Bello me recordaba que en sus primeros días en esa casa, llamando la atención por su aspecto estrafalario, Dalí era conocido como “el Polaco”, una manera despectiva de aludir al origen catalán del pintor. Sin embargo, el joven artista logró hacerse con el afecto de los demás compañeros, especialmente el de Federico García Lorca.

De la mano del pintor, el poeta viajó por primera vez a Cataluña en 1925. Allí pudo conocer el ambiente político que se vivía y se sintió plenamente identificado. Hay varios ejemplos de ellos, desde un “Visca Catalunya Lliure!” escrito en el álbum del restaurante barcelonés El Canari de la Garriga, pasando por una carta a su amigo Melchor Fernández Almagro en la que afirma categórico que “yo que soy catalanista furibundo simpaticé mucho con aquella gente tan construida y tan harta de Castilla”. Por los diarios inéditos de Anna Maria Dalí, parcialmente publicados por la investigadora Mariona Seguranyes, sabemos algo más de todo eso. Un día Lorca preguntó a los dos hermanos Dalí si eran catalanistas y los dos contestaron que sí. “¿De modo que sois separatistas?”, interrogaría de nuevo el granadino, repitiéndose la respuesta afirmativa para sorpresa del poeta.

El 27 de agosto de 1967, Dalí viajó a Perpiñán acompañado de Gala, a quien en privado gustaba llamar “mi caudilla”. Vestido de almirante, se presentó como una versión paródica de Franco para pronunciar un discurso: su personal lectura de la estructura molecular. Ante el público, como si fuera Franco proclamó que “una polla xica, pica, pellarica, camatorta i becarica va tenir sis polls xics, pics, pellarics, camatorts i becarics. Si la polla no hagués sigut xica, pica, pellarica, camatorta i becarica, els sis polls no haguessin sigut xics, pics, pellarics, camatorts i becarics”. Era su manera de volver a los orígenes. Alguien que sabía mucho de esto, Josep Pla, lo supo ver mejor que nadie cuando el 18 de agosto de 1977 le escribió en una carta que “usted señor Dalí no ha sido nunca atacado en este país por razones pictóricas -pese a ser tan desconocido. Ha sido atacado por razones políticas grotescas”.

Esas palabras siguen siendo hoy tan vigentes como lo fueron en el momento de redactar esa misiva. Dalí es, como dice Mark Planellas-Witzsch, un artista “silenciado”.