Historia

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Elizabeth Fry, la enfermera borracha, deprimida y resiliente que inspiró a Florence Nightingale

En 1840 creó la primera escuela de cuidadoras del mundo y provocó la reforma de las prisiones, psiquiátricos, asilos y hospitales

Elizabeth Fry durante su primera visita a la prisión de Newgate en 1813
Elizabeth Fry durante su primera visita a la prisión de Newgate en 1813La RazónArchivo

A los 18 años, Elizabeth Fry visitó el psiquiátrico y el hospital locales y lo que vio allí la marcó para siempre. “Mi corazón quedó triste y desamparado por la visión de un pobre hombre que, después de haber sobrevivido a una terrible operación, estaba en una camilla leyendo en voz alta su libro de oraciones. No esperaba vivir más”, escribiría en su diario. A partir de ese día, su interés se centró en reformar el cuidado y atención de todos los que estuvieran en prisiones, hospitales y psiquiátricos. Incluso la Reina Victoria se dejó asesorar por sus consejos, como el de crear un cuerpo estable de cuidadoras que posibilitasen la correcta atención a los enfermos y presos.

Antes de Florence Nightingale, por tanto, estuvo Elizabeth Fry. Nacida en Norwich en 1780, era la cuarta de doce hijos de una adinerada familia cuáquera, fundadores del banco Barckleys. Al ser disléxica, sus padres consideraron que era estúpida y no la permitieron estudiar como al resto de sus hermanos. Así que su interés se centró en una edad temprana en las actividades filantrópicas que su familia apoyaban. A los doce años su madre murió y ella se quedó al cuidado de sus hermanos pequeños. También visitaba a enfermos e incluso montó sin ayuda un colegio en la lavandería de su casa donde con apenas catorce años vacunaba de viruela a los niños de la región. Gracias a su iniciativa, no hubo brotes de la enfermedad y se convirtió en una pequeña autoridad local. Esa niña no era tan estúpida, después de todo.

En 1800 se casó con Joseph Fry, otro banquero cuáquero, y se marchó a Londres. Tuvo once hijos que le provocaron terribles depresiones post parto. Además, la tuberculosis era endémica en su familia, dos de sus hermanas murieron por su causa, y ella conservó una tos seca constante y continuas bajadas de defensas que le provocaban fatiga, altas fiebres y la incapacitaban por completo. A esto se le añadía un dolor de encías constante, que le trataban con sanguijuelas. Tuvieron que extraerle varios dientes, pero el dolor no se marchaba y para mitigarlo se aficionó a la ginebra y al láudano, lo único que la tranquilizaba. Y aún así fue una de las mujeres más importantes para la salud pública de la historia e inspiró a la mismísima Florence Nightingale. Para su escuadrón de enfermeras, por ejemplo, la famosa señora de la lámpara reclutó a ocho mujeres que ya estaban en la escuela de cuidadoras y enfermeras de Fry, y cuando inauguró su propia escuela lo hizo teniendo en cuenta el ejemplo de Fry.

En 1813, la enfermera visitó por primera vez la prisión de mujeres de Newgate y las condiciones de vida de las presas eran tan deleznables que inició el principal proyecto de su vida, la reforma integral de las prisiones. , ademas de sufrir terribles. Regresó al día siguiente con comida y ropa para las prisioneras, muchas de las cuales tenían a sus hijos con ellas en prisión. Fry llegó a dormir algunas noches en las diferentes prisiones que visitaría a partir de entonces y creó toda una serie de medidas para mejorar las condiciones de vida de estas mujeres y sus hijos, creando, por ejemplo, escuelas en el interior de las prisiones.

Su vida personal nunca le ayudó en la ambición de sus proyectos. Su propio marido se arruinó y la familia declaró la bancarrota en el mismo 1813. Esto retrasó su capacidad para llevar a buen término sus planes, pero gracias a la financiación de su hermano pudo iniciar un proyecto de reforma que la llevaría a ser la primera mujer que presentaría pruebas para una moción en el parlamento inglés.

La idea de reinserción más que castigo de las prisiones parten de Fry, que dejó muchas veces que las propias presas votasen qué reglas les parecían justas e injustas dentro de la prisión. También inició una serie de talleres para que cuando estas mujeres salieran en libertad tuviesen más facilidades en encontrar un trabajo. Incluso ella misma se los posibilitaba.

Viajó por toda Gran Bretaña y Europa para conocer el estado de sus prisiones. Y en cada ciudad, siempre aprovechaba para visitar sus hospitales y psiquiátricos. “Durante los últimos diez años hemos avanzado mucho en el correcto bienestar de las mujeres en las prisiones, pero un cuidado similar es necesario en nuestros hospitales, psiquiátricos y asilos”. Empezó a idear lo que acabaría por ser su escuela de cuidadoras, que fundaría en 1840 pero que, por sus constantes problemas de salud, sus dificultades domésticas y una dedicación constante en su rehabilitación del sistema de prisiones, tuvo que delegar pronto en otros.

En 1946 moría otra vez tras un ataque terrible de dolor y fiebre. Según la baronesa Frances Bunsen, buena amiga de Fry, “de pronto cayó insensible y murió a la manaña siguiente”. Le diagnosticaron hidropesia, que le llegó a afectar a su cerebro. Además, su afición al alcohol empeoró su estado. Desde su adolescencia, siempre le gustó beber vino y cerveza negra y se decía que esto llegó a causarle cierta dependencia. El certificado de su muerte describe la causa de su muerte como “derrame seroso en el cerebro y parálisis parcial”.

Sus hazañas son asombrosas, pero lo son más si contamos que en su vida tuvo que superar la dislexia, la mala salud y continuos infortunios. La enfermera no era una mujer perfecta, pero su determinación de superar cualquier impedimento la convierte en una especie de reverso humano a la perfección que Florence Nightingale representa, de la misma manera que lo fue Mary Seacole. Ella fue la verdadera madre de la enfermería moderna. Su legado es tan importnte que hasta su figura estuvo en el billete de cinco libras esterlinas, hasta que le sustituyo Winston Churchill. Después del esfuerzo mundial del personal sanitario por el coronavirus, estaría bien que le devolvieran este honor, aunque los billetes estén al borde de la extinción.