Arte
Picasso es el cuaderno
El museo barcelonés del artista reúne en una exposición las libretas del artista que guarda en sus fondos
A Pablo Picasso no le gustaba que lo grabaran mientras trabajaba. Y, en efecto, salvo contadísimas excepciones, como la película que rodó con Henri-Georges Clouzot «El misterio Picasso», pocas opciones hemos tenido de introducirnos en el taller del artista, en el laboratorio en el que experimentó las técnicas, los temas y las formas que lo convirtieron en el gran referente pictórico del siglo pasado y aún de este. Una buena herramienta para llenar ese vacío lo encontramos en sus cuadernos de dibujo donde Picasso anotó todo aquello que vio, en muchas ocasiones base de lo que posteriormente traduciría en óleo.
El museo que lleva el nombre del pintor en Barcelona acaba de inaugurar una exposición que permite conocer las libretas picassianas que esta institución guarda. Es una ocasión única para conocer de primera mano 1.300 dibujos que nos permiten pasear, especialmente, por años de formación en La Coruña, Barcelona, Málaga y París, pero también pasando por Horta de Sant Joan y Gósol, todo ello hasta concluir en 1957 cuando Picasso se enfrenta al reto de ilustrar la célebre monografía «La tauromaquia de Pepe Illo». Todo ello nos permite adentrarnos en un terreno que no suele estar al alcance del gran público al no tratarse de obras pensadas para ser expuestas, sino puntos de apoyo de proyectos que en ocasiones no se materializaron en obras de mayor formato. En este sentido, la comisaria de la exposición, Malen Gual, apunta que para Picasso estos álbumes son «una especie de diario, en el que investiga y experimenta para solucionar los problemas inherentes a su proceso creativo».
El propio Picasso, en una de las libretas en las que trabajó de manera exhausta su tela «Les Demoiselles d’Avignon», dejó apuntado «Je suis le cahier», es decir, «Yo soy el cuaderno». Y eso es lo que se percibe en los 17 que se exponen en el Museu Picasso. Picasso es cada una de esas páginas, su personalidad en continuo cambio aflora en bocetos, apuntes del natural, anotaciones de circunstancia o más elaboradas. Vayamos, por ejemplo, al llamado «Álbum de la Coruña», de 1894 donde el jovencísimo pintor firma como P. Ruiz. Es allí donde ya presenta sus credenciales: paisajes naturales y humanos de la ciudad gallega llenan las hojas. Si bien, en un primer momento, parece que a Picasso lo que le interesa es plasmar, sobre si de un conjunto de postales se tratara, los campos, las calles y las barcas de La Coruña, poco a poco es la figura humana la que se adueña de su contenido, de manera que podemos ver retratos de los miembros de la familia Ruiz Picasso. Tampoco faltan las escenas taurinas, una de las obsesiones del artista y que seguirá pintando hasta el final de sus días.
Muy interesante es el cuaderno que Picasso lleva consigo a Málaga, Barcelona y Madrid en 1895 y 1896. El pintor lo lleva consigo cuando visita por primera vez el Museo del Prado, pinacoteca de la que llegaría a ser nombrado director en 1936, aunque desgraciadamente no tuvo la oportunidad de tomar posesión de su cargo. Para Picasso, el maestro siempre fue Velázquez hasta el punto de copiarlo cuando contempla sus obras en el museo madrileño. Es el caso de su boceto rápido de “El niño de Vallecas”, del gigante sevillano. Este diálogo también se visualiza en la muestra con la presencia de la copia del retrato de Felipe IV que Picasso ejecutó en el Prado y que aquí podemos ver acompañado del original de Velázquez.
Además de dibujos, en estos pequeños tesoros también hay anotaciones de direcciones, de nombres e, incluso, de reflexiones picassianas. A falta de unas memorias íntimas, estos cuadernos suplen este vacío para adentrarnos en esos años. Son las pistas para que cualquier estudioso de Picasso pueda tirar del hilo, un hilo que en ocasiones plantea nuevas preguntas, todavía en la actualidad sin responder.
Todos los cuadernos aquí presentados fueron donados por el genio malagueño, a excepción de dos que fueron adquiridos por el museo barcelonés. Uno de ellos pertenece al viaje decisivo que el artista realizó al Pirineo leridano, concretamente al pueblo de Gósol y que resultaría importantísimo para el devenir de su carrera. Porque fue allí, en un Gósol libre de contaminaciones artísticas y donde se conservaba el pasado románico como un valioso tesoro, donde Picasso encontró una de las claves para la creación del cubismo. Ese arte medieval fue una de las herramientas que empleó, ya de vuelta en París, para concluir el retrato de la escritora Gertrude Stein, aquella pintura que si bien en ese momento no se parecía a la protagonista de la tela, se acabó pareciendo. No era una exageración sino que acabó siendo la verdad. En ese álbum vemos algunas pistas del camino que acaba tomando el artista y que conocería su verdadera dimensión con la ejecución de «Les Demoiselles d’Avignon».
El otro cuaderno adquirido por el Museu Picasso formaba parte de la colección del editor Gustavo Gili, tan importante en la difusión de la producción del pintor en nuestro país pese a los problemas que puso el franquismo ante quien era un declarado enemigo del régimen. Entre los muchos proyectos en los que trabajó Picasso codo con codo con Gili brilla con luz propia «La tauromaquia de Pepe Illo», la misma en la que también había estado inmerso décadas antes Goya, Entre descanso y grabado, Picasso hizo un delicioso álbum.
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