Opinión
Buenas maneras
Existe una corriente, promovida por la banda de doña Irene, que persigue desprestigiar las buenas maneras, por ser contrarias a la igualdad, al feminismo y hasta a la modernidad. Dudo que la incompetente ministra recibiera de niña copiosas lecciones de buenos modales, y nadie puede culpar de su mala educación a quien no ha tenido la fortuna de recibirla. Sea como fuere, la corriente antedicha (que, por supuesto, obedece a una estrategia prediseñada) se ha quedado a medio recorrido. Para ir más lejos hubiese precisado de un importante número de adeptos, una legión de baladores incondicionales -los hay en todos lados- de pensamiento guiado por sutiles mensajes que, de forma machacona y a diario, sus líderes lanzan desde serviles medios afines. Pero con las urnas convertidas en un sumidero de votantes, el plan se viene abajo.
Yo tengo comprobado que la cortesía y la galantería no molestan «in essentia» a las mujeres que berrean contra dichas conductas. El civismo y la urbanidad siempre son bienvenidos, al menos en privado. Yo he abierto la puerta, he cedido el paso y he dejado el mejor sitio a conocidas activistas de ese pretendido feminismo mal entendido que considera insultantes todos estos procederes, y jamás se me han quejado, sino todo lo contario. Cuando entran en la estancia en la que yo me encuentro, no me pongo en pie por razones evidentes; pero, por lo demás, procuro aplicar todas las enseñanzas que mis padres, sobre todo, me inculcaron desde la infancia. Alguna vez he pensado que no me reprenden porque voy en silla de ruedas y eso les corta (que ocurre). Pero luego pienso que no, que no lo hacen por pura incoherencia y porque, en realidad, los modales sólo las perturban de boquilla y sobre el papel. Porque coherentes, no son. No puedes bramar contra los piropos, considerarlos una deplorable manifestación de extremo machismo, y luego, responder halagada y sonriente con un «¡Pues muchas gracias!» al popular –y rojo, claro– presentador de televisión que, en una entrevista te suelta –ojo: ¡a una ministra del Gobierno!– que «tienes el coño como esta mesa de grande» (sic). Porque eso, se mire como se mire, no deja de ser un piropo, zopenca. Burdo, soez, chabacano, poligonero, cutre, grosero, arrabalero, hortera y todo lo que quieras, pero piropo, a fin de cuentas. La coherencia, una vez más, de vacaciones. Por eso, Irene, porque lo tuyo es pose y no congruencia, verás como, si alguna vez coincidimos, te mostrarás encantada y agradecida cuando yo te trate con la máxima educación y con la deferencia que los hombres enseñados dispensamos a las mujeres. A todas ellas.
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