Opinión
Una perfomance para dar cobertura a Aragonés
Aragonés celebró su cumbre, su perfomance. Tenía el éxito asegurado porque no estaban invitados todos aquellos que discrepaban. Ni los que consideran que sumar una hora más de castellano no afecta para nada a la inmersión lingüística, y mucho menos a aquellas entidades que quieren aumentar el número de horas lectivas en castellano. Estos se quedaron fuera. También los partidos, incluidos los independentistas, se han quedado fuera de la cumbre. Aragonés no tenía intención de ver como lo acusaban de poco defensor del catalán los que quieren imponer el catalán como lengua única.
Sobre la mesa, la gran cuestión, como desobedecer. La gran pregunta: ¿A quién le cargamos el mochuelo de la desobediencia? ¿A los directores de los centros? ¿Lo asumirá el conseller de educación, como de hecho sugirió la presidenta del Parlament, Laura Borràs?
Esta es la gran duda porque mucha desobediencia de boquilla y poco ardor guerrero a la hora de practicarla. De entrada, la Generalitat acató con recato y disimulo la sentencia de Canet al no recurrirla. Queda el plato fuerte, el cumplimiento de la sentencia del Tribunal Superior de Justicia. El consejero del ramo envió raudo y veloz una carta a los directores de los centros demandando que no cambien en nada sus planes de estudios. Lo hizo el consejero a sabiendas que dentro de la autonomía de los centros, muchos de ellos ya incluyen más horas de castellano, aunque otros no lo que nos deja perlas como la que dijo un concejal republicano defendiendo la no ampliación de horas en castellano “Yo me desenvolupo bien en castellano”, dijo sin rubor. Y se retrató. ¡Vaya si lo hizo!
Insisto, ¿una hora más de castellano rompe el modelo de inmersión lingüística? Rotundamente no. Porque el problema del modelo no es la lengua, es el propio modelo que tiene carencias educativas y no funciona. Entre otras cosas, porque si el debate es la lengua, su gran fracaso es la inexistencia del inglés. De hecho, una patronal poco sospechosa de su militancia independentista como FEMCAT, acompañada por la Cámara de Comercio -también sin ningún tipo de sospecha patriótica- y las patronales Fomento del Trabajo y PIMEC, pidieron hace dos días que se exija a los universitarios el nivel B2 de inglés para graduarse. El problema es que el nivel de inglés no está ni se le espera en la escuela pública catalana. Eso sí que es un fracaso, como lo es escuchar a la portavoz de ERC, Marta Vilalta, expresarse en la lengua de Cervantes.
Pere Aragonés, y el conjunto del independentismo, deben asumir que Cataluña es bilingüe, y su bilingüismo bien haría en convertirse en trilinguismo, y que ser bilingüe no es un problema sino una oportunidad. El castellano no está en peligro en Cataluña pero tampoco el catalán. La inmersión lingüística evitó dos líneas de enseñanza, pero debe ser elástica y adaptarse a los tiempos y a los entornos. El muy independentista, Ernest Maragall, actual líder de ERC en el Ayuntamiento provocó en 2007 una gran polémica por defender la tercera hora -de castellano, off course- en el plan de estudios. Los nacionalistas lo devoraron. Los de un lado y los del otro. El proyecto pasó a dormir el sueño de los justos. Catorce años después la bronca se repite, pero solo por la imposición de una segunda hora que ayudará a que los chavales aprendan mejor el castellano pero que, en ningún caso, deteriora al catalán.
Aragonés ha hecho hoy su “perfomance” para justificar la manifestación del sábado en Barcelona para defender el catalán, cuando ni los padres de Canet lo rechazan, sino que simplemente quieren garantizar a su hija la enseñanza en castellano. En la manifestación estarán todos los de hoy, más los holligans. No estará el PSC, Ciudadanos, PP y VOX. Los Comunes sí, pero bien harían los de Colau en dejar la equidistancia, porque la equidistancia es cobardía y, sobre todo, poco audaz.
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