Edad Media
Barcelona, año 1401: nace el primer banco público que prestaba dinero al Rey
La Mesa de Cambio permitió que la Ciudad Condal se afianzase como potencia marítima del Mediterráneo
Corría el año 1401, cuando el Consell de Cent de Barcelona (el consejo de ciento, gobierno municipal de la ciudad) decidía crear una institución que velase por los ahorros y estimulase la actividad mercantil. Nacía así la Mesa de Cambio y Depósitos (la Taula de Canvi) como contrapartida a la banca tradicional. Guillem Colom i Saplana se erigía como administrador después de depositar 6.000 florines como aval.
La Mesa, por entonces, se encargaba de dar crédito al monarca y al consejo de la ciudad, aceptando depósitos de particulares con mejores garantías que el resto de bancos, y jugó un papel importante en la vida pública durante todo el siglo XV. El inventó funcionó y poco después, en 1407, el rey, Martín I de Aragón, también conocido como Martí l’Humà, autorizaba una segunda mesa de cambio en Valencia.
La Mesa de Cambio, por lo tanto, surgió en un contexto de crisis en el que se necesitaban financiar actividades comerciales y viajes de larga distancia, tanto terrestres como marítimos, entre puertos europeos. Dichas travesías comenzaron a incrementarse durante la Baja Edad Media. Y el puerto de Barcelona, que por entones vivía un momento de esplendor, necesitaba herramientas para desarrollar su actividad comercial. Así, la Mesa de Cambio iniciaba su actividad en la Lonja de Mar, punto de reunión de mercaderes y comerciantes durante buena parte de la historia de la capital catalana. Esta entidad aceptaba monedas y joyas de los habitantes de Barcelona y sus alrededores en diferentes formatos, ya que era posible contratar depósitos a la vista y depósitos a plazos. Estos ahorros eran transferibles siempre y cuando no se incurriera en un sobregiro.
Desde sus inicios, la Mesa fue una institución muy relevante. El libro de cuentas más antiguo que se conserva registra más de 500 archivos individuales. Así, destacan los depósitos de la Generalitat, instituciones religiosas, órdenes militares, e, incluso, figuraban las cuentas de los reyes de la Corona de Aragón, tal y como explica Johannes Gerard van Dillen en su obra “Historia de los principales bancos públicos” de 1964. En 1445, la reina María concede a la ciudad de Girona, la institución de una tabla de cambios bajo el nombre de Mesa de Cambio y Comunes Depósitos de la ciudad de Girona.
La Mesa de Cambio y Depósitos, así pues, es considerada el primer banco público de Europa. Su funcionamiento continuó hasta tiempos modernos, siendo absorbida por el Banco de España en 1853.
La Barcelona de entonces venía precedida por la expansión territorial del condado de Barcelona y su posterior absorción por la Corona de Aragón, convirtiéndose en uno de los centros políticos, económicos y sociales de un vasto territorio que incluía posesiones por todo el mar Mediterráneo. De hecho, el recinto de la ciudad fue creciendo desde el primitivo núcleo urbano -lo que hoy día es el Barrio Gótico- y, en el siglo XIV, surgió el barrio del Raval. El esplendor económico, no obstante, venía precedido de una crisis demográfica sin precedentes tras a la eclosión de la peste negra apenas medio siglo antes que dejó a Barcelona en 25.000 habitantes cuando a comienzos del siglo XIV contaba con casi el doble.
La peste, sin embargo, azotó a toda Europa por igual, lo que incluía a los principales competidores de Barcelona por el dominio del Mediterráneo como Génova, Marsella o Florencia. Paradójicamente, este situación provocó en la capital catalana un repunte de la economía, ya que la subida de precios por la escasez de alimentos favoreció la especulación, al tiempo que la crisis demográfica derivada de las pestes llevó a la concentración de capitales. En aquel contexto de dramática retracción, las autoridades municipales de Barcelona dieron un paso adelante y anticipándose a todas las grandes plazas mercantiles de Europa, crearon la Mesa de Cambio.
En el contexto del feudalismo medieval, la Ciudad Condal gozaba, además, de unos notables privilegios, concedidos primero por los reyes francos y, posteriormente, por los condes catalanes. Los barceloneses eran, digamos, hombres libres, pudiéndose dedicar sin trabas a sus actividades artesanales y comerciales. Este hecho, junto al factor protector de su muralla y una envidiable situación geográfica, convirtieron a la ciudad en motor del Principado de Cataluña.
Así las cosas, la expansión por el Mediterráneo se tradujo en un próspero comercio de trigo y sal con Sicilia y Cerdeña; algodón y esclavos con Constantinopla; y especias diversas con Chipre, Damasco y Alejandría.
Sin embargo, a partir de mediados del siglo XV el comercio marítimo se vio afectado por la piratería y, desde inicios del siglo XVI, por la apertura de la ruta a Oriente por el Atlántico circunnavegando África. Los comerciantes genoveses y provenzales sustituyeron a los catalanes en los principales mercados mediterráneos por lo que, apenas un siglo después de la fundación de la Mesa de Cambio, solo las plazas conquistadas en el norte de África por la monarquía hispánica mantenían viva la actividad comercial catalana.
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