Cultura
Últimas tardes en el despacho de Juan Marsé
Ninguna institución catalana se ha interesado por la conservación del archivo personal del autor de «Si te dicen que caí» y «Rabos de lagartija»
El próximo 18 de julio se cumplirán dos años de la muerte de Juan Marsé, uno de los mejores escritores que han pasado por la literatura española del siglo XX. En su despacho, el que ocupó durante años, en su casa de la calle Bailén de Barcelona, el tiempo parece que se ha parado. Los libros se siguen amontonando en las estanterías junto a las figuritas de Betty Boop o retratos de Ava Gardner o Rita Hayworth. Es como si el tiempo se hubiera parado y en cualquier momento Marsé regresara para volver a enfrentarse con la hoja en blanco, ya sea en papel o en la pantalla de su ordenador.
He quedado con la escritora Berta Marsé para, antes de entrar en ese templo literario, hablar sobre su padre y sus papeles. Me reconoce que todavía no se ha enfrentado con las muchas, muchísimas carpetas que ha dejado el autor de «Si te dicen que caí», aunque descarta que aparezcan inéditos importantes. «Puede ser que encontremos algún cuento, pero hay que estudiarlo todo con detalle. Lo que era su obra literaria está ya cerrada», me explica Berta quien contará con la ayuda de Josep Maria Cuenca, autor de «Mientras llega la felicidad», la que sigue siendo aún la única biografía disponible y completa del escritor barcelonés. Sí sabe Berta que su padre guardaba la correspondencia que mantuvo con Jaime Gil de Biedma, uno de sus grandes amigos. Podría ser el material de un futuro libro, aunque aún es pronto para saberlo. También parece precipitado saber cuál será el destino final de este archivo antes de que sea catalogado. Lo que sí ha extrañado a la familia Marsé es que desde la desaparición del escritor nadie, absolutamente nadie, en nombre de ninguna institución catalana ha preguntado por el futuro de estos papeles. Por ejemplo, la Biblioteca de Catalunya, donde se encuentran en la actualidad los legados de dos buenos amigos de Marsé, como son Barral y Vázquez Montalbán, no ha dado señales de vida por el momento. Si en Barcelona no se quieren los papeles de Marsé puede que finalmente sea alguna biblioteca importante madrileña la que preserve este legado. «Pero antes hay que estudiarlo todo», me subraya Berta Marsé.
Noto en ella emoción cuando abre la puerta de la casa y pasamos directamente al despacho, el mismo en el que escribió «Caligrafía de los sueños» o «Noticias felices en aviones de papel». Fue también aquí donde recibió la noticia de la concesión del Premio Cervantes, en noviembre de 2008. Todo permanece prácticamente igual. Junto al balcón siguen sus libros de cine intactos, como las biografías de Bogart, destacando la voluminosa firmada por A. M. Sperber y Eric Lax, las conversaciones de Peter Bogdanovich con Orson Welles o las de Cameron Crowe con Billy Wilder, además de las memorias de Marlon Brando y Marilyn Monroe. Los trece volúmenes de las obras completas de Baroja permanecen en su sitio, el mismo en el que los dejó Marsé, al igual que una segunda edición de «Vida de don Quijote y Sancho», de Unamuno, editada en 1914, o la primera de «El quadern gris» de Pla. Tras la mesa de trabajo de Marsé siguen las ediciones de la totalidad de su obra, también las traducciones, así como aquellos libros en los que colaboró, como fue siendo el prologuista de una edición de «Paracuellos», el cómic de Carlos Giménez. Por el despacho veo varias fotografías. En una de ellas un jovencísimo Juan Marsé aparece trabajando en un taller de joyería. En otra, gracias a la cámara de Ángel González, acompaña a Jaime Gil de Biedma en Nava de la Asunción, la finca del poeta, en 1964. Con el autor de «Moralidades» también lo veo en una imagen de la presentación de «La muchacha de las bragas de oro», la obra con la que el novelista ganó el Planeta en 1978, mientras que en otra de las fotografías aparece conversando con Juan Carlos Onetti.
Berta Marsé me enseña pequeñas libretas en las que su padre lo anotaba todo, incluso dibujaba. Algunas de ellas han visto recientemente la luz en el volumen «Notas para unas memorias que nunca escribiré». Quedan muchas, como una en la que Marsé escribe apuntes de diverso tipo: «En mi dieta ya no entra el chorizo mallorquín. Repite mucho, y además pringa». «1985. París. Jaime en el Pavillon Roux, en una habitación individual con teléfono, acompañado por Josep (21 octubre 1985) [una referencia al ingreso de un Gil de Biedma enfermo de sida en un hospital parisino y acompañado de su última pareja Josep Madern]». «Quico Sabaté, el último guerrillero (Pilar Eyre)». «El esmero es la única convicción moral del escritor. Ezra Pound».
En los últimos meses de su vida, Marsé se desprendió de parte de su biblioteca. Fue regalando algunos libros confiando que tuvieran nueva vida lectora en otras manos. Pero se guardó los ejemplares que le resultaban personales, ya fueran por estar firmados por amigos queridos o por formar parte de su imaginario. Es allí donde están, junto con muñecos de los protagonistas de «La naranja mecánica» de Kubrick, los libros de Gil de Biedma («A Juan, en nombre de la peligrosa condición que en ambos concurre: la de cachondos sentimentales»), Carlos Barral, Ángel González, Antonio Muñoz Molina, Terenci Moix, Ignacio Martínez de Pisón, José Agustín Goytisolo, Joaquín Sabina o la colección de Guillermo el Travieso.
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