Opinión

El lenguaje inclusivo: ¿para qué?

¿Es el masculino un mecanismo gramatical ideado expresamente para invisibilizar a las mujeres?

Lenguaje inclusivo
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Qué pereza le da a uno escribir sobre este tema, pero guardaba aún por aquí la noticia, algo añeja ya, de que 55 universidades españolas llaman a cambiar la gramática para desterrar el “sexismo lingüístico” y no me he podido resistir.

De entrada, ni la lengua ni la gramática son machistas, a no ser que deliberada o interesadamente se les quiera atribuir tal condición, que es lo que pasa cuando se las mira con las anteojeras del feminismo más combativo, y más si este lleva el tizne de la cultura de la cancelación. Porque el masculino es el género no marcado, o género por defecto, lo que le permite designar a toda una clase de individuos, sin distinción de sexo, de manera que “los mejores escritores” incluye también a las mejores escritoras, y “los osos polares” engloba asimismo a las osas polares. De ahí que el empleo de las dos formas, la masculina y la femenina, en las palabras que las admiten, o los intentos de entronizar determinados vocablos que las engloben, resultan del todo innecesarios, por redundantes y artificiales. Y no solo atenta esa práctica, tan socorrida por activistas y políticos, contra uno de los principios fundamentales de la lengua, la economía expresiva, sino que en modo alguno favorece la comunicación, que es asimismo la principal función de cualquier idioma; al contrario, la entorpecen y la dificultan.

En sus recomendaciones (que más parecen mandamientos) para “un uso adecuado del lenguaje”, reclaman esas 55 universidades no usar el masculino al describir grupos mixtos (porque hacerlo supone “invisibilizar a las mujeres”), instan a sustituir el término genérico “hombre” por “ser humano” y proponen la utilización de términos inclusivos (profesorado, estudiantado, ciudadanía) y otros subterfugios, como, por ejemplo: en lugar de “todos suspendieron” se debe decir “nadie aprobó”, y “ruego estén atentos” se ha de sustituir por “ruego presten atención”. Todo ello con el objetivo último de combatir el “modelo androcéntrico” y “alcanzar una igualdad efectiva entre hombres y mujeres”, en la creencia de que “el respeto a las otras personas a través del lenguaje contribuye a la sostenibilidad del planeta”.

Y uno se pregunta: ¿es el masculino un mecanismo gramatical ideado expresamente para invisibilizar a las mujeres?; ¿mejoraría la condición social de la mujer por el mero hecho de que todos aceptáramos esas nuevas reglas lingüísticas?; ¿cambiar la lengua implica cambiar la realidad?; ¿más que de visibilizar lo femenino, no se trata de invisibilizar lo masculino?

Mejor harían esas 55 universidades, y todas, en dedicar reuniones, medios y recursos a un problema que sí es real, y grave y preocupante: el nivel de comprensión lectora y de expresión escrita de los alumnos y alumnas, que, lamentablemente, afecta también a los y a las que aspiran a un título superior. Y ya de paso, podrían también las universidades estudiar la conveniencia de homogenizar en lo posible la PAU, a fin de que el actual porcentaje de aprobados y aprobadas, en torno al 95 por ciento de los presentados y presentadas, responda a criterios más igualitarios y rigurosos.