Opinión
Otro descalabro en la enseñanza
Para enseñar, es de Perogrullo, primero habrá que saber, pues, si no se sabe, de nada sirven pedagogías
Han sido estos días noticia las oposiciones a profesores de secundaria convocadas por las distintas administraciones autonómicas, y por lo mismo de siempre en todo lo que se refiere a la enseñanza, los malos resultados, pues entre el 50% y el 80% de los aspirantes no ha aprobado. La cifra asusta, es verdad, pero no resulta difícil de entender si se tiene en cuenta que la gran mayoría de esos opositores se han formado ya bajo las directrices y los programas de un sistema educativo que prioriza las competencias o capacidades sobre los conocimientos y se sustenta en una jerga pedagógica que ha acabado con la esencia de casi todas las asignaturas.
Como era de esperar, a la hora de explicar las causas de tamaño descalabro, algunos sindicatos se han apresurado a señalar que el problema radica en el propio sistema de oposiciones, que consideran ineficaz y trasnochado. Y apuntan con especial ahínco a la primera parte de la prueba, en la que se valoran los conocimientos sobre la especialidad. Esta parte es eliminatoria, de manera que, en caso de no superarla, no se pasa a la segunda, que consiste en la presentación de una programación didáctica. Y es esta segunda la que sindicatos y pedagogos pretenden reivindicar. Como si esto, el método y las filigranas pedagógicas, que se pueden hilar muy finas para que queden bonitas –solo se necesita tiempo, maña y un poco de imaginación– fueran más importantes que los conocimientos. Porque para enseñar, es de Perogrullo, primero habrá que saber, pues, si no se sabe, de nada sirven pedagogías: desde hace siglos, maestros y profesores han sido muy conscientes de que su obligación era enseñar a los alumnos, y ya se encargaban ellos de buscar la mejor manera de hacerlo (y por supuesto, sin preguntarse nunca si transmitían competencias o contenidos). ¿No será entonces que se pretende aplicar también aquí la misma receta que se practica en las aulas, rebajar la exigencia para igualar por abajo?
Las oposiciones, que descansan en el principio de igualdad de oportunidades, son, mientras no se demuestre lo contrario, si no el mejor, el menos malo de los sistemas hasta ahora practicados. En primer lugar, porque representan el único medio de acceso a un puesto en la administración, hoy tan codiciado, por parte de los que no cuentan con ningún otro apoyo, esto es, de las clases modestas, de los más desfavorecidos como dicen ahora los mismos que, llamándose progresistas, luego traman contra ellas. En segundo lugar, porque se valoran los conocimientos y los méritos y nada más, un campo neutral en el que nadie parte con ventaja. Lo demás sería abrir la puerta al clientelismo, a los nombramientos a dedo, a la designación directa, al amiguismo y al enchufe, tan de otra época que parecían.