Historia

El hombre que se tragó 17 navajas y vivió para contarlo (aunque no mucho tiempo)

Ante un paciente inoperable, ¿qué solución se les ocurrió a los médicos del siglo XIX para intentar extraer los trozos de metal corroído de su intestino?

Una navaja española del siglo XIX. IMAGEN DE ARCHIVO
Una navaja española del siglo XIX. IMAGEN DE ARCHIVOlarazonMetropolitan Museum of Art

Mientras me documentaba sobre la historia del bismuto como metal medicinal, me topé de pura casualidad con un caso clínico del siglo XIX que tiene como protagonista a un tipo que, en cuanto bebía unas cuantas copas de más, tenía la curiosa costumbre de intentar impresionar a sus allegados tragando grandes cantidades de navajas. Y, no, no me refiero al molusco con el mismo nombre, si no a las navajas menos aptas para el consumo humano: las que tienen hojas de acero y se pliegan sobre un mango de madera.

Sobra decir que la historia de este buen hombre no tuvo un final feliz, pero, aun así, el caso me ha parecido digno de mención por el curioso procedimiento químico que se les ocurrió a los médicos de la época para intentar curarle… Y como testamento a lo resistente que puede llegar a ser el cuerpo humano.

El paciente

En junio de 1799, un marinero americano de 23 años llamado John Cummings paseaba con sus compañeros por la costa de Francia cuando tropezaron con una multitud maravillada por un embaucador que les hacía creer que era capaz de tragar navajas. Después de volver al barco y relatar la historia al resto de la tripulación, un Cummings ebrio afirmó que era capaz de lograr la misma hazaña, así que sacó su navaja del bolsillo y se la tragó sin problemas. Y, ante un público insistente que le incitaba a repetir el truco, esa noche acabó tragándose un total de 4 navajas.

Contra todo pronóstico, Cummings no sufrió ningún efecto adverso y «expulsó» tres de las navajas durante los días posteriores. Es cierto que nunca recordó haberse deshecho de la cuarta navaja, pero, si no lo hizo, nunca le causó ninguna molestia.

Ante la ausencia de consecuencias negativas, Cummings no aprendió una valiosa moraleja aquel día y repitió su espectáculo durante otra borrachera en Boston, en marzo de 1805. Después de haber engullido una cifra récord de 14 navajas, esta vez las consecuencias fueron mucho más serias: Cummings despertó con unos vómitos constantes y un dolor de estómago que le mantuvieron en el hospital «hasta que se deshizo de su carga el día 28 del siguiente mes».

Aun así, esta mala experiencia tampoco hizo mella en la determinación de Cummings por tragar navajas. De hecho, en diciembre de 1805 superó su marca personal una vez más tragando un total de 17 navajas… Y las cosas se pusieron feas de verdad.

Las complicaciones

Al día siguiente, Cummings despertó con un intenso dolor abdominal y acudió al cirujano del barco en busca de ayuda, pero la medicina que se le suministró no surtió efecto. En total, el marinero tardó tres meses en notar una mejoría, aparentemente provocada por la consumición de «cierta cantidad» de aceite. Aun así, las navajas seguían alojadas en su sistema digestivo y el dolor volvió en junio de 1806, cuando vomitó un fragmento del mango de una de ellas. En noviembre del mismo año y febrero de 1807, excretó varios fragmentos adicionales y su salud empezó a empeorar hasta que, en junio, fue expulsado del barco.

Casi de inmediato, Cummings viajó a Londres para ser ingresado en el Guy’s Hospital, pero su historia sobre la ingestión de navajas era tan difícil de creer que los médicos pasaron un año tomándole por un simple hipocondríaco. Al fin y al cabo, se trataba de una época en la que su testimonio no se podía corroborar con una simple radiografía, porque esa tecnología aún no había sido inventada.

Al final, ante la insistencia de Cummings y la coherencia que había conservado su testimonio a lo largo del tiempo, además del intenso dolor que parecía estar sufriendo y la dureza que presentaba en la región que rodea el colon, un tal Dr. Babington le aceptó como paciente. En cuanto el médico observó el intenso color negro de sus excrementos y confirmó la presencia de al menos un trozo de navaja atascado en su intestino mediante un tacto rectal, no quedó lugar a dudas. Cummings decía la verdad. Realmente tenía una gran cantidad de material ferroso parcialmente degradado alojado en sus intestinos. A continuación, la cuestión era encontrar la manera de sacar de ahí todo ese metal.

El tratamiento

Ante la imposibilidad de extraer quirúrgicamente los fragmentos de navaja, el Dr. Babington decidió que la mejor opción era administrarle a Cummings ácido diluido por vía oral. La intención era que el ácido reaccionara químicamente con el hierro de la navaja y lo disolviera por completo o, al menos, que desgastara los bordes afilados lo suficiente como para facilitar su paso por el sistema digestivo de manera segura.

La idea tenía sentido el punto de vista químico. Por ejemplo, el motivo por el que la sal se disuelve en el agua líquida es que las moléculas de agua son capaces de pegarse a los átomos de cloro y sodio que componen este sólido y separarlos. Cuando las moléculas de agua acaban de arrancar cada uno de los átomos de cada grano de sal y los han dispersado a lo largo del volumen del líquido, se dice que la sal se ha disuelto.

Ahora bien, un mazacote de hierro no se va a disolver en un vaso de agua, por mucho que se remueva. El motivo es que los átomos de hierro están unidos entre ellos con demasiada fuerza y las moléculas de agua no los pueden separar. Aquí es donde entran los ácidos: sustancias que son capaces de reaccionar químicamente con el hierro, arrancando sus átomos de la superficie del metal y obligándolos a combinarse con otros elementos que contiene el ácido, formando moléculas en las que los átomos de hierro acaban unidos a esos elementos con mucha menos fuerza, de manera que el agua los puede separar y disolver.

Volviendo al caso de Cummings, los médicos le proporcionaron ácido sulfúrico y nítrico diluidos con la intención de que reaccionaran con el hierro y lo convirtiera en sulfato de hierro y nitrato de hierro, respectivamente. Como estos dos compuestos solubles en el agua, los fragmentos de navaja irían perdiendo hierro a medida que reaccionaran con el ácido y el cuerpo de Cummings los podría expulsar con más facilidad. Por desgracia, las cosas no fueron según lo planeado.

El trágico desenlace

Aunque los médicos sostenían que su tratamiento permitió alargar la vida de Cummings, éste falleció en 1809 y la autopsia reveló que tenía los intestinos repletos de óxido de hierro negro y trozos de metal atascados entre sus paredes. Además, en su estómago se encontraron entre 30 y 40 fragmentos de navaja que acabaron expuestos en el museo anatómico del hospital.

¿Fue una buena idea tratar el caso de Cummings con ácido? Aunque he encontrado otros médicos de la época en los que se detalla la disolución de cuerpos foráneos con ácido diluido, como huesos de pollo, hoy en día este tipo de tratamiento sólo se utilizaría en casos muy extremos, ya que esos ácidos también provocan daños en las paredes del esófago y el tracto intestinal.

En la actualidad, un caso como el de Cummings se trataría con mucha más rapidez y eficacia en un hospital moderno gracias a la tecnología de rayos X y a la existencia de técnicas quirúrgicas menos invasivas. Aun así, por si acaso… No engulláis navajas.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • La mayor parte de trucos de faquires no son trucos de magia. Los tragadores de sables atraviesan con ellos su gaznate, por ejemplo, y precisamente por eso son espectáculos altamente temerarios que los aficionados no deben intentar.
  • Actualmente la impactación de un cuerpo en el tubo digestivo solo se trata con ácido cuando es de carácter metálico y no existe otra alternativa.

REFERENCIAS (MLA):