Ciencia

Gas mostaza: el arma química que sirve para luchar contra el cáncer

El gas mostaza se diseñó como un arma química mortal que llegó a afectar a miles de personas. Ahora forma parte de algunos tratamientos de quimioterapia.

Soldados australianos con máscara de gas durante la Primera Guerra Mundial provistos de máscaras anti gas
Soldados australianos con máscara de gas durante la Primera Guerra Mundial provistos de máscaras anti gasinternetla razon

La guerra siempre ha sido y será uno de los actos más atroces de la humanidad. El odio que lleva a dos ejércitos a pelearse ha sido el caldo de cultivo ideal para que se generaran los inventos más destructivos de la historia, como la bomba atómica.

Pero a veces, esta destrucción y muerte sin sentido puede dar lugar, de manera indirecta, a una pequeña esperanza para el futuro. Un pequeño brote verde útil si somos capaces de verlo con los ojos adecuados. Uno de los mejores ejemplos en este sentido fue el arma química que empezó en los campos de batalla y acabó en la consulta del oncólogo: el gas mostaza.

El gas naranja que olía a rayos

La química fue tristemente una de las protagonistas durante la Primera Guerra Mundial. El conocimiento químico de la época empezaba a ser suficiente como para intentar sintetizar una enorme variedad de compuestos químicos nuevos. Muchos exploraban este conocimiento para generar nuevos antibióticos y materiales, pero en pleno ambiente bélico, varios países buscaban compuestos químicos especialmente tóxicos para lanzarlos al enemigo.

De todos ellos, uno de los más agresivos y que más muertes ha provocado ha sido el gas mostaza. Llamado así por un fuerte olor a mostaza o ajo quemado, este gas es capaz de reaccionar químicamente con nuestro ADN, uniéndose a él y doblándolo hasta romperlo. Todas las células que entran en contacto con el gas acaban muriendo, y sus síntomas proceden de este hecho. Un baño en gas mostaza supone quemaduras químicas en la piel, los ojos y el interior de los pulmones, afectando e inmovilizando al soldado, que puede llegar a morir si no se le retira del gas inmediatamente.

Por su alta capacidad corrosiva, fue un arma química diseñada para la guerra, utilizada por primera vez por el ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial. El problema es que el gas debe lanzarse en ocasiones concretas, ya que puede afectar a sus propias tropas. Pero cada vez que se lanzó supuso una gran destrucción.

La noche del 12 de Julio de 1917, las tropas alemanas bombardearon con obuses llenos de gas mostaza a las tropas británicas que estaban situadas cerca de Ypres, en Bélgica. La nube de gas mostaza se diseminó de manera tan repentina, que muchos soldados murieron directamente mientras dormían en sus literas. Más de 2000 soldados fueron heridos o muertos bajo los efectos del gas, y el gas mostaza pasó a la fama como una de las armas químicas más mortales de la Primera Guerra Mundial.

Al finalizar la guerra, todavía no se conocían bien los efectos reales de este gas en la población. Las quemaduras químicas eran evidentes a corto plazo, pero a largo plazo los supervivientes habían desarrollado síntomas nuevos. Dos años después de los bombardeos de Ypres, los patólogos Edward y Helen Krumbhaar estudiaron a los supervivientes y descubrieron algo extraño: la médula ósea había desaparecido en muchos de los pacientes.

La médula ósea es el tejido esponjoso del interior de algunos de nuestros huesos. A pesar de estar escondida tiene varias funciones clave en el funcionamiento del cuerpo. En su interior se generan células madre hematopoyéticas, que tienen la capacidad para transformarse en varios componentes de la sangre, como los glóbulos blancos que participan en nuestras defensas, los glóbulos rojos que transportan el oxígeno en la sangre, y las plaquetas que ayudan a la cicatrización.

El gas mostaza había arrasado con la médula ósea de los supervivientes, y ya no eran capaces de regenerar estas células. Su sangre estaba limpia, por lo que tenían anemia constante y dificultades para combatir enfermedades. La situación era tan grave que el único tratamiento posible de los supervivientes era recibir donaciones periódicas de sangre compatible, que suministraran los componentes perdidos.

A este síntoma provocado por el gas mostaza se le llamó efecto Krumbhaar por sus descubridores y automáticamente pasó al olvido. Fue catalogado como un motivo más por el cual los agentes químicos solo debían existir en la estantería de un laboratorio.

La vergüenza y el descubrimiento

Pero las lecciones no se aprenden, y a veces la guerra vuelve a surgir. Veinticinco años después del bombardeo de Yvres, el gas mostaza vuelve a aparecer en el campo de batalla durante la Segunda Guerra Mundial, pero esta vez por parte de Estados Unidos y de manera accidental.

El 2 de diciembre de 1943, los bombarderos alemanes atacaron a varios buques estadounidenses situados cerca de Bari, al sur de Italia. Habría sido una operación militar más, de no ser porque uno de los buques americanos llevaba un cargamento secreto de gas mostaza, que explotó y se diseminó entre las tropas supervivientes.

Lo peor fue que la nube tóxica llegó al puerto de Bari, afectando a su población. Fue un desastre que supuso la muerte de más de un millar de civiles, además de la vergüenza de los países aliados por transportar un agente químico que supuestamente no deberían utilizar.

Muchos países temieron la posibilidad de que se empezara a abusar de los agentes químicos, por lo que empezaron a crear contramedidas. En Estados Unidos se instauró en secreto la Unidad de Guerra Química, cuyo objetivo fue reunir a científicos especializados para descubrir cómo combatir los agentes químicos conocidos y reducir daños en los soldados.

Cartel de advertencia para reconocer ataques con gas mostaza durante la Segunda Guerra Mundial.
Cartel de advertencia para reconocer ataques con gas mostaza durante la Segunda Guerra Mundial.Wikipedia

Por supuesto, uno de los enemigos más importantes era el gas mostaza que tantos problemas generaba. La nueva unidad pidió a Louis Goodman y su hijo Alfred GIlman que investigaran sus efectos. Ambos eran farmacólogos en contacto constante con pacientes y médicos, por lo que no eran ajenos al problema del gas mostaza y aceptaron la petición.

Al estudiar a los supervivientes de Bari, también notaron el efecto Krumbhaar y la pérdida de médula ósea. Pero en vez de únicamente describirlo, automáticamente se les vino a la cabeza los pacientes con leucemia del hospital, y vieron en el gas mostaza una oportunidad de curación.

Las leucemias son un tipo de cáncer que afecta a la médula ósea, provocando un aumento descontrolado en la cantidad de glóbulos blancos, rojos y plaquetas que se generan. Esto hace que no puedan funcionar correctamente, provocando variedad de síntomas. De hecho, el propio termino leucemia viene de “leuco”, blanco en latín, debido al color blanquecino que tiene la sangre de los pacientes afectados por la alta cantidad de glóbulos blancos.

El efecto del gas mostaza parecía justo el opuesto al de la leucemia, por lo que Goodman y Gilman pensaron que si se usaba en un tratamiento controlado, sería posible contrarrestar los síntomas de la leucemia y detener el avance de la enfermedad de manera temporal.

Para evitar los efectos secundarios del contacto con la piel, probaron pequeñas cantidades en animales de experimentación, inyectando pequeñas diluciones del gas en suero. Tal y como preveían, el efecto Krumbhaar se generaba de manera más sutil, sin efectos secundarios adicionales. Un año después ya empezaron a probarlo en algunos pacientes con leucemia del hospital y hoy en día sigue siendo un componente en algunas quimioterapias. Su efecto no cura la leucemia, pero supuso un pequeño respiro para los doctores y el aprovechamiento de un compuesto diseñado solo para la muerte.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • La quimioterapia tiene efectos secundarios complejos debido a que no solo inhiben el crecimiento de las células tumorales, sino también el resto de células. Existen muchos tratamientos de quimioterapia diferentes, según el tipo de cáncer y la respuesta del paciente.
  • Actualmente se trabajan en tratamientos específicos menos agresivos, basados en engañar a la defensas de nuestro cuerpo para que ataquen y destruyan el tumor. Estos tratamientos de inmunoterapia tienen menos efectos secundarios pero solo están disponibles para ciertos tipos de tumor.

REFERENCIAS: