Ciencia
¿Cuándo surgió el primer tumor de la historia?
Los procesos tumorales son casi tan antiguos como la vida misma, pero muchas personas afirman equivocadas que son un producto de nuestra sociedad actual.
Cada tiempo ha tenido sus demonios, sus monstruos capaces de arrastrar a la tumba incluso a las personas más recias. Los miasmas tuvieron su tiempo, prácticamente hemos olvidado a los humores, pero hay un ser que sigue sembrando el terror solo con oír su nombre: el cáncer.
El enorme miedo que les profesamos ha hecho que, incluso los más benignos, los que no suponen riesgo alguno, nos pongan los pelos de punta. Dentro de esta paranoia colectiva se dice mucho que el número de diagnósticos de cáncer están aumentando. Y eso es verdad. Lo que no es tan cierto son los motivos que se suelen alegar. Porque no, el cáncer no es un invento de nuestro siglo, es casi tan antiguo como la vida misma.
El cáncer no existe, hablemos de cánceres
Por extraño que suene, así es, el cáncer no existe como tal. Para ser precisos tendríamos que hablar de los cánceres, pero antes hablemos de su diferencia con los tumores. Un tumor es, de forma general, un crecimiento en volumen de un tejido vivo. Por ejemplo, cuando nos damos un golpe este se inflama, lo cual implica enrojecimiento, a veces picor, cierta sensación de calor y sobre todo una hinchazón a la que podemos llamar tumor. Sin embargo, cuando decimos tumor solemos referirnos a un tipo de crecimiento en volumen mucho más concreto. En estos casos, hablamos de una división celular descontrolada en la cual las células pueden perder parte de sus características estructurales o funcionales.
Algunos tumores son malignos, lo cual quiere decir que sus células tienen mucha facilidad para desprenderse de su tejido de origen, viajar a otras partes del cuerpo y seguir proliferando allí a donde lleguen. Este proceso se conoce como metástasis y cuando un tumor es maligno porque tiene facilidad para metastatizar se dice que es un cáncer. Conviene recordar que un tumor benigno también puede ser mortal, liberar sustancias dañinas o comprimir órganos vitales, la clave está en que sus células todavía no han perdido sus características que les proporcionan la capacidad de adherirse unas a otras.
No obstante, un tumor benigno a medida que crece y forma nuevas células, va acumulando más y más errores en su ADN, nuevas mutaciones que lo van alejando poco a poco de la estructura y funciones típicas del tipo de célula del que surgió. Cuando, por ejemplo, una célula del hígado pierde sus características típicas como célula del hígado decimos que se ha desdiferenciado. Pues bien, este proceso de desdiferenciación puede hacer que un tumor se vuelva un cáncer con el tiempo al hacer que las células pierdan su capacidad para adherirse entre sí. Por lo que, por lo general, cuanto menos diferenciado esté un tejido, más maligno suele ser el tumor.
Tumores y cánceres son, en conjunto, lo que científicamente llamamos neoplasias, aunando benignos y malignos bajo el mismo término. En cualquier caso, empezamos a entender por qué el cáncer, como tal, no existe. Es un conjunto de enfermedades que tienen en común una división descontrolada y desdiferenciación celular que reduce la cohesión de los tejidos. Hay miles de formas en que esto puede ocurrir, muchos genes diferentes que, al mutar, llevan a cánceres diferentes, que parten de células distintas y que están en grados muy diferentes de desarrollo. Por eso no existe ni existirá una cura para el cáncer, porque no son uno, son legión y muy diferentes entre sí. Pero ahora que hemos aclarado esto, volvamos a lo que nos ocupa: el origen de los tumores.
Todas las conspiraciones llevan a Roma
Es muy frecuente escuchar a gente diciendo que los tumores son culpa de los teléfonos móviles, de internet o incluso los microondas. Quienes lo dicen suelen argumentar que en la antigua Roma no había tumores de ningún tipo, pero ¿es esto cierto? Dejemos a un lado que no existe plausibilidad biológica para sugerir que estas radiaciones electromagnéticas (muchísimo menos intensas que la luz visible) puedan producir tumores. Es más, olvidemos también que ningún estudio estadístico serio ha encontrado más casos de tumores entre la gente más expuesta a estas fuentes de radiación electromagnética. Quedémonos solo con el argumento del romano.
Puede parecer difícil de desmentir, a fin de cuentas, no tenemos demasiado tejido blando de los romanos. Pero por suerte y por desgracia, existen los tumores óseos. Es más, analizando los huesos no solo podemos encontrar casos de romanos con osteosarcomas y otros tumores del hueso, sino indicios de tumores de otros órganos que, finalmente, terminaron metastatizando en el hueso. Conocemos estos casos, eran neoplasias más allá de toda duda. Si quisiéramos agarrarnos a algo como a un clavo ardiendo podríamos alegar que, no obstante, conocemos relativamente pocos casos, pero también hay una explicación para esto. La esperanza de vida media era mucho menor que ahora y los tumores suelen ser procesos que ocurren con más frecuencia (aunque no exclusivamente) al final de la vida, cuando se han acumulado suficientes daños en el ADN. Como menos personas llegaban a edades avanzadas podemos asumir que había menos casos de cánceres.
Porque sí, por mucho que la esperanza de vida fuera menor unos cuantos, aunque menos, llegaban a los setenta u ochenta años. Normalmente confundimos esperanza de vida media con longevidad, pero son cosas diferentes. La enorme cantidad de niños que morían a los pocos meses o años de nacer bajaba la esperanza de vida media muchísimo, pero quien sobrevivía a eso podía tener una vida relativamente longeva. No obstante, hay otros dos motivos por los que en principio parece que sigue aumentando el número de tumores, el primero es que cada vez los diagnosticamos mejor y se nos pasan menos casos. El segundo es que nuestros hábitos de vida parecen estar tendiendo a incentivar el desarrollo de tumores, por ejemplo, a través de la comida basura. No obstante, ya solo por la gracia ¿cuándo surgió el primer tumor de la historia?
Casi tan antiguo como la vida
Siguiendo la misma idea de buscar restos en huesos o en testimonios, como papiros o tablillas de arcilla, podemos ir remontándonos tumor a tumor hasta la misma prehistoria. La paleopatología, que así se llama la disciplina, nos habla de nuestros ancestros más lejanos y, sin lugar a duda nos muestra sus tumores. Podemos palparlos y diagnosticar algunos de ellos con la misma certeza que si se presentaran hoy en la consulta. No obstante, el cáncer no es algo puramente humano, un mal desencadenado por el pecado original o por nuestras afrentas a la madre Gaia.
Hemos descrito tumores en prácticamente todos los animales en que los hemos buscado. De hecho, por mucho que se diga que, por ejemplo, los tiburones no padecen tumores, esto es una gran falsedad. Los tiburones pueden padecer tumores, al igual que los elefantes, las cobayas y todo hijo de vecino. Es más, si seguimos remontándonos en el registro fósil veremos tumores en los huesos de algunos dinosaurios. Seres fascinantes, pero que no se caracterizaban precisamente por tener 5G, construir centrales nucleares o afrentar a la Pachamama.
Y podemos seguir viajando sin miedo alguno, mientras encontremos tejidos duros es muy posible que encontremos tumores. Pero ¿y con los invertebrados? No tenemos apenas información sobre si tenían o no tumores las primeras formas de vida pluricelulares. Las primeras agrupaciones de varias células, pero sí tenemos suposiciones bastante serias. Los estudios más recientes apuntan a que los tumores son tan antiguos como la misma vida pluricelular. Cuando toda la vida no eran más que células independientes, como bacterias, no tenía mucho sentido hablar de tumores. Puede que de repente una célula se dividiera locamente y perdiera parte de sus funciones, pero con ellas es probable que también perdiera la capacidad de sobrevivir y su mutación desaparecería con ella.
Cuando empezaron a unirse, por mucho que algunas se descontrolaran y volvieran inútiles, el resto de la comunidad podría mantenerlas con vida, como ocurre en nuestros cuerpos. De hecho, la verdadera diferenciación celular, la más extrema, comenzó en los organismos pluricelulares donde una célula podía hiperespecializarse dejando de lado algunas funciones vitales, porque sus compañeras le cubrirían las espaldas.
Analizando los genes clásicamente relacionados con el desarrollo de tumores se puede ver que una buena cantidad de ellos se desarrollaron, precisamente, cuando estimamos que ocurrió el paso de vida unicelular a pluricelular, lo cual es una buena pista a favor de esta idea de tumores de hace casi 1.500 millones de años. En cualquier caso, esto es lo que suponemos que ocurrió, si nos tenemos que remitir a las pruebas, es cierto que hasta hace un tiempo se creía que las formas de vida más sencillas no tenían tumores, pero ha resultado ser mentira. Un ejemplo es la hidra, un animal realmente sencillo en el que se han detectado neoplasias. Es cierto que no lo sabemos con certeza, pero tras todo esto podemos estar bastante seguros de que los tumores siempre han estado con nosotros, ya fuera de una forma o de otra.
QUE NO TE LA CUELEN:
- La radiación electromagnética no es nuclear ni tiene gran cosa que ver más allá de que hay una transmisión de energía a través de un medio. En cuanto a la electromagnética, la que producen los aparatos electrónicos es no ionizante, mucho menos energética que la radiación electromagnética que nos rodea el 50% de nuestras vidas: la luz solar.
REFERENCIAS (MLA):
- Domazet-Lošo, Tomislav et al. "Naturally Occurring Tumours In The Basal Metazoan Hydra". Nature Communications, vol 5, no. 1, 2014. Springer Science And Business Media LLC, doi:10.1038/ncomms5222. Accessed 30 July 2020.
- Domazet-Lošo, Tomislav, and Diethard Tautz. "Phylostratigraphic Tracking Of Cancer Genes Suggests A Link To The Emergence Of Multicellularity In Metazoa". BMC Biology, vol 8, no. 1, 2010. Springer Science And Business Media LLC, doi:10.1186/1741-7007-8-66. Accessed 30 July 2020.
- Trigos, Anna S et al. “How The Evolution Of Multicellularity Set The Stage For Cancer”. British Journal Of Cancer, vol 118, no. 2, 2018, pp. 145-152. Springer Science And Business Media LLC, doi:10.1038/bjc.2017.398. Accessed 30 July 2020.
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