Ciencia
La carne no nos hizo humanos
Un nuevo estudio se enfrenta a una de las hipótesis más conocidas sobre la evolución de nuestro cerebro, planteando que este pudo no estar relacionado con el consumo de carne
¿Qué nos hace humanos? No hay respuesta fácil para una pregunta así. Es algo que va más allá de la pura descripción y comparación, es lo que sentimos, aunque no sea objetivo ni se atenga a verdaderas diferencias, a veces lo que nos hace especiales no es lo que tenemos, sino lo que creemos tener, y nos guste más o menos, esa mentira que llevamos siglos contándonos ha calado. No somos los únicos animales con lenguaje, ni los únicos que tienen emociones. No somos los únicos que deciden ni los únicos que razonan, no somos únicos, en definitiva, o al menos no lo somos de forma cualitativa. Dicho de otro modo, las diferencias que pudiera haber en nosotros no son radicalmente distintas, sino que cambian en el grado: no tenemos un menú diferente, sino que algunos de nuestros platos cuentan con raciones más generosas.
Eso sí, la diferencia cualitativa está. Claramente nuestro lenguaje tiene una complejidad mucho mayor que el de la gran mayoría de animales (hay cetáceos cuya comunicación podría competir si fuéramos capaces de comprender su estructura). Ahora bien… ¿Cómo logramos destacar como destacamos? ¿Qué les sucedió a nuestros ancestros para que pudieran desarrollar sus capacidades de este modo? Esta es una de las grandes cuestiones a las que se enfrenta la antropología evolutiva. ¿Qué nos hizo “cuantitativamente humanos”? Y, aunque no tenemos una respuesta clara, hemos sido incapaces de contener nuestras ganas de especular y, las reinas de todas las hipótesis son aquellas relacionadas con la alimentación. Hay una que ha hecho las delicias de determinados grupos sociales, por reforzar sus sesgos y justificar sus decisiones vitales, hablamos de la hipótesis que encumbra a la carne como la clave de nuestra humanidad.
Carne para todos
Es posible que hayamos oído cosas sobre cómo el consumo de carne nos hizo humanos. El paso de frugívoros a cazadores, que necesitan desarrollar un mayor intelecto, la habilidad para manipular y construir herramientas de caza y, sobre todo, el aporte energético que esa carne nos habría proporcionado, haciendo posible que nutriéramos un cerebro muchísimo más complejo y costoso que antes. Porque, aunque no reparemos demasiado en ello, nuestro cerebro requiere un mantenimiento altísimo. Para ponerlo en número, gasta un 20% de la energía que consumimos diariamente. Eso es una quinta parte del total, siendo un órgano de apenas 1200 gramos, menos de un 2% del peso de nuestro cuerpo.
Es caro, no cabe duda, y sabemos bien por qué. La complejidad de nuestro cerebro no se debe tanto a que tenga células inéditas en el resto de los mamíferos, sino a la cantidad de neuronas que poseemos en relación con nuestro tamaño corporal y, teóricamente, la forma en que estas se conectan. Hablamos de la friolera de 86.000 millones de neuronas y hay que alimentar a cada una de ellas. A esto tenemos que sumar que no son células especialmente baratas, como podría ser una célula del hígado. En este caso, necesitan una gran cantidad de energía para mantenerse activa, desencadenando “pulsos eléctricos” y conduciéndolos de neurona en neurona.
El problema puede parecer banal, pero se trata de un requerimiento energético tan alto que no podemos solucionarlo simplemente dedicando más horas a comer, no sería suficiente. Sin embargo, hace 2 millones de años, nuestros antepasados, los Homo erectus, vivieron un desarrollo acelerado de su volumen cerebral, así que, supuestamente, para que eso tuviera lugar debería haber ocurrido algún cambio en su dieta para consumir alimentos nutricionalmente más densos, más “eficientes”. O al menos, eso pensábamos hasta ahora.
¿Y las pruebas?
Aquí es donde damos con las triquiñuelas metodológicas, porque, efectivamente, existe un gran número de yacimientos de Homo erectus con pistas que nos hacen suponer que se alimentaban de carne (entre otros alimentos). De hecho, los yacimientos que conocemos con estas características son mucho más frecuentes tras la aparición del Homo erectus.Sin embargo, el problema podría estar en que son más frecuentes porque hemos querido buscarlos con más ahínco, para reforzar nuestras sospechas. Porque, que hayamos encontrado más, no quiere decir que el consumo de carne aumentara por aquel entonces.
Un equipo de investigadores puso a prueba esta idea y analizaron los datos existentes sobre nueve áreas del África Occidental en 59 estratos diferentes que reunían restos con una antigüedad comprendida entre los 2,6 y los 1,2 millones de años. El resultado fue sorprendente: si tenían en cuenta el esfuerzo puesto en cada estrato, la conclusión parecía apuntar a que no existía un claro aumento del consumo de carne en el tiempo. O dicho de otro modo: que la carne estaba tan presente antes como después del crecimiento cerebral que experimentaron nuestros antepasados, por lo que, tal vez, no fuera la carne lo que nos hizo humanos. O, al menos, que no fuera solamente ella.
Evidentemente, esto es un primer estudio y habrá que completarlo con otros más exhaustivos, pero nos susurra algo que ya venía rumiándose desde hace tiempo: hemos comprado narrativas muy simplificadas sobre cómo hemos llegado a estar donde estamos y ser quienes somos. Tal vez, sea la hora de enfrentarlas a la evidencia.
QUE NO TE LA CUELEN:
- Otra hipótesis muy parecida es la de que el cocinado hizo el alimento más digerible y sus nutrientes más aprovechables, de tal modo que pudimos reunir la energía necesaria para nutrir cerebros más grandes. Sin embargo. Esta hipótesis también es algo endeble y faltan evidencias que la hagan todo lo sólida que nos gustaría.
REFERENCIAS (MLA):
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