Medicina
Estamos más cerca que nunca de que la ciencia cure la paraplejia
Un nuevo estudio ha conseguido devolver la deambulación en animales con lesiones medulares
Existe una sensación a la que podemos referirnos como “percepción de irreversibilidad”. Es ese sentimiento asfixiante que sea apodera de nosotros cuando nos damos cuenta de que hemos hecho algo que no tiene vuelta atrás, que ya ha quedado grabado en piedra y que tendremos que aprender a vivir con ello. El sentimiento en cuestión está presente por doquier, desde las trivialidades más ridículas hasta los problemas más fundamentales. Por suerte, lo irreversible no siempre lo es, y la ciencia nos ha dado soluciones para escapar de ese sentimiento, para volver sobre nuestros pasos. Algo parecido es lo que podría ocurrir en pocas décadas con algunas parálisis, como la paraplejia, donde una persona pierde el control de su tren inferior por algún problema en su médula espinal, ese órgano que conecta al cerebro con buena parte del cuerpo.
Por ahora, buena parte de estas parálisis son irreversibles, no tenemos forma de reparar la médula espinal dañada (más allá de fomentar que se recupere parcialmente con determinadas técnicas de rehabilitación). Sin embargo, la ciencia parece estar dando pasos de gigante en este campo y, por primera vez, ha conseguido devolver la capacidad de caminar a una serie de modelos animales que tenían daños medulares crónicos (lo que en humanos sería más de un año de duración). Este punto es crucial, porque como decíamos, hay lesiones que pueden resolverse parcialmente con determinadas técnicas de neurorrehabilitación, pero son muy concretas y recientes, ya que muchos daños tienden a consolidarse con el tiempo, volviéndose irrecuperables, de ahí la importancia de que se haya probado en modelos con lesiones crónicas.
Un cable tremendamente complejo
Antes que nada, es importante refrescar cómo funciona nuestra médula espinal. Estamos hablando de una estructura alargada que recorre el interior de nuestra columna vertebral, pero si nos acercamos mucho veremos que, al microscopio, esa estructura alargada está formada por infinidad de hilos delgadísimos que salen del cerebro, bajan al unísono por la espalda (y tras empalmarse con una segunda serie de hilos), acaban anclándose en nuestros músculos o bajo la piel. Esos hilos son neuronas, las células más largas de nuestro cuerpo (tanto que para ir del cerebro al dedo gordo del pie basta con dos neuronas).
Cuando estos haces de neuronas salen de la médula, como decíamos, los llamamos nervios y según en qué punto de esa “red de carreteras” eléctrica se produzca la lesión, perderemos unas funciones u otras. En resumen podríamos decir que se producen interrupciones en la transmisión de la electricidad (que es la responsable de que nos movamos y de nuestros sentidos). Y a todo esto se suma que las neuronas no son las células más dadas a repararse y ante un daño, esas larguísimas células pueden experimentar procesos de degeneración, perdiéndose para siempre.
Un trasplante de “grasa”
La técnica estudiada por este equipo del Centro Sagol de Biotecnología Regenerativa, de la Universidad de Tel Aviv, han empleado células madre obtenidas a partir de la grasa humana y los han implantado en las médulas animales dañadas, logrando el éxito en un 80% entre los individuos con parálisis crónica y en el 100% de los animales con parálisis aguda. Claro que, hasta aquí hemos contado la versión simplificada, pero hay mucha complejidad tras esta investigación. Lejos de tomar una muestra de adipocitos (células de la grasa) e implantarlas directamente, los investigadores han tenido que “desdiferenciarlas”, esto es, hacer que recuperen la polivalencia de las células madre que las engendraron.
Una vez extraídas las células, tuvieron que separarlas de las sustancias que las rodean en nuestro cuerpo (azúcares, colágeno, etc.) Ya aisladas, pudieron reprogramarlas para que “dejaran de ser adipocitos” y fueran células madre capaces de convertirse en otros tipos celulares. En este caso interesaba que estas células se convirtieran en neuronas y así lo hicieron, las diferenciaron en estas células del sistema nervioso (las mismas que están dañadas en la médula espinal) y las imprimieron dándoles la forma de implantes tridimensionales.
Un remiendo inteligente
Ya tenemos el implante, pero... ¿qué esperamos de él? Pues bien, la idea que estos investigadores tenían en mente era imitar con él el proceso que sigue el desarrollo del sistema nervioso durante nuestras etapas embrionarias, cuando estamos en el vientre materno. El complejo medio de la médula espinal y las células supervivientes ayudarían al implante a desarrollarse de forma “inteligente”, conectándose él solo de forma adecuada con las neuronas que sigan funcionando, tendiendo puentes para recuperar la conducción eléctrica en ese fragmento medular que se ha visto afectado.
Por ahora esta recuperación se limita a las neuronas motoras, aquellas encargadas de enviar las “instrucciones” para moverse del cerebro a los músculos. Por ese motivo, este avance no permitiría (al menos por ahora), recuperar el tacto, la sensación de calor u otros sentidos de los miembros afectados. Puede que el futuro reciente nos depare más revoluciones como estas, recuperando tanto la movilidad como las sensaciones, pero sea como fuere, debemos ser cautos y entender que, por ahora, por prometedores que sean estos resultados, se limitan a estudios con animales. Eso sí, nunca hemos estado tan cerca como ahora de aplicarlo a humanos.
QUE NO TE LA CUELEN:
- Falta mucho para que podamos sacar conclusiones acerca de cómo de exitosa sería esta técnica en personas, pero el hecho de que utilicen tejido adiposo de seres humanos es un paso interesante para acercar estos estudios preclínicos a lo que realmente queremos conocer.
REFERENCIAS (MLA):
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