Antropología

Adiós al mito del ama de casa prehistórica: las mujeres neandertales cazaban y cuidaban a sus hijos

Evidencias antropológicas, fisiológicas y anatómicas demuestran que el reparto de estas tareas era equitativo.

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Búfalo perseguido por una cazadora, pintura de Alfred Jacob Miller. Alfred Jacob Miller. Alfred Jacob Miller.

En las antiguas sociedades humanas, el reparto de las tareas no siempre sería lo que pensamos actualmente. Si ya sabemos que durante la infancia se criaban en grupos, ahora parece que la perspectiva de género en tiempos de la prehistoria, era muy diferente: las mujeres no eran amas de casa, más bien amas de caza: un reciente análisis demuestra que ellas se dedicaban a cazar animales tanto como ellos.

La idea del "hombre el cazador” y la “mujer recolectora” está profundamente arraigada en la antropología, convenciéndonos de que la caza nos hizo humanos, pero que solo los hombres cazaban. Un argumento común es que hoy existe una división sexual del trabajo y una división desigual del poder; por lo tanto, también debe haber existido en nuestro pasado evolutivo. Pero esta es una historia sin suficiente respaldo probatorio.

De acuerdo con el análisis, liderado por Sarah Lacy y Cara Ocobocke de la Universidad de Delaware, existe un creciente cuerpo de evidencia fisiológica, anatómica, etnográfica y arqueológica que sugiere que las mujeres no solo cazaban, sino que bien podrían haber sido más adecuadas para una actividad que dependía de la resistencia.

De acuerdo con las autoras, los roles laborales de género no existían en la era Paleolítica, que duró desde hace 3,3 millones de años hasta hace 12.000 años. La historia está escrita en cuerpos humanos, ahora y en el pasado. Uno de los argumentos clave expuestos por los defensores del "hombre cazador" es que las hembras no habrían sido físicamente capaces de participar en las largas y arduas cacerías de nuestro pasado evolutivo. Pero una serie de características asociadas a las mujeres, que proporcionan una ventaja de resistencia, cuentan una historia diferente.

Todos los cuerpos humanos, independientemente del sexo, tienen y necesitan tanto estrógeno como testosterona. En promedio, las mujeres tienen más estrógeno y los hombres más testosterona. En términos deportivos, la testosterona suele llevarse todo el crédito cuando se trata de éxito deportivo. Pero el estrógeno (técnicamente el receptor de estrógeno) es más antiguo y se originó hace entre 1.200 y 600 millones de años. Tanto que es anterior a la existencia de la reproducción sexual con óvulos y espermatozoides. El receptor de testosterona, por su parte, se originó como un duplicado del receptor de estrógeno y tiene solo la mitad de antigüedad. Esto demostraría que el estrógeno, en sus múltiples formas y funciones generalizadas, parece necesario para la vida tanto de mujeres como de hombres.

Por ejemplo, el estrógeno influye en el rendimiento deportivo, especialmente en el vinculado a la resistencia . Las mayores concentraciones de estrógeno que las mujeres tienden a tener en sus cuerpos probablemente confieren una ventaja en las actividades de larga duración: la capacidad de hacer ejercicio durante un período de tiempo más largo sin agotarse.

El estrógeno le indica al cuerpo que queme más grasa , lo cual es beneficioso durante la actividad de resistencia por dos razones clave. En primer lugar, la grasa tiene más del doble de calorías por gramo que los carbohidratos. Y se necesita más tiempo para metabolizar las grasas que los carbohidratos. Por lo tanto, la grasa proporciona una mayor rentabilidad en general, y la quema lenta proporciona energía sostenida durante períodos de tiempo más largos, lo que puede retrasar la fatiga durante actividades de resistencia como correr.

Además de esta ventaja, las mujeres tienen una mayor proporción de fibras musculares tipo I en comparación con los hombres. Se trata de fibras musculares de oxidación lenta que prefieren metabolizar las grasas. No son particularmente veloces, como las fibras de tipo II (más numerosas en los hombres), pero tardan más en fatigarse. Al hacer el mismo ejercicio intenso, las mujeres queman un 70% más de grasas que los hombres y, como era de esperar, tienen menos probabilidades de fatigarse.

El estrógeno también parece ser importante para la recuperación post-ejercicio, ya que limita la respuesta inflamatoria causada por el estrés al que es sometido el cuerpo durante el ejercicio intenso. Gracias a esta hormona, las mujeres sufren menos daños durante el ejercicio y, por tanto, son capaces de recuperarse más rápidamente .

Por su parte, nuestros primos neandertales, dejaron evidencia fósil que muestra que las hembras y los machos experimentaron los mismos traumas óseos en todo el cuerpo , una señal de una vida y expuesta a lesiones provocadas, por ejemplo, por la caza. El desgaste dental que resulta del uso de los dientes frontales como tercera mano, probablemente en tareas como curtir pieles, es igualmente evidente en mujeres y hombres.

Se podría imaginar que esta estrategia cambió con los primeros humanos modernos, pero la evidencia arqueológica y anatómica muestra que no fue así y en ellos y ellas también se repiten los traumas y los desgastes observados en los neandertales.

Toda esta evidencia sugiere que las mujeres y los hombres paleolíticos no ocupaban roles o ámbitos sociales diferentes. Otra evidencia que respalda la noción de la mujer cazadora es mucho más reciente. Los etnógrafos de los últimos dos siglos trajeron consigo su sexismo al campo y sesgaron su forma de entender las sociedades recolectoras. Por ejemplo, un análisis reciente demostró que el 79% de las culturas descritas en datos etnográficos incluían descripciones de mujeres cazando, sin embargo, estas frecuentemente se omitieron.

“Sugerir que el cuerpo femenino solo está diseñado para recolectar plantas ignora la fisiología femenina y el registro arqueológico. Ignorar la evidencia perpetúa un mito que solo sirve para reforzar las estructuras de poder existentes”, concluyen las autoras.