Astronomía
Avi Loeb, el científico de Harvard experto en el 3I/ATLAS hace saltar todas las alarmas: la dirección del objeto coincide con una señal de origen extraterrestre
Misteriosos objetos interestelares, esferas de composición única recuperadas del océano y una posible conexión con la señal «WOW!» avivan el debate científico sobre la búsqueda de tecnología extraterrestre en nuestro propio vecindario cósmico
En el verano de 1977, un radiotelescopio en Estados Unidos captó una potente y breve señal de radio de origen desconocido. El astrónomo que la descubrió escribió «WOW!» en el margen del papel, bautizando así un misterio que dura décadas. Desde entonces, la ciencia se pregunta qué o quién envió aquella transmisión desde la constelación de Sagitario. Ahora, un nuevo visitante cósmico ha reavivado el debate de una forma asombrosa. Este tipo de enigmas no son únicos, ya que en ocasiones otras señales han sido confundidas, como demuestra el caso de una violenta explosión cósmica que engañó a la ciencia durante casi medio siglo.
Se trata de 3I/Atlas, un objeto interestelar de más de cinco kilómetros de diámetro y una masa descomunal de 33.000 millones de toneladas. Lo verdaderamente extraordinario es que su trayectoria de entrada a nuestro sistema solar proviene de la misma dirección que la enigmática señal de 1977, una coincidencia que desafía cualquier explicación sencilla y que ha puesto en alerta a la comunidad astronómica. En teoría, no había apenas posibilidades de que esto sucediera según señala el propio Avi Loeb en el podcast de Joe Rogan.
Pero las rarezas de 3I/Atlas no acaban ahí. A diferencia de otros cuerpos errantes, su órbita está alineada con el plano de los planetas, algo muy poco habitual. Además, los astrónomos observaron en él una extraña «anti-cola» que apuntaba directamente hacia el Sol y su composición gaseosa resulta igualmente peculiar: es rica en níquel pero pobre en hierro, y está formada en un 87 % por dióxido de carbono, dejando apenas un 4 % para el agua.
Una nueva era en la búsqueda de anomalías cósmicas
De hecho, la llegada de este objeto se suma a una reciente crónica de visitantes insólitos. En 2017, la ciencia se topó con ‘Oumuamua, el primer objeto interestelar detectado oficialmente, cuya forma plana y su inexplicable aceleración al alejarse del Sol generaron un intenso debate sobre su posible naturaleza artificial. La lista de estos viajeros no deja de crecer, pues recientemente la NASA ha confirmado la entrada de otro objeto interestelar en nuestro sistema solar, aumentando el catálogo de anomalías.
Por otro lado, a esta lista se añade un meteoro de origen interestelar que impactó en el Océano Pacífico en 2014, un hecho que fue confirmado por el Comando Espacial de Estados Unidos, tal y como se detalla en el podcast de Joe Rogan. Una expedición posterior al lecho marino logró recuperar pequeñas esférulas cuya composición no se corresponde con los materiales conocidos en nuestro sistema solar. Estos materiales exóticos recuerdan a otros hallazgos que desafían lo conocido, como el de un mineral alienígena inmune al calor que reescribe lo que se sabía sobre la materia.
En este nuevo contexto, han surgido voces que acusan a la comunidad científica de ser reacia a investigar estas anomalías, descartándolas con demasiada rapidez. Para contrarrestar esta tendencia nació el Proyecto Galileo, la primera iniciativa organizada para la búsqueda sistemática de objetos anómalos cerca de la Tierra, que ya cuenta con varios observatorios dedicados a rastrear el cielo.
Asimismo, todo esto plantea una perspectiva fascinante: la posibilidad de que cuerpos celestes sin atmósfera, como Marte o nuestra propia Luna, puedan funcionar como auténticos «museos» cósmicos. Sus superficies, inalteradas por la erosión, podrían conservar durante millones de años los restos de antiguos escombros tecnológicos llegados desde otros rincones de la galaxia.