Biología

Descubren, en el fondo del océano, la biología más cercana a la que podrían ocultar las lunas heladas de Saturno

Viven a temperaturas que van de los -10º a los más de 50º en un espacio de metros y bajo una presión 130 veces mayor que en la superficie.

ROV Kiel 6000
El dron submarino midiendo la temperatura en el fondo del océano PacíficoROV Kiel 6000 / GEOMARROV Kiel 6000 / GEOMAR

Sabemos más de la superficie de la Luna que del fondo de nuestros propios océanos. Más del 80 % del lecho marino permanece sin cartografiar con detalle, invisible no solo a los satélites, sino también a nuestra imaginación científica. A varios kilómetros bajo la superficie, en una oscuridad permanente, se extienden montañas, volcanes, llanuras y cañones donde la presión aplasta el acero y la temperatura puede pasar del hielo al hervor en pocos metros. No es solo un territorio inexplorado: es un continente oculto, activo y dinámico, donde cada incursión revela formas de vida y ecosistemas que obligan a revisar lo que creíamos saber sobre el planeta que habitamos.

Por ello no es extraño que, cuando comenzamos a mirar con un poco de atención, siempre descubrimos algo. Y ahora ocurrió bajo las aguas frente a Papúa Nueva Guinea. Allí, un equipo de científicos, liderados por Phillip Brandl, ha descubierto un rincón del océano tan sorprendente como inexplorado: una zona donde conviven respiraderos hidrotermales ardientes y filtraciones frías de metano, creando un ecosistema exuberante lleno de vida, muchas especies posiblemente nuevas para la ciencia, en completo aislamiento de la luz.

En 2023, una expedición oceanográfica exploró la cadena insular Tabar-Lihir-Tanga-Feni, en el Pacífico occidental, con el fin de estudiar los volcanes submarinos de la zona. Cuando el sumergible robotizado descendió al fondo marino, se encontró con algo inesperado: un campo hidrotermal donde “ventanas calientes” conviven, a escasos centímetros, con filtraciones frías de gas metano. Nunca antes los científicos habían documentado ese tipo de mezcla tan cercana entre dos fuentes tan diferentes.

El hallazgo, publicado en Nature, revela una comunidad vívida de mejillones, gusanos tubícolas, camarones, pepinos de mar púrpura y otras criaturas marinas adaptadas a condiciones extremas. Algunas de ellas podrían ser completamente desconocidas para la ciencia.

Pero lo que hace este lugar verdaderamente singular no es solo su biodiversidad, sino la química que lo sustenta. A diferencia de los ecosistemas “convencionales”, donde la vida depende de la luz del solar y la fotosíntesis, este oasis se nutre de procesos químicos: los fluidos calientes liberados por el lecho marino, junto al metano de las filtraciones, alimentan bacterias y otros microorganismos que, a su vez, sostienen ecosistemas completos.

Las rocas que emergen del sedimento, testigos de antiguas erupciones volcánicas, brillan con rastros de oro, plata y otros metales, evidenciando un pasado geológico activo y generando un terreno fértil para la química que sustenta la vida.

Este descubrimiento tiene un valor enorme para la biología, la geología y la astrobiología. Por un lado, añade un nuevo ejemplo de la capacidad de la vida para prosperar bajo condiciones extremas (frío, oscuridad, alta presión, ausencia de luz) expandiendo lo que conocemos sobre los límites de los ecosistemas terrestres. Por otro, ofrece pistas sobre cómo podría evolucionar la vida en mundos oceánicos de otros planetas: lunas heladas con océanos bajo el hielo, donde la luz nunca llega, podrían albergar comunidades similares.