
Astronomía
La NASA explica el último cambio de dirección de 3I/ATLAS. ¿Capturado por Júpiter?
Atravesará la región de sus lunas irregulares, cerca de cien satélites bajo la influencia del gigante del sistema solar.

Desde que fue detectado cruzando el sistema solar, el objeto interestelar 3I/ATLAS se ha convertido en una oportunidad única para observar, casi en tiempo real, cómo se comporta un visitante llegado de otra estrella. Y una de las sorpresas más llamativas es que su trayectoria no ha permanecido fija: a medida que los astrónomos lo han ido siguiendo, su rumbo y su velocidad han cambiado de forma medible.
Cuando 3I/ATLAS fue descubierto, los cálculos mostraban una órbita claramente hiperbólica, la señal inequívoca de que no está ligado gravitacionalmente al Sol. Y, al mismo tiempo, una velocidad extraordinaria: en su punto de máximo acercamiento al Sol alcanzó unos 246.000 kilómetros por hora, una cifra imposible para un objeto nacido en el sistema solar y una de las pruebas de su origen interestelar.
Sin embargo, algo empezó a llamar la atención de los científicos conforme el seguimiento se hacía más preciso: el cometa ya no estaba exactamente donde los modelos puramente gravitatorios predecían que debía estar. En otras palabras, 3I/ATLAS estaba desviándose ligeramente de su camino previsto.
El cambio es pequeño en términos absolutos, pero enorme desde el punto de vista científico. Las observaciones indican una aceleración adicional, no explicable solo por la gravedad del Sol, de aproximadamente una diezmilésima de milímetro por segundo al cuadrado. Puede parecer insignificante, pero acumulada durante días y semanas es suficiente para modificar su trayectoria de forma detectable desde la Tierra.
¿La causa más probable? El mismo mecanismo que actúa en los cometas clásicos, llevado aquí al extremo: la expulsión de gas y polvo cuando el objeto se calienta al acercarse al Sol. Ese chorro actúa como un pequeño motor, un efecto “cohete” que empuja al cometa y altera tanto su velocidad como su dirección. Los modelos sugieren que, durante el perihelio, 3I/ATLAS podría haber perdido más del 10 % de su masa, una cifra enorme para un cuerpo sólido que viaja solo por el espacio interestelar.
Este empuje no solo lo acelera ligeramente hacia afuera, sino que también introduce un cambio transversal en su movimiento: su rumbo se “torció” respecto a la trayectoria inicial, obligando a reajustar las predicciones de por dónde saldrá del sistema solar. No es que vaya a cambiar radicalmente de destino (seguirá escapando), pero el detalle importa porque revela cómo son estos objetos por dentro: cuánta cantidad de hielo conservan, qué tipo de compuestos se subliman y hasta qué punto sobreviven al paso cerca de una estrella.
El futuro añade otro elemento de incertidumbre. Las simulaciones actuales indican que 3I/ATLAS podría tener un encuentro relativamente cercano con Júpiter en los próximos meses, más precisamente en marzo de 2026, cuando se acercará a unos 21 millones de kilómetros, lejos de las lunas más conocidas del gigante del sistema solar, pero a la mitad de la distancia de algunas de las más lejanas e irregulares, muchas de ellas parte del grupo Himalia.
Aunque no se espera una colisión ni una captura, la enorme gravedad del planeta podría introducir nuevas perturbaciones en su trayectoria, complicando su camino de salida.
En el fondo, lo que estamos viendo con 3I/ATLAS es algo excepcional: la dinámica viva de un objeto procedente de otro sistema estelar, reaccionando al calor del Sol, perdiendo masa y ajustando su rumbo mientras los telescopios lo observan. No es una bala fría atravesando el sistema solar, sino un cuerpo activo, cambiante, que nos ofrece una oportunidad irrepetible para entender cómo viajan, y cómo envejecen, los mensajeros entre estrellas.
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