
Curiosidades de la tierra
Por esta razón no existen olas de 100 metros (y qué récords reales se han medido)
La altura de las olas en la costa tiene un límite físico, por eso no alcanzan los 100 metros. En esta nota explicamos qué lo determina y repasamos los récords verificados

En las costas atlánticas europeas, y en especial en Portugal, el turismo de marejadas convirtió a las olas en espectáculo público. A esto se le suma el récord deportivo y la fascinación por llevar el cuerpo hasta donde empieza el límite de lo humano. En paralelo, la ciencia del oleaje ha afinado mediciones y modelos, lo que llamamos “una ola” no siempre es lo mismo. No se comporta igual en alta mar que al tocar fondo, no se forma igual por viento que por deslizamientos de tierra, y no mide lo mismo cuando la observamos desde un acantilado que cuando registramos su energía con instrumentos.
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Por qué no hay olas de 100 metros
En el oleaje “clásico” generado por el viento (el que vemos romper en la costa), la altura está acotada por cómo la ola interactúa con el fondo. A medida que avanza hacia aguas someras, la base se frena por fricción con el lecho marino mientras la cresta mantiene más velocidad, la pared se empina hasta que pierde estabilidad y rompe. Ese equilibrio tiene límites conocidos (la ola rompe cuando su pendiente excede un umbral y cuando su altura relativa supera lo que permite la profundidad). Por eso, incluso en escenarios extremos como Nazaré, la física y la batimetría de la zona -por muy singulares que sean- no llevan la ola más allá de unas pocas decenas de metros. Allí, el cañón submarino concentra y suma energía de los trenes de mar, pero lo hace dentro de ese marco: canaliza, no multiplica sin tope. De ahí que hablemos de paredes “gigantes” que rara vez pasan de los 25 a 30 metros y nunca alcanzan los 100 en condiciones de oleaje de viento.
La excepción que confirma la regla: el megatsunami de Lituya
Otra historia es la de las olas producidas por grandes deslizamientos de tierra o impactos en fiordos cerrados. El 9 de julio de 1958, un terremoto provocó un desprendimiento masivo en la bahía de Lituya (Alaska). El volumen de roca que cayó al agua desplazó tal cantidad de energía que generó un megatsunami con una altura estimada en 524 metros en las laderas del fiordo. Sin embargo, se trata de una pared de agua impulsada por un evento geológico puntual, que arrasa a su paso y cuyo comportamiento no se rige por las mismas escalas que el oleaje de viento. Sirve, eso sí, para entender que “olas de más de 100 metros” sí han existido… pero en un contexto completamente distinto al de una marejada atlántica.
Qué es hoy “lo más grande” que ha surfeado un humano
En el terreno deportivo, el listón lo marca Nazaré. El alemán Sebastian Steudtner estableció el récord mundial con una ola medida en 26,21 metros (2020) y, más recientemente, una marca de 28,57 metros (2024). Esas cifras condensan la singularidad del lugar: un cañón submarino profundo que actúa como embudo, mares generosos del Atlántico Norte y un trabajo técnico impecable (pronóstico, posicionamiento, remolque, seguridad). Incluso así, el récord ilustra el techo práctico del oleaje de viento en costa.
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