Metabolismo

Nuevas pistas sobre el metabolismo: el intestino guarda la clave de nuestra respuesta a la dieta

La clave de por qué algunas personas engordan más con la fibra no reside en su metabolismo, sino en los microbios de su intestino y en su capacidad para producir un gas muy concreto: el metano

Esta es la forma más efectiva de perder peso según un experto en metabolismo
Esta es la forma más efectiva de perder peso según un experto en metabolismoPixabay

La eterna pregunta de por qué una misma dieta arroja resultados tan dispares entre dos personas podría estar más cerca de resolverse. Lejos de ser una cuestión de voluntad o metabolismo en abstracto, la ciencia apunta cada vez con más claridad hacia el interior de nuestro organismo, a un ecosistema bullente de vida microscópica. Parece que, en gran medida, la respuesta está en el intestino y en los diminutos aliados que lo pueblan.

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De hecho, la clave reside en un grupo específico de microbios, los metanógenos, cuya presencia o ausencia marca una diferencia sustancial. No todos albergamos a estos huéspedes, y su distribución demuestra una enorme variabilidad entre personas. Su función es asombrosa: son capaces de optimizar la extracción de energía de los alimentos, sobre todo de aquellos más ricos en fibra, actuando como auténticos potenciadores energéticos internos.

Precisamente, esta capacidad ha quedado demostrada al analizar a individuos con una alta producción de metano intestinal, un gas que, cabe recordar, el cuerpo humano no genera por sí mismo. Estos participantes lograron extraer una mayor cantidad de energía de los alimentos al seguir un régimen rico en fibra, tal y como ha desvelado una investigación reciente recogida por el medio ScienceAlert. En su sangre, además, se detectó una concentración más elevada de ácidos grasos de cadena corta, unas moléculas energéticas cruciales.

Una herencia evolutiva con efectos en la báscula moderna

Asimismo, el proceso que explica este fenómeno es un ejemplo fascinante de una compleja simbiosis microbiana. Cuando las bacterias intestinales fermentan la fibra, liberan hidrógeno como desecho. Es aquí donde intervienen los metanógenos: utilizan ese hidrógeno para producir metano. Al ‘limpiar’ ese hidrógeno sobrante del entorno, permiten que las bacterias fermentadoras trabajen de forma más eficiente, descomponiendo más fibra y, en consecuencia, liberando más calorías para su anfitrión humano. Esta optimización biológica es un reflejo de adaptaciones ancestrales, un campo que se explora a fondo al estudiar el ADN de civilizaciones antiguas para entender nuestra herencia genética.

Esta particularidad, lejos de ser un capricho biológico, podría ser un eco de nuestro pasado más remoto. Los científicos sugieren que maximizar el aporte calórico de recursos vegetales escasos fue una ventaja clave para sobrevivir. Para los primeros seres humanos, capaces de exprimir hasta la última caloría de cada raíz o planta, esta eficiencia digestiva supuso un rasgo evolutivo determinante. Lo que en el pasado fue un salvavidas en épocas de escasez, hoy, en un mundo de abundancia, podría explicar por qué algunas personas tienden a ganar peso con más facilidad que otras.