Gastronomía
El bálsamo de la memoria, sibaritas del corazón
Hay que alimentar el ilimitado poder de la memoria mientras se desborda la nostalgia buscando la permeabilidad de los recuerdos
Un día como hoy acude con puntualidad voluntaria la memoria como forma de gratitud mientras se desborda la nostalgia buscando la permeabilidad de los recuerdos. Rendir homenaje es una forma de gratitud aunque las deudas del corazón nunca terminan de pagarse. Los circuitos de la memoria imponen que la nostalgia esté de guardia y el rastro de sobremesas se registren emocionalmente por los amigos gastrónomos que han desaparecido este año.
La gastronomía no sólo es un placer que se disfruta con el gusto, es una de las mejores formas de generar conversación, de celebrar la auténtica amistad, o de compartir un momento que puede transformarse en inolvidable.
La ejemplaridad en la restauración de profesionales y clientes no es un valor demasiado difuso, ni un concepto sensible de naturaleza interpretable y subjetiva. Siempre, cultivando el arte de respetar y ser respetados en barras y comedores. Por eso, la nostalgia se convierte en un océano de sobremesas pretéritas hermanadas.
Miguel Orozco curtido en mil quebradas gastronómicas sobrevolaba las cumbres culinarias con autoridad hostelera, cliente intrépido en busca de avituallamientos gourmet. Entusiasta agitador para fijar cualquier comida. Mención especial merece su capacidad para aglutinar a diferentes caracteres en una misma mesa. Han debido pasar varios meses desde su marcha para que su recuerdo nos devuelva todo esto a la memoria como importadora de sentimientos.
Luis Arias Leal como cliente buscaba la autenticidad de la restauración sin abrazar el excesivo detallismo gourmet. Pero por encima de todo aderezaba su vida con el mejor condimento: su entrañable amistad con hosteleros, vecinos y clientes que facilitaba el triunfo pleno de la sobremesa. Perseguidor de la expropiación del mal humor y la acotación de cualquier discusión. Como hombre prudente, amigo del consenso, le cuadraba como un guante la célebre sentencia, las sobremesas dotadas de una satisfacción perpetua nunca se agotan. Con el órdago vinícola en movimiento, sin frivolidad sumiller, nos decantamos por el buen vino de La Mancha en su memoria.
El presente más inmediato nos devuelve al pasado. La nostalgia avanza con credenciales en busca del recuerdo a Benjamín Azcutia, más de 54 años al pie del cañón hostelero. No hay jornada que no soñemos con volver a deslizar los ojos por las legendarias sobremesas que hemos disfrutado con su compañía y buen hacer en el Restaurante Borja Azcutia (C/ Almirante Cadarso, 16). Hay profesionales y establecimientos que forman parte de nuestra vida para siempre y a los que debemos un recuerdo. El metraje de la memoria no se termina gracias a su hijo, el entrañable Borja Azcutia, demostrando así que ni el tiempo, ni su ausencia, pueden hacer olvidar aquellas personas que han marcado nuestro camino.
En definitiva gastrónomos y restauradores apasionados, de paladar oceánico, con un horizonte gustativo infinito, desde el que catalizaban experiencias hosteleras de cualquier índole como alarde de genuina buena gente que agotaba todas las formas de entusiasmo gourmet.
En suma lecciones del paso de su existencia por convicción y quijotismo. Se silencian las personas pero no sus vidas. La nostalgia no se impone, se construye sin atajos. Convencidos de la inmediatez de los recuerdos nos sometemos a historias esculpidas en el paladar, comidas irrepetibles y sobremesas ejemplares.
Este artículo no es más que una aspiración a extender su biografía. Parafraseando a Concepción Arenal el mejor homenaje que puede tributarse a estas buenas personas es imitarlas. Amplifiquemos los homenajes, honrándolos en futuros encuentros gastronómicos, esa sería la mejor forma de reafirmar su figura. Hay que alimentar el ilimitado poder de la memoria mientras se desborda la nostalgia buscando la permeabilidad de los recuerdos y una arritmia nostálgica, sin solución, nos afecta para luchar contra las estrías del corazón.
Lo que nunca desaparecerá es la historia de detalles y momentos que se dejaron atrás. Una huella que se marca en el sentimiento es algo que jamás se podrá borrar. Eso queda para siempre como un bálsamo de la memoria bajo la migrante nostalgia. Sibaritas del corazón, el bálsamo de la memoria.
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