Sección patrocinada por sección patrocinada

Guerra Civil española

Armas químicas en la Guerra Civil española

Franco pidió a Italia que le suministrase a su ejército máscaras y gases por si los utilizaba el enemigo en la contienda

Máscaras y equipo utilizado durante la contienda
Máscaras y equipo utilizado durante la contiendaArchivo

En septiembre de 2019, un informe de Naciones Unidas y el Banco Mundial alertaba del peligro de una pandemia letal causada por un virus originado de forma natural o fabricado en un laboratorio como arma biológica. Ahora ya sabemos que se aludía de modo implícito al Covid-19. Hablando de posibles armas biológicas, no resulta en modo alguno baladí referirse también al uso de armas químicas durante la Guerra Civil española nada menos, cuando Franco mandó llamar al farmacéutico mayor Celso García Varela, jefe de los Servicios Farmacéuticos de la División Orgánica de Sevilla, para que le pusiera al corriente enseguida de las posibilidades que tenía el enemigo de volver a utilizar este peligroso armamento.

En su excelente trabajo sobre la guerra química y bacteriológica en España, José María Manrique y Lucas Molina recordaban que el 21 de agosto de 1936, Franco pidió a Italia que suministrase a su ejército máscaras y gases para utilizarlos solo en caso de que el enemigo los emplease abiertamente. El Generalísimo tenía noticias de la fabricación de cloro en Valencia y del nuevo uso de gases lacrimógenos en la sierra del Guadarrama. Solo dos días antes, el general Emilio Mola había hecho unas explosivas declaraciones al prestigioso «The Times», asegurando que los nacionales poseían grandes reservas de gas, pero que no vulnerarían los convenios internacionales que prohibían su uso.

Mola fijaba así, ante los ojos del mundo, la estrategia disuasoria que desplegó desde el principio el mando nacional; estrategia que corroboró el mismo Franco cuarenta y ocho horas después. De hecho, si no estalló una guerra química total fue porque el Ejército republicano no recurrió a ese tipo de ataques más que en contadas ocasiones, lo cual evitó que Franco respondiese a las agresiones, manteniéndose firme en su estrategia disuasoria. Franco consolidó, su poderío disuasorio, como aseguraban Manrique y Molina. En octubre de 1936 comenzaron en el bando nacional los estudios para fabricar un gas sofocante, otro lacrimógeno y un detector de campaña en la región militar de Aragón.

20.000 proyectiles

La sociedad elegida para este proyecto fue Energía e Industrias Aragonesas, que poseía una fábrica en la localidad oscense de Sabiñánigo, donde se instaló un taller de fósgeno, bombardeado poco después por la artillería republicana. Entre enero y febrero de 1937, Franco recibió de sus aliados italianos cincuenta toneladas de iperita destilada, suficientes para cargar alrededor de 40.000 proyectiles de artillería, además de un pedido de 20.000 proyectiles que contenían arsina. Poco antes, Alemania había enviado a la Península 50 toneladas de bombas de 12 kilos de iperita y otras tantas cargadas con difósgeno. Al mismo tiempo, Franco reforzó sus medios defensivos ante la amenaza generalizada de una guerra química. En octubre de 1936 se organizó así, en Sevilla, el primer Equipo de Neutralización de Guerra Química, encomendado al farmacéutico Raimundo Blasco; este equipo fue incorporado a la columna nacional que se dirigía hacia Talavera de la Reina en aquel momento.

En Salamanca, se instaló una Academia de Guerra Química, donde se impartieron cursos para oficiales sobre aspectos relacionados con la defensa y con el peligro que entrañaba ese tipo de armas. Incluso el jefe de la Inspección de Movilización, Instrucción y Recuperación (MIR) propuso en junio de 1937, al Cuartel General del Generalísimo, la creación de alféreces provisionales del Servicio de Guerra Química. Las medidas defensivas incluían, como era natural, la producción de medicamentos para combatir los efectos de las temidas armas químicas, razón por la cual en septiembre se habían fabricado 8.500 tubos de pomada contra la iperita en el Hospital Militar de Sevilla.

Los republicanos, sin embargo, llevaron siempre la iniciativa no sólo en la retaguardia sino también en algunos frentes de batalla. Entre tanto, Franco era informado por sus servicios de espionaje de los principales pasos del enemigo en este sentido. Así, por ejemplo, supo que en octubre de 1936 los barcos S.S. Guincho y S.S. Capitán Segarra hicieron escala en Malta, durante su travesía hacia Rusia, para cargar gases tóxicos y regresar luego a España. A primeros de noviembre tuvo noticia también de que en Marsella había atracado el velero Carmen para cargar gas mostaza. Sus espías averiguaron que el ejército enemigo había adquirido 5.000 caretas antigás en Etablissements Luchaire, en París, por 500.000 francos. Poco después, llegaron a Barcelona 400 caretas más procedentes de Toulouse. Todo ello desató una psicosis en los dos bandos ante una posible guerra química.

Proyectos con gases

La principal acción documentada de guerra química en España tuvo lugar en junio de 1937, tras un eficaz golpe de mano de una sección de la 6ª Bandera de Falange para destruir un nido de ametralladoras republicanas cerca del pueblo de Cilleruelo de Bricia. El entonces teniente coronel Sagardía estaba al frente de media brigada de hombres de la 62 División al mando del general Ferrer. El propio Sagardía relataba así en sus memorias el empleo de armas químicas por parte del enemigo: «Después de terminada esa operación [la destrucción del nido de ametralladoras], que se realizó a unos ochocientos metros del pueblo de Cilleruelo, la artillería roja comenzó a tirar… Nada se notó al principio que fuese anormal; pero a los pocos minutos algunos empezaron a sentir náuseas, vómitos y sofocaciones, pronto todos sentimos iguales sofocaciones, dándonos cuenta de que los proyectiles rojos traían gases… Contenían iperita y fosgeno».

La fecha:

1936
Franco pidió a Italia que suministrase a su ejército máscaras y gases para utilizarlos solo en caso de que el enemigo los emplease abiertamente, como arma disuasoria.

El lugar:

Madrid
Mola había hecho unas explosivas declaraciones a «The Times», asegurando que los nacionales poseían grandes reservas de gas, pero que no vulnerarían los convenios internacionales.

La anécdota

Los espías de Franco informaron a éste sobre la adquisición por parte del ejército enemigo de 5.000 caretas antigás en Etablissements Luchaire, en París, por 500.000 francos.